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Evo amenazó con cerrar el Congreso si no aprueba la reforma agraria

El presidente boliviano viajó al pueblo de Ucureña, donde arrancó la primera reforma agraria, para impulsar su política de reparto de tierras. El tema tensa el inicio de la Constituyente.

 Por Pablo Stefanoni
Desde Ucureña

“Revolución agraria mecanizada”: tierras, tractores, créditos y mercados. Adicto a los símbolos, el presidente boliviano, Evo Morales Ayma, anunció este miércoles su nueva política de tierras en un pueblo cargado de historia: Ucureña, en el valle alto de Cochabamba. Hace 53 años, el presidente Víctor Paz Estenssoro firmaba la reforma agraria en medio de una multitud de campesinos y mineros armados. Y, desde su llegada al palacio, Morales se entusiasmó con “robarle” al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) el tradicional 2 de agosto. Esa fecha fue declarada por el gobierno emergente de la revolución nacional Día del Indio y aún transporta la memoria campesina a las luchas heroicas por la tierra: fue también en Ucureña que en 1939 se conformó el primer sindicato agrario frente al pongueaje (servidumbre) al que los patrones sometían a los peones “con palo y con chicote”.

Sin embargo, Evo Morales logró sólo parcialmente apropiarse de ese día: seguramente el acto no podrá competir en los libros de historia con el del Mono, como apodaban a Paz Estenssoro, pero entre 20 y 30 mil campesinos pobres llegaron para escuchar al mandatario cocalero, llevados por la expectativa o simplemente por la disciplina sindical. Dos hechos muestran la hegemonía de hierro con la que contaba el MNR en estos valles: en 1957 el gobierno nacionalista reclutó campesinos de esta zona para reprimir las revueltas del comité cívico pro Santa Cruz que reclamaba el 11 por ciento de las regalías para el departamento, y en 1960 los pueblos de Cliza y Ucureña se enfrentaron en la llamada “champa guerra” defendiendo facciones opuestas del MNR. Pero, al ritmo de su evolución hacia el neoliberalismo, el MNR perdió su base campesina, que se pasó en masa al MAS de Evo Morales.

“La reforma agraria de 1953 no fue ningún regalo de ningún partido, nuestros padres y abuelos se levantaron, fusil al hombro, para terminar con el poder y el abuso patronal, pero en manos del MNR derivó en latifundio en el oriente y minifundio en el occidente”, dijo el presidente boliviano, quien recupera buena parte de esa tradición nacionalista revolucionaria sin reconocerlo abiertamente e incorporando un fuerte componente étnico cultural. Minutos después amenazó al Parlamento, que tiene en sus manos la nueva ley de tierras para acelerar la reversión de los latifundios improductivos y le impidió llevar la nueva norma aprobada a Ucureña: “Algunos campesinos dicen que si el Congreso no aprueba la nueva ley hay que cerrarlo, y no estoy diciendo yo que debe cerrarse el Parlamento, pero hago un llamado a que aprueben la ley”. La posibilidad de cierre del Parlamento sobrevuela el inicio de la Asamblea Constituyente, que el domingo inaugurará formalmente sus sesiones en la ciudad de Sucre, capital constitucional de Bolivia.

“El Evo” llegó a Ucureña encabezando una caravana de tractores y conduciendo él mismo, ya sin el yeso en la nariz que le valió el accidente deportivo del domingo. Parte de su “revolución agraria” consiste en la mecanización del campo y en el acto fueron entregados cincuenta tractores recién llegados de Venezuela. Otros vendrán de España, China y Argentina y serán vendidos a bajo precio y con créditos blandos a sindicatos campesinos y comunidades indígenas. Unos mil en los próximos tres meses. “Antes los tractores eran sólo para los ricos. Una vez un funcionario me dijo: a los campesinos hay que venderles la maquinaria cara y a corto plazo porque no viven muchos años. Ese es el Estado que teníamos”, denunció el ministro de Desarrollo Rural, Hugo Salvatierra. Y señaló que “en 53 años de reforma agraria, los grandes empresarios, principalmente de Santa Cruz, accedieron a 32 millones de hectáreas, mientras los campesinos fueron dotados con apenas cuatro millones”.

Morales fue el encargado de anunciar los cuatro pilares de la nueva política agraria: - Plan de distribución de tierras fiscales y reversión de latifundios improductivos: en total 7,6 millones de hectáreas serán distribuidas colectivamente entre comunidades y sindicatos campesinos (en la concentración se entregaron dos mil títulos); - mecanización del agro “en beneficio de 80 mil familias campesinas”; - acceso a mercados, crédito e industrialización de los productos agrarios; - y potenciamiento de la agricultura ecológica y orgánica “para competir en el mercado internacional”.

Un párrafo aparte mereció la igualdad de género. “Antes, los títulos sólo se les daban a los hombres, ahora también las mujeres, las compañeras históricamente humilladas y marginadas, podrán ser dueñas de sus tierras”, dijo Morales. Y volvió a rechazar el ALCA y “los alquitas, es decir los TLC que destruyen al pequeño productor”, así como la privatización del agua. Cuando el helicóptero de Evo Morales se alejó de esta población en medio de una enorme nube de polvo no era difícil percibir entre los campesinos e indígenas, llegados de todo el país, una doble sensación: sus rostros mostraban cierta esperanza al tener a uno de los suyos en el sillón presidencial, pero no podían dejar de reflejar las huellas de la incredulidad, producto de tantas frustraciones y promesas incumplidas. Como se dice por aquí, en Bolivia por la tierra se mata y se muere.

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La mecanización del campo forma parte de la reforma agraria impulsada por el gobierno de Morales.
 
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