EL MUNDO › EN LA CIUDAD DEL CANDIDATO DEMóCRATA TODOS DABAN POR DESCONTADA SU VICTORIA

Un día obamista en Chicago

En el Grant Park de Chicago se esperaba a alrededor de un millón de personas para festejar el triunfo de Barack Obama. Desde temprano comenzaron a llegar cientos de jóvenes negros, blancos y latinos.

 Por Santiago O’Donnell

Desde Chicago

Ayer fue un día obamista en Chicago. Ni una nube en el cielo azul, sol a pleno, veintisiete grados de verano indio en pleno otoño en la parte más fría de Estados Unidos. Por la mañana, una suave brisa soplaba las hojas amarillas que cubrían el césped que llegaba hasta la veredas alrededor de Grant Park, el lugar elegido por Obama para festejar su triunfo. El parque entero había sido vallado y un cordón policial lo custodiaba, con piquetes en las entradas al parque cada 200 metros de los 332 acres o 1,29 kilómetro cuadrado de Grant Park, unas cuarenta cuadras a la redonda, a ojo de buen caminador.

Durante la mañana, empleados con mamelucos de la Chicago Fencing, una empresa del lugar, terminaban de colocar las últimas vallas, kilómetros y kilómetros de paneles de alambre tejido conectados con tubos de acero que envolvían el pulmón de la ciudad. Miles de uniformados montaban guardia a pie, en patrullero y en helicóptero. Hasta bien entrada la tarde, el parque, el parque elegido por Obama para la fiesta popular, el parque que esperaba un millón de personas, el parque preferido por los vecinos de Chicago, el Parque Grant, estaba vacío. Del otro lado de las vallas era imposible ver el escenario. Sólo hojas amarillas, árboles semidesnudos y largas filas de baños portátiles.

Pero la gente no dejaba de acercarse, como atraída por un imán. Cerca del mediodía una fila de unas trescientas personas sentadas prolijamente en el cordón de una vereda esperaban que se abran las vallas en la entrada principal, en Michigan y Van Buren. En la punta de la fila estaban Samantha Bruson y Sophie Kahn, ambas de dieciocho años. Estaban ahí desde las ocho de la mañana con sus remeras negras gastadas que decían “Obama para el cambio”. Las primeras en llegar a la fiesta del millón de invitados. Son amigas. Juntas estudian diseño en el prestigioso Art Institute de Chicago, a pocos metros de allí en una esquina de Grant Park. Bruson es de una familia de clase media negra de Nueva Jersey, en el nordeste de Estados Unidos. Kahn es hija de inmigrantes paquistaníes de Orlando, en el sudeste del país. Habían votado por primera vez esta semana y por adelantado. Las dos dijeron que estaban tan emocionadas que ayer al amanecer saltaron de la cama y vinieron para el parque. “Quiero verlo porque Obama me ha inspirado. Es el primer político que escucho que dice las cosas que estoy pensando y que habla de cosas que me importan, por ejemplo el tema de salud”, dijo Bruson. Contó que su padre trabaja de abogado desde su casa y que su madre es dramaturga y que la familia no tiene seguro médico. “Si alguien llegara a enfermarse, los costos de los remedios serían altísimos. Creo que Obama va a hacer algo al respecto.”

Hay algo que Obama ya hizo para Bruson, y ella repite el verbo “inspirar” cuando habla del candidato. “Durante mucho tiempo escuchamos que todo era posible pero no lo veíamos. No es lo mismo que alguien alcance la presidencia y diga ‘si yo lo hice tú lo puedes hacer también’.” Inspirarla como su abuela. Allí, en la entrada de Grant Park, Bruson recordó que cuando ella era niña su abuela le contó que durante mucho tiempo no podía entrar a ciertas tiendas para comprar ropa, porque era negra. Es el día de hoy, dijo Bruson, que entra a cierta tiendas de moda y la vigilan y la siguen porque es negra. “Hemos avanzado en el tema del racismo, pero todavía falta. Yo me hice modista para trabajar en las tiendas exclusivas que le cerraron las puertas a mi abuela.”

