EL MUNDO › JUZGARAN A SADDAM; EL REINO UNIDO REDUCIRA TROPAS

Los atacantes vuelven mañana

Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad

El momento favorito de los atacantes suicidas para inmolarse es alrededor de las nueve de la mañana. El ruido de las explosiones distantes y las ventanas de mi habitación del hotel tiemblan dentro de sus marcos. A veces voy al techo y veo humo negro como el petróleo alzándose sobre las palmeras en algún lugar de Bagdad. Ninguna ciudad en el mundo ha sufrido, tan frecuentemente, ataques suicidas. Las noticias, como el anuncio de que en los próximos días se juzgará en el país al ex presidente Saddam Hussein, ya no son la preocupación principal de los iraquíes. Cuatro bombas detonaron en Londres, pero esto se está convirtiendo en una situación cotidiana en Bagdad. Mientras la inseguridad sigue, el ministro de Defensa británico aseguró ayer que en los próximos doce meses se reducirá el número de tropas en el país.
El viernes pasado no bajó la marca de 12 ataques que mataron al menos a 28 personas. La crueldad estudiada de los atacantes se pone peor cada día. La semana pasada, un hombre que conducía un auto lleno de explosivos se inmoló al lado de un camión blindado del ejército norteamericano, matando al menos a 18 niños que jugaban en la calle. Un hombre acongojado llamado Qais, que estaba llorando por sus hijos, aseguró: “Tuve que mudarme de mi casa porque no soportaba ver el lugar en el que mis dos hijos –Ali tenía cinco y Abbas, seis– estaban jugando antes de morir”. Parecía que nada podía ser peor. Pero luego, el sábado a la noche, un atacante con explosivos adheridos a su pecho se inmoló al lado de un tanque de petróleo en la parada de camiones del pueblo Musayyib, en el sur de Bagdad.
La explosión incineró a las personas que caminaban por el mercado y que visitaban la mezquita chiíta. Después que se llevaron los cuerpos, estaban los restos usuales: zapatos quemados, bicicletas rotas y charcos de sangre seca. El hospital local estimó que 98 personas murieron y 156 fueron heridas.
Los iraquíes en Bagdad se concentran en sobrevivir el día a día. Eventos como el anuncio de ayer, hecho por un tribunal especial, que comunicó que se presentarán cargos contra Saddam Hussein, tiene una importancia marginal. El ex líder iraquí es acusado de ordenar la matanza de 140 chiítas en un pueblo de Dujail, en el norte de Bagdad, en 1982. Previo a la matanza, había habido un intento de asesinato sobre Saddam. Entendiblemente, la gente está más interesada en aquellos que murieron la semana pasada y los que morirán en las próximas semanas, que en los muertos de hace 23 años.
En la capital, muchas personas creen que la manera más simple de mantenerse con vida es no salir de sus casas. Disminuyen sus viajes en auto al máximo posible. Las calles están más vacías que de costumbre. Mucha gente con dinero ha dejado el país. El principal lugar de encuentro de los hombres de negocio iraquíes, atemorizados por los secuestros al igual que por los atentados, son los hoteles de Amman, en Jordania. Lo mismo sucede con gran parte del gobierno. Los ministros son conocidos por sus intereses en viajar al extranjero.
Quedarse en casa no es fácil. Gran parte de Bagdad sólo recibe cinco horas de electricidad por día. La gente debe comprar combustible para sus pequeños generadores de origen chino. Sin embargo, las colas en las estaciones de servicio tienen dos o tres kilómetros de largo. Mientras esperan en sus autos, son vulnerables a ataques dirigidos a las patrullas norteamericanas y del gobierno iraquí. Hay una creciente escasez de agua que fuerza a la gente a salir a la calle a buscar provisiones.
Hay otros peligros. Las tropas estadounidenses tratan a todos los iraquíes que manejan un auto como un potencial atacante suicida. Disparan a todo lo sospechoso. Casi todas las familias iraquíes que conozco tienen un amigo o un familiar que ha sido accidentalmente asesinado por nerviosos soldados norteamericanos. Lugares notoriamente peligrosos como las entradas a la Zona Verde, que ha sido atacada ya varias veces, son protegidas porfortificaciones muy elaboradas con bloques de concreto alineados en filas. Estas paredes se han convertido en el tétrico símbolo del nuevo Irak.
Para la mayoría de la gente en Bagdad, pobres y amontonados en pequeñas casas, soportando temperaturas de 45 grados, no hay nada que los proteja. Sus niños deben jugar en las calles porque no hay lugar dentro de las casas.
A veces la muerte golpea muy cerca. Estaba en Arbil, en el norte de Irak, en abril pasado, mirando cables de noticias, cuando leí que mi amiga Marla Ruzicka había sido asesinada en la ruta del aeropuerto por un atacante suicida que estrelló su auto en un convoy norteamericano cuando ella pasaba cerca. Una californiana de unos veintitantos había intentado extraer de los datos del ejército estadounidense cuántos civiles habían matado accidentalmente. Ayudaba a los iraquíes pobres a conseguir compensaciones cuando sus familiares eran asesinados o sus negocios, destruidos. Recuerdo sus frecuentes mails, tristes o efusivos, siempre afectuosos, relatando sus pequeñas victorias y derrotas, y una nota final alegre diciendo que sabía lo peligroso que era volver a Bagdad, pero que no la criticara porque no se quedaría mucho.
No es sólo el número de muertos y heridos lo que hace a los ataques en Bagdad mucho peor que lo que fueron los de Londres. Un solo incidente peligroso es más fácil de sobrellevar que los severos ataques y el conocimiento de que los atacantes estuvieron aquí ayer y volverán mañana otra vez.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Laura Carpineta.

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