SOCIEDAD › UN BALNEARIO DONDE SE PUEDE APRENDER BUCEO

Escuela en el fondo del mar

La actividad pude hacerse todo el año, haya sol o lluvia, en un balneario al sur de Playa Grande. El instructor es una leyenda marplatense, desde que cruzó el Atlántico en una balsa, en 1984.

 Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata

Araceli (“Ara”) y su hermano Francisco, de 10 y 9 años, se mueven como peces en su hábitat natural. Desde afuera de la cuba de seis metros de profundidad, llena de agua dulce y tibia, a más de 30 grados centígrados, parecen dos pichones de delfines que hacen piruetas, como si fueran la principal atracción de Mundo Marino. Se los puede ver a través de ventanas con placas transparentes en tono celeste, de siete centímetros de espesor, colocadas de adentro hacia afuera, para que puedan soportar la presión del agua. Igual que en un acuario. En un día indeciso entre el tímido sol mañanero y las nubes grises de la tarde, ellos juegan a su juego favorito: bucear en agua dulce, como paso previo a una incursión marina, a lo Jacques Cousteau, que todavía no tuvieron. La práctica del buceo es un juego para niños y grandes en un balneario rodeado de rocas, ubicado al sur de Playa Grande. Para practicarlo no hace falta que haya sol. Ni siquiera que sea verano, porque la cuba está abierta todo el año.

“En el balneario estamos desde hace siete años, pero la cuba se hizo hace tres. Los chicos y grandes pueden hacer cursos para hacer la primera experiencia, el bautismo en el arte del buceo, realizar un curso básico para bucear o hacer un curso más completo y obtener el brevet internacional.” El que explica es Horacio Giaccaglia, 62 años, instructor de buceo y figura central del balneario Waikiki. Giaccaglia es un prócer de Mar del Plata. En 1984 formó parte de la expedición Atlantis. Junto con el capitán Alfredo Barragán, Jorge Iriberri, Daniel Magariños y el camarógrafo Félix Arrieta, cruzaron el Atlántico en una balsa de troncos, sin motor ni timón, siguiendo la ruta que les marcaban las estrellas.

Fueron 5500 kilómetros sobre el mar, desde las islas Canarias, cerca de las costas de Africa, hasta el puerto venezolano de La Guaira. “Lo que quisimos demostrar fue que los africanos llegaron a América mucho antes que Cristóbal Colón. En México, en Yucatán, los olmecas, una comunidad ya desaparecida, dejaron como testimonio estatuas de piedra de hombres con rasgos africanos. Eso es lo que tomamos como uno de los fundamentos de nuestra teoría.” El viaje por mar duró 52 días. En la balsa habían cargado 400 kilos de comida y 1300 litros de agua. Pensaron que la travesía iba a durar 90 días. Los alimentos que sobraron, los donaron.

Giaccaglia, que también escaló el Kilimanjaro, ahora se dedica a enseñar buceo, primero en la cuba de cemento y luego a mar abierto, internándose en embarcaciones, hasta una zona donde hay cascos hundidos hace más de 90 años. La actividad se puede hacer todo el año en el balneario de Waikiki, aunque llueva o haga mucho frío. “Tenemos buceos nocturnos que terminan en grandes asados. Una atracción extra y muy nutritiva”, dice el anfitrión con una sonrisa.

El equipo básico para bucear está compuesto por la máscara que cubre ojos y nariz, el snorkel y las patas de rana, a las que los expertos llaman aletas. Los chicos, Ara, Francisco y Kevin, aguantan la respiración y llegan hasta el fondo. Cuando salen, el snorkel quedó lleno de agua, de manera que tienen que expulsarla soplando con fuerza para volver a recuperar el conducto de aire.

El equipo avanzado está compuesto por el botellón “con aire comprimido, no con oxígeno”, que se suma al snorkel. Eso les permite permanecer bajo el agua hasta que se acabe la carga de aire. “Hay pocas cubas en la Argentina. La más profunda, de diez metros, está en Campo de Mayo, y después hay otra de ocho metros en Santa Fe. La nuestra es la tercera, con seis metros”, comenta Ciaccaglia.

En el balneario Waikiki sólo hay 80 carpas y 30 sombrillas. El toque de distinción es el buceo. El “bautismo” cuesta 40 pesos, el curso básico 120 y el curso con brevet internacional 400 pesos. El equipo lo aporta el balneario. “Hace poco, unos chicos vinieron a celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Eran como 20 y todos tuvieron su bautismo en el buceo. Fue un festejo submarino”, cuenta el instructor.

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Los chicos hacen piruetas bajo el agua, en una cuba de agua dulce, como si fueran delfines.
 
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