EL MUNDO › UN MILLON DE JOVENES COPARON COPACABANA

Peregrinos playeros

 Por Fernando Cibeira

Desde Río de Janeiro

Un millón de jóvenes calcularon los organizadores que se reunieron ayer por la tarde a lo largo de la avenida Atlántica, en Copacabana, para la ceremonia de inauguración de la Jornada Mundial de la Juventud, que se extenderá hasta el domingo. Hubo números musicales y de baile, y el punto central fue el mensaje del papa Francisco. “Por eso he venido aquí, para contagiarme del entusiasmo de ustedes”, les dijo.

La Jornada Mundial de la Juventud fue una iniciativa que ideó Juan Pablo II en 1986 con el objetivo de alentar la participación de los jóvenes en la religión, en franca caída durante los últimos tiempos. Cada dos o tres años se hace un encuentro internacional del que participa el Papa. Originalmente en éste iba a estar Benedicto XVI, pero decidió renunciar y Francisco lo confirmó como su primer destino de viaje.

Los jóvenes –prefieren “peregrinos”– fueron llegando a lo largo del día desde distintos puntos de una ciudad colapsada por los cortes de tránsito. Los grupos se identificaban por sus banderas nacionales y los saludos entre ellos son gritos. “Eh, Chile”, le dicen. “Eeeeehhh”, contestan los de Chile, y así con todos. Se habla de delegaciones de 150 países, aunque la hegemonía es de los locales, todos con algo verdeamarelho que los identifique. Los de banderas más exóticas –Corea, Angola, País Vasco– eran requeridos para las fotos. Algunos grupos van cantando y hasta ensayan sus propias coreografías. Los boliches de comida a lo largo de la rua Barata Ribeiro o la avenida Copacabana se hicieron el día con la avalancha de peregrinos que daban cuenta de las existencias de mercadería. Los jóvenes acreditados para participar de la jornada cuentan con una tarjeta provista por la organización con 30 reales diarios para gastar en sus comidas.

Francisco llegó en helicóptero hasta el Forte de Copacabana, ubicado en una península justo en la punta de la playa, del otro lado ya es Ipanema. Desde allí abordó el papamóvil para el consabido ritual. A lo largo de la avenida Atlántica se habían instalado vallados para que Francisco llegara por el centro hasta el escenario a bordo de su vehículo. Se podían ver banderas de todos los países durante su trayecto. Padres despreocupados les daban sus bebés a los agentes de seguridad para que el Papa los besara. Después Francisco quedaba preocupado porque el niño –en algunos casos de meses– volviera a las manos correspondientes y no se perdiera en el gentío.

La ceremonia fue rara, con sacerdotes jóvenes que cantaban melódico –eso es bien brasileño– y grupos de chicos que bailaban onda hip hop. Por suerte para él, Francisco sólo tuvo que ver un poco; después habló. “Me habían dicho que a los cariocas no les gustaba ni el frío ni la lluvia. Eso quiere decir que la fe de ustedes es más fuerte que el frío y la lluvia”, arrancó el Papa en portugués. Cuando se extendió de su discurso –-tal vez eso ya no lo tuviera escrito–, pasó al castellano, con lo que a muchos de los concurrentes les costó seguir sus palabras. En la televisión, por ejemplo, empezaron a traducirlo. Pidió un instante de silencio y oración por una joven de la Guayana Francesa fallecida en un accidente cuando iba camino a Río. También recordó a Benedicto XVI, quien le dijo que lo iba a estar mirando por televisión. “Esta semana, Río se convierte en el centro de la Iglesia”, anunció Francisco, y los jóvenes le respondieron haciendo suya la avenida Atlántica, a donde se quedaron con sus gritos hasta bien entrada la madrugada.

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