EL MUNDO › OPINION

Una escalada por tres

 Por Claudio Uriarte

Los tres atentados antiisraelíes de ayer en Kenya e Israel no marcan la primera vez que el terrorismo palestino trata de incidir en una interna política israelí –en este caso, las primarias del Likud en que se impuso el primer ministro Ariel Sharon contra su rival ultraderechista Benjamin Netanyahu–, pero sí la primera vez que la red Al-Qaida de Osama bin Laden
opera directamente contra blancos israelíes y sincroniza esta acción con la tensión en Israel. Porque la marca de fábrica de Al-Qaida es inconfundible en el doble atentado de Kenia –casi simultaneidad, espectacularidad, apuesta al mayor número posible de víctimas, empleo de armas de fácil acceso por parte de la red–, y la pregunta es si el atentado palestino contra el local del Likud en Israel y los de Al-Qaida contra turistas israelíes en Kenia fueron coordinados por ambas partes.
Para Osama bin Laden, golpear a Israel amplía el foco de su mensaje a todo el mundo árabe. Es una operación de amplio rédito político potencial y bajo costo militar y económico, que básicamente dice que los israelíes no estarán seguros en ningún lugar del mundo. Es un refinamiento político del atentado –que también llevó todas las huellas digitales de Al-Qaida-, contra la discoteca de Bali, Indonesia, el mes pasado, y que causó más de 160 muertos, la mayor parte de ellos turistas australianos. Es que la industria turística es un blanco fácil, sobre todo en un país de baja seguridad y conflictividad interna como Kenia, que ya había sido objeto del otro doble atentado con que Al-Qaida saltó a la notoriedad mundial: los ataques con coches-bomba contra las embajadas estadounidenses en Nairobi (Kenia) y Dar es Salaam (Tanzania) en 1999. Ya que Africa Oriental –particularmente la anárquica Somalía, que limita con el norte de Kenia– es uno de los principales campos de actividades de la red de Bin Laden.
Vistas desde Israel, estas acciones parecerían destinadas a favorecer la radicalización del conflicto y la polarización de las posiciones. Es así, pero la apuesta a los extremos no está funcionando del todo: si bien el fracaso de las negociaciones de paz barrió a la izquierda del mapa político, y logró la paradoja de que un político de línea dura como Sharon quedara resignificado como el centro, el desafío de Netanyahu –que favorecía la expulsión de Yasser Arafat de Cisjordania y la negación de un Estado Palestino– fracasó ayer abrumadoramente en las primarias del frente derechista Likud. Queda por ver cómo reaccionará el gobierno al nuevo desafío planteado por la triple simultaneidad de ayer.

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