Su amiga Kahn dice que su familia inmigró de Pakistán a Inglaterra, donde puso una tienda de zapatos. “Pero mis padres veían que no podían progresar mucho porque es difícil para los inmigrantes en Europa y vinieron a Estados Unidos porque había más oportunidades. Pusieron una tienda de regalos y les fue bien. Ahora venden propiedades.” Kahn dice que cuando era bebé sus padres la llevaron a un acto de campaña de Clinton y que ahora es fanática de Obama. “Veo que las oportunidades que tuvieron mis padres se han cerrado con los gobiernos republicanos y su apoyo a las grandes corporaciones y los gastos de guerra. Obama no va a terminar la guerra de un día para el otro, pero la va a terminar, va a hacer que el país vuelva a crecer y así van a reaparecer las oportunidades que tuvieron mis padres. Por eso estoy tan contenta. Además estoy en Chicago, así que no podía dejar de venir.”

Obama había votado temprano en una escuela en Hyde Park, en medio de un enjambre de fotógrafos. Durante todo el día la televisión mostró la imagen de Michelle, su esposa, esperando en la pista vacía del aeropuerto de Chicago anteayer a la noche, con sus dos hijas a sus faldas, las tres con sonrisas de anticipación esperando el avión que traería al candidato de vuelta a casa. La imagen transmitía un fuerte paralelismo con otra muy parecida, la Jacqueline Kennedy sus dos hijos aferrados a sus faldas en el funeral de JFK.

Al ver la procesión de blancos y negros con los colores de la bandera norteamericana llenar Grant Park, fue imposible no recordar otras imágenes de los ’60, como las del recital de Woodstock y Golden Gate Park, epicentro del Verano del Amor. “¡Sí, sí, sí sí! ¡Hoy es el día!”, gritó una mujer a nadie en particular mientras tiraba una patada. Tenía un celular en una mano y un cigarrillo encendido en el otro. A juzgar por su estado de ánimo, acababa de votar.

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Bromas con Michelle

La familia Obama llegó de luto, pero sonriente. A pesar de la muerte de su abuela, el candidato presidencial demócrata intentó mostrarse alegre. Llegó al gimnasio de la escuela de Shoesmith, en el sur de Chicago, de la mano de su esposa Michelle y sus dos hijas, Malia y Sasha. Una multitud de periodistas, fotógrafos y curiosos se amontonaron en el edificio para recibirlo. Sin hacer declaraciones, el joven senador de Illinois y su esposa se dirigieron a las máquinas de votación. Era un momento histórico y Obama lo sabía. Por eso, lo compartió con su hija mayor, Malia. Se tomó su tiempo y le enseñó a votar. Le mostró la boleta y le explicó dónde se debía marcar para la elección presidencial, la legislativa y la de gobernador. Entre cada comentario y sonrisa, miraba por sobre su hombro para ver cómo iban su esposa y su otra hija. Cuando terminó, la tecnología le hizo una mala pasada. El escaner no le aceptaba la boleta. “Ojalá esto funcione, si no va a ser vergonzoso”, dijo riendo. Al final tuvo que entregar la boleta en mano a los que dirigían el centro de votación. “El camino terminó”, dijo sonriente mientras le mostraba su comprobante a la pequeña audiencia que aplaudía. El primer acto de la jornada había terminado. Del gimnasio del sur de Chicago la familia Obama se tomó un avión al vecino estado de Indiana, un tradicional bastión republicano que el joven senador aspiraba a robar. Durante el vuelo, el candidato, relajado y confiado, bromeó junto a su esposa. “Me di cuenta de que Michelle estaba tardando mucho para votar. Tuve que fijarme para ver por quién estaba votando”, le dijo a la troupe de periodistas que lo acompañaban. Después de intercambiar risas y abrazos con su esposa, se puso serio. “Votar junto a mis hijas fue muy importante”, aseguró, emocionado.

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Los simpatizantes de Obama en el Grant Park.
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