Desde Río de Janeiro

En su primer viaje al exterior, el papa Francisco viene dando todas las señales de hacia dónde busca direccionar su mandato. El miércoles estuvo en un hospital de rehabilitación de adictos, ayer vistió una favela y hoy se encontrará con jóvenes presos. Varginha, la favela que recorrió ayer, es una de las “pacificadas” –desde hace un año la ocupó la policía– con miras a los eventos internacionales de los que será sede Brasil en los próximos años. Desde allí, Francisco advirtió sobre la persistencia de desigualdades en el mundo. “Nadie es descartable”, subrayó. Y dejó un mensaje para los habitantes del barrio, con los que confraternizó durante un rato: “No están solos, el Papa está con ustedes”.

Son actividades fuera de la agenda de la Jornada Mundial de la Juventud y que apuntan todas hacia el mismo lado. “Una Iglesia pobre y para los pobres”, explicó alguna vez el Papa, quien además eligió como identidad el nombre del santo de los pobres. Son las señales que, por ejemplo, han hecho entusiasmar al teólogo de la liberación Leonardo Boff, de quien Francisco aceptó recibir un libro en estos días y hasta circulan versiones sobre un posible encuentro.

Varginha tiene una edificación gris y chata, está ubicada en la zona de Manguinhos, al norte de Río. Supo ser de las más violentas de la ciudad, pero fue pacificada y ahora ocupada por un cuerpo especial de la policía que se encarga de que los narcos no vuelvan a instalarse y de que las necesidades básicas de sus alrededor de 45 mil habitantes estén satisfechas. Francisco llegó en el papamóvil, pero luego recorrió un trecho a pie. Francotiradores en los alrededores se preocupaban de asegurar su camino.

En la entrada había una bandera de saludo de los curas villeros de Argentina, algunos de ellos en Río de Janeiro, como el padre Hernán, al frente de un grupo de chicos de la 1-11-14. Francisco se colocó la guirnalda de flores de bienvenida y estuvo en la humilde capilla San Jerónimo, aún con su altar a medio terminar, donde recibió un cáliz de regalo. A la salida abrazó a un grupo de chicos que lo esperaban y saludó a la gente. Uno se tomó el trabajo de conseguir una bandera de San Lorenzo, con la que el Papa posó feliz. Estuvo en la casa de Manuel, uno de los vecinos preseleccionados para ser visitados. Luego dio un discurso en la canchita de fútbol comunitaria. Dijo que hubiera querido estar en la casa de cada uno de ellos, “tomar un vaso de agua, un cafezinho, pero no una cachaça”. El chiste enloqueció a los brasileños, la frase la repetían en todas las radios. “Nunca escuché a un papa hablar así”, decía luego el conductor de uno de los programas más populares.

Más serio, Francisco habló de la exclusión social y planteó la solidaridad como una de sus soluciones. “Cuando somos generosos con una persona no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos”, aleccionó. Pero la advertencia fue “para los que tienen más recursos y para los poderes públicos”, a quienes les pidió que “no se cansen de trabajar por un mundo más justo y solidario”. También dijo que “no hay bien común si se ignoran pilares como la vida, la familia, la educación, la salud y la seguridad”.

No fue la primera actividad del día del Papa que, como es su costumbre, arrancó a las siete y media con una misa privada en la residencia donde se aloja. Luego recibió las llaves de la ciudad de Río de Janeiro y bendijo las banderas de los Juegos Olímpicos –se celebrarán aquí en 2016– en el Palacio da Cidade, con varios deportistas y ex deportistas como invitados.