EL MUNDO › OPINION

¿Puede haber guerra civil?

 Por Claudio Uriarte

El presidente renunciante Carlos Mesa agitó antenoche el espectro de una guerra civil y ayer el líder indigenista Felipe Quispe, en un gesto de singular irresponsabilidad, le dio la bienvenida. Pero, ¿puede haber una guerra civil en Bolivia? De momento, pareciera que no. En realidad, el fantasma más apremiante es el de una desintegración del país, por el cual los prósperos departamentos (provincias) de Santa Cruz (este) y Tarija (sur) voten en sendos referendos por su escisión de facto del occidente pobre del país, lo que podría generar una intervención militar, disfrazada o no. De hecho, las Fuerzas Armadas han advertido, en distintos tonos y por boca de diversos comandantes, que no tolerarán la desintegración nacional.
Pero, como en el caso del golpe de Estado militar, el escenario de la guerra civil parece encontrarse a muchos escaques de distancia aún en el accidentado (y bloqueado) tablero de ajedrez en que se ha convertido Bolivia. Eso es porque la guerra civil requiere de una quiebra vertical de las Fuerzas Armadas, que no se ha materializado, ni siquiera se ha insinuado. En una quiebra vertical de las Fuerzas Armadas, todo el cuadro de oficiales y suboficiales se encuentra partido de arriba a abajo, desde el generalato hasta los cabos, hasta conformar en efecto dos ejércitos, como en los clásicos ejercicios de guerra de azules y colorados. Las advertencias militares contra la “desintegración nacional” son un indicio bastante alentador de que esta fractura no se está produciendo: de estar ocurriendo, lo más probable es que siguiera, al menos vagamente, los contornos de la puja económica entre este y sur por un lado y oeste por el otro. Pero hay otro fantasma, no menos inquietante, en el caso de que las Fuerzas Armadas salgan a las calles: el de su quiebra horizontal. Una quiebra horizontal de las Fuerzas Armadas generalmente se produce cuando los uniformados son enviados a reprimir y, luego de unos días de masacre, especialmente si la revuelta no se aquieta, los soldados y suboficiales –y posiblemente también una parte del cuadro de oficiales subalternos y medios– empieza a desobedecer las órdenes de fuego del mando superior. Hay que entender que estos niveles militares se reclutan en y aún pertenecen a los mismos estratos sociales de los que son enviados a reprimir; en un momento, la cadena de mandos estalla en pedazos. Eso fue lo que precipitó la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, pero, a diferencia de 2003, en la crisis actual no hay una figura clara a la que cederle el poder.

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