EL MUNDO › OPINION

La última batalla de Fidel

 Por Maurizio Matteuzzi *

Nosotros esperamos que no sea así, pero quizá comenzó la última batalla de Fidel Castro. Desde hace por lo menos un año habían comenzado los movimientos dentro de la dirigencia cubana para evitar que el post-Fidel coincidiese, de un modo u otro, con el apocalipsis y para dar un mínimo de garantía de que la Revolución sobreviviría a la salida de escena del líder máximo. Todo hacía creer que la última batalla de Fidel coincidiría con su octogésimo cumpleaños, para el cual se preparaban los festejos el 13 de agosto. Nadie, comenzando por él, que una vez dijo que “un revolucionario no se jubila”, podía pensar en un retiro.

Después de la noche del lunes, las cosas se precipitaron y esa batalla parece acelerarse y mirar, ya no el mañana sino el hoy. Fidel, dice el comunicado que su secretario personal leyó en la televisión cubana, no resistió el “gran estrés” del viaje a la Argentina para la cumbre del Mercosur y luego las celebraciones por el aniversario del ataque a la Moncada del 26 de julio de 1953. Fue sometido a una operación de la que no se sabe mucho, sólo que debe haber sido bastante seria y que, como dice en su carta, lo obligará a quedar fuera del juego “durante varias semanas”. Jamás había sucedido en 47 años de poder total, que hubiese decidido delegar su poder a otros, a su hermano Raúl, el eterno número dos que envejeció antes de convertirse en “grande”.

En esta hora las preguntas y las incógnitas se multiplican. ¿Qué será de Cuba? ¿Qué será, para bien o para mal, de la Revolución? ¿Qué hará Raúl y sobre todo, quién es Raúl? ¿Qué hará Bush, que el 10 de julio pasado había anunciado su nuevo plan (de 80 millones de dólares) para favorecer “la transición a la democracia” en Cuba? Esa Cuba, que no lo tiene a Fidel en el timón, ¿será una sucesión o una transición? ¿Y hacia dónde? Las variantes son muchas y las tramas posibles todavía más. Más indescifrable es la fuerte personalidad de Fidel, que aun según aquellos que lo juzgan, fue uno de los últimos gigantes de la política mundial de la segunda mitad del siglo pasado. Una personalidad única. Como dijo una vez su amigo García Márquez: “Fidel es la principal fuerza de la Revolución, pero también su principal debilidad”. Porque él “es” –o “era”– la Revolución. Y la gran incógnita de este momento es saber si logró su esfuerzo mayor: darles a sus criaturas la fuerza y las piernas para poder caminar después y sin él. Casi medio siglo de poder es un tiempo demasiado largo para cualquier líder, aun para un gran líder.

Quizá por la forma en que debió moverse en la tempestuosa segunda mitad del siglo. Quizá porque osó desafiar, hace medio siglo, a la superpotencia arrogante y global que queda a sólo 90 millas de Cuba. Y que jamás le perdonaron haberle quitado a la isla esa condición de casino y burdel barato para los estadounidenses, mafiosos y no, que existía desde su “liberación” de España.

De Eisenhower en adelante, cada presidente que puso los pies en la Casa Blanca prometió que “liberaría” a Cuba de sus libertadores y que llevaría la democracia genuina. Desde entonces Fidel vio desfilar diez presidentes. Esperamos que el horrendo de Bush no sea el último.

* De Il Manifesto de Italia. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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