EL MUNDO › OPINION

La apuesta por el caos

 Por Claudio Uriarte

Turquía es un aliado clave de Estados Unidos. Es la articulación de la OTAN con Medio Oriente, y además dispone de un formidable ejército de cuatro millones de hombres. A un nivel más informal –pero también más trascendente– mantiene otra alianza clave, esta vez con Estados Unidos e Israel. Eso puede ser parte del motivo del ataque de ayer contra dos sinagogas en Estambul. Pero su alianza con Estados Unidos está debilitada. Ankara tiene un nuevo gobierno islamista moderado, que en vísperas de la invasión de Irak negó a EE.UU. el paso de sus tropas al norte del país, y que en estos días, después de prometer a Washington el despliegue de sus tropas en el crítico “triángulo sunnita” iraquí, se echó atrás. Por eso, un examen frío de la situación sugiere que los hechos de ayer llevan la marca de fábrica de Al-Qaida: la simultaneidad espectacular de los ataques (que duplica el efecto de terror y desconcierto en las fuerzas de represión) y el oportunismo táctico. En otras palabras, las sinagogas fueron golpeadas porque podían ser golpeadas. Porque eran “blancos blandos”, y al mismo tiempo subrayaban la continua lucha del islamismo radical contra los infieles. Esto se parece bastante al ataque de esta semana contra el cuartel italiano en Nasiriya, en Irak, que ha debilitado bastante lo que EE.UU. aún gusta describir como “la coalición”. Fue atacado porque podía ser atacado.
En todas estas acciones, un hilo conductor es el propósito de caotizar la estrategia norteamericana, en Irak y en otras partes. Y los enemigos de Estados Unidos lo están logrando, sean estos enemigos Al-Qaida o los milicianos iraquíes. El ataque contra Nasiriya tuvo el efecto de precipitar una revisión de planes estadounidenses, acelerando una “transferencia de poderes” en el país ocupado. El problema es que no hay nadie creíble a quien transferírselos. Los jefes de la ocupación se pasan todo el tiempo discutiendo y corrigiendo fórmulas de alquimistas, tales como si es necesario tener antes una Constitución y elecciones, o transferir cierto poder primero y luego tener la Constitución y las elecciones. Estas ideas giran en un vacío político total, simplemente porque el Consejo de Gobierno provisional iraquí instalado por los norteamericanos no representa a nadie. No es como en Afganistán, donde EE.UU. contó desde el comienzo con el apoyo armado de la Alianza del Norte, y donde no necesita mantener hoy más de 10.000 soldados (contra los 140.000 que están desplegados en Irak). En estas condiciones, donde la resistencia iraquí apuesta al caos, no es imposible que alguien de los círculos internos de la administración Bush haga lo propio. Un retiro acelerado de Irak crearía hoy probablemente un vacío de poder y una guerra civil. Una situación de guerra de todos contra todos. La situación tendría el indudable inconveniente de ofrecer una avenida de entrada a las aspiraciones de Irán, pero también la posibilidad de una neutralización mutua de los actores, y una salida de escena para el atacante en problemas.

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