EL MUNDO

Noticias desde el frente, de los iraquíes que empiezan a desertar

Por Luke Harding
Desde Chamchamal, Irak

Para el soldado Abass Shomail, la guerra en Irak terminó antes de que empezara. Dos días atrás, Abass se escabulló de su puesto de centinela y empezó a correr en la oscuridad hacia la línea del frente. Tropezó con las trincheras recién cavadas, diseñadas para proteger al ejército de conscriptos del bombardeo norteamericano. Siguió corriendo hasta que se encontró en un pasaje de colinas verdes y pinos, el enclave autónomo kurdo en el norte de Irak. Abass se convirtió en el primer desertor de la milicia iraquí que cruzó al Kurdistán en varios meses. Ayer, en una entrevista con este diario, ofreció una aguda descripción del ejército iraquí en vísperas del inminente ataque estadounidense. Generalmente, los desertores son una fuente de inteligencia poco confiable. Pero el hecho de que cruzara la frontera hacia el territorio kurdo hace apenas unos días, sumado a su escaso rango y la aparente falta de incentivos para embellecer su historia, nos hacen creer en su relato.
La moral estaba muy baja, dijo, entre los reclutas y entre los civiles. “Queremos que Estados Unidos ataque por la mala situación en nuestro país. Pero no queremos que Estados Unidos realice ataques aéreos contra los soldados iraquíes porque estamos obligados a disparar y a defendernos. También nosotros somos víctimas en esta situación.” Ayer, Abass estaba bajo custodia en Chamchamal, un pueblo de contrabandistas kurdos rodeado de colinas bajas y puestos militares iraquíes. Al final del pueblo se podían ver las siluetas de los soldados iraquíes, mientras espiaban desde sus bunkers a través de los campos. Los guerreros kurdos, o pershmerga, “aquellos que no temen la muerte”, detuvieron a Abbas para interrogarlo durante un día entero y determinar que no era un espía. Hasta ayer, todavía usaba su casaca oliva del ejército y su balaclava de lana. Un cuarto pequeño y calefaccionado, con un televisor prendido en el canal árabe Al Jazeera, se convirtió en su nuevo hogar.
Las condiciones en las trincheras iraquíes no eran muy buenas, dijo. “Hay dos frazadas para cada soldado, pero son muy finitas y no nos abrigan. Los oficiales nos pegan y la comida es espantosa. A mí me pagan apenas unos 50 dinares por mes.” ¿Qué hubiera pasado si lo agarraban cuando trataba de escapar? “Me hubieran ejecutado.” Mientras las tropas estadounidenses ultiman los detalles de su plan de invasión, está claro que los conscriptos y voluntarios de Saddam Hussein enfrentarán sombrías decisiones en las próximas semanas. Si siguen en sus posiciones, corren el riesgo de ser pulverizados por los misiles estadounidenses. Pero si tratan de rendirse, podrían disparar contra ellos. Por el momento, es difícil saber cuál es el mayor riesgo. “Hay dos grupos en el ejército iraquí”, dijo Abbas. “Uno está formado por soldados como yo. El otro es la Guardia Republicana. La guardia especial apoyará y defenderá a Saddam. Los soldados rasos y muchos comandantes se van a rendir.”
Pero, hasta ahora, los comandantes iraquíes se preparan frenéticamente para una batalla de cuyo resultado nadie parece dudar. A comienzos de esta semana, las tropas pusieron cuatro lanzacohetes rusos Katyusha en posición, detrás de la primera línea en Chamchamal. Unos 1500 refuerzos iraquíes acaban de llegar. Docenas de tanques han sido escondidos en las trincheras, confirmó Abbas, junto con baterías antiaéreas. “Los lanzacohetes Katyusha no están por razones estéticas”, bromeó el jefe de seguridad del poblado kurdo, Adel Muhammad. “Pero tenemos nuestros agentes encubiertos. Nos dicen que cuando Estados Unidos ataque, los soldados iraquíes se van a rendir.” Oficiales de la Unión Patriótica de Kurdistán, el partido que controla los valles y montañas alrededor del pueblo de Sulaymaniyah, dicen que no esperan una ofensiva preventiva iraquí en el norte, dado el enorme despliegue de tropas estadounidenses en Kuwait. Pero los antecedentes del presidente Saddam contra los kurdos son brutales. Nada puede descartarse. Y se mantiene la posibilidad de que haya, escondidos, proyectiles de artillería equipados con armas químicas. Cada día, cientos de kurdos cruzan un puesto de inspección iraquí hacia Kirkuk, una ciudad rica en petróleo controlada por el gobierno y que queda a 30 minutos en auto. Llevan cigarrillos Kent contrabandeados desde Turquía. Y vuelven con envases de plástico llenos de parafina. “Tenemos que sobornar a los guardias iraquíes con dos dólares cada vez que cruzamos”, dice Hersh Abdul Karim, un contrabandista de 18 años. Mientras, los soldados que Abbas dejó atrás se sientan en sus bunkers, en lo alto de las colinas y piensan en un destino poco envidiable. “Todos estamos muy cansados”, dijo Abbas. “No he escuchado a Tony Blair. Pero si George Bush quiere darnos libertad, entonces le damos la bienvenida.”

Traducción: Milagros Belgrano.

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