EL MUNDO › LA MONEDA CUMPLE CINCO AÑOS EN MEDIO DE UN DESENCANTO SOCIAL

El euro ya no es lo que era entonces

 Por Eduardo Febbro
Desde París

Cinco años después de una aparición saludada con una euforia colectiva, el euro, la moneda única europea, ha perdido gran parte del apoyo. Para los consumidores del viejo continente, en particular para los franceses, el euro se tradujo en un notorio incremento de los precios. Todos los organismos encargados de evaluar la inflación alegan que los precios no se han disparado y, con sesudas cifras y complejos porcentajes, argumentan que ese incremento de la canasta familiar sólo está en la imaginación del consumidor. Si los analistas económicos evocan la existencia de una sensación inflacionista, los consumidores saben que en el momento de pagar sus billeteras tienen que ser más grandes.

Lanzado en enero de 1999 y puesto en circulación material el 1º de enero de 2002 en 12 de los entonces 15 países de la Unión Europea que ingresaron en la zona euro (Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Finlandia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Holanda y Portugal), el euro se convirtió en un éxito técnico y en un desencanto social. Estudios de opinión convergentes testimonian un euromalestar profundo. Una encuesta de la revista francesa Pèlerin revela que para un 52% de los franceses el euro es una “cosa mala”, 53% está convencido de que la moneda única perjudica el empleo, mientras que 57% de los encuestados sienten que el euro representa un “daño personal” para ellos. Este sentimiento no es únicamente francés. Exceptuando Irlanda, Austria y España, donde 70% de la población considera que el euro constituye un “factor de modernización”, en el resto de los países de la Unión la percepción es muy distinta. En Alemania, 58% quiere que el deutsche mark vuelva a circular. En la misma proporción que en Francia o en Italia, la población sigue convencida de que el euro equivale a inflación. Los estudios precisos publicados cada año por la Comisión europea constatan la permanente degradación de la moneda única. Entre 2002 y 2006 –según la evaluación de la Comisión– la percepción positiva del euro pasó de 59% a 48%. La caída en picada es alarmante en Luxemburgo y Bélgica, donde el euro perdió más de 10 puntos de adhesiones en el último año.

Las instituciones bancarias del viejo continente no tienen palabras de elogio para el euro. El portavoz de la Bundesbank, Axel Weber, le dio al euro una nota histórica: “El euro es un éxito, es una moneda estable que beneficia al comercio de Europa y a los mercados financieros”. Frente a esta opinión masiva expresada por los sectores económicos está la otra versión de la realidad, es decir, el no menos masivo reproche de la población. Un sondeo realizado por Eurobarómetro refleja sin ambigüedad el estado de ánimo de la opinión pública: 84% de los ciudadanos europeos le atribuyen al euro un serio incremento de los precios –95,9% en Italia, 92,7% en Austria, 91,8% en Portugal, 89,2% en Bélgica, 75,5% en Alemania, 64% en Francia. Cualquier consumidor o turista distraído que viaje regularmente a Europa puede constatar que los precios llegan a niveles a veces delirantes. Una gaseosa puede costar 2 o 3 euros en España, 1,80 en Italia, mientras que en Francia se paga por ella 5,80 euros. Los índices oficiales no evocan jamás el empuje inflacionista que el consumidor paga cada día. La gente termina preguntándose quién elabora esas cifras que funcionan como un espejo deformado de la realidad. Los defensores del euro arguyen que la moneda única se ha convertido en el chivo expiatorio de todos los males, mientras que sus detractores alegan que el euro les hace pagar a las sociedades el precio político del neoliberalismo. Detrás de los partidarios y adversarios de la moneda única también hay una batalla de expertos sobre los índices reales de la inflación. El economista Jean-Marie Harribey explica que esa distancia entre ambos se debe a que el BCE (Banco Central Europeo) se fija únicamente en los índices de inflación tradicionales y no toma en cuenta al ascenso vertiginoso de los precios en el mercado inmobiliario y la energía. Lo cierto es que, cinco años después de su aparición y con un nuevo Estado que se sumó a la zona euro, Eslovenia, parece haber dos realidades inconciliables: la del innegable y pesado incremento de los precios que sufre la mayoría de las habitantes de la zona euro, y la de las cifras cero inflación publicadas por los organismos especializados. El euro es milagro técnico de un continente empeñado con éxito en construir un camino pacífico después de siglos de guerras. Pero para las poblaciones con pocos recursos, para quienes carecen de diplomas, de domicilio y de trabajos estables, para quienes no forman parte de ese batallón de “urbanos” jóvenes y capacitados, la moneda única europea es la pesadilla de preguntarse cómo se va a pagar hoy lo que hace cinco años costaba mucho menos.

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