EL MUNDO › OPINION

El alcalde de Bagdad

 Por Ralph Nader *

Hace más de dos años que vengo diciendo que el alcalde de Bagdad, George W. Bush, debería prestar atención a EE.UU., incluyendo su enorme y postergada necesidad de obras públicas. Pero el presidente, que se tomó cinco semanas de vacaciones en Texas para asegurarse “una vida equilibrada”, se encuentra ahora en una posición política desequilibrada, colgado de las pestañas.
Los megadesastres de Nueva Orleans, Mississippi y Alabama rasgaron la cortina propagandística que cubría a este presidente arrogante y están mostrando al pueblo las consecuencias catastróficas en su vida cotidiana de una guerra prefabricada y amamantada por los intereses petroleros en Irak. “Nadie puede decir que no lo vieron venir. Ahora, a la zaga de una de las peores tormentas de la historia, están surgiendo fuertes cuestionamientos sobre la falta de preparaciones”, escribe el diario conservador The Times Picayune, de Nueva Orleans. Cerca de una docena de artículos en 2004 y 2005 aparecieron en ese diario local citando los gastos de guerra como un factor de desvío del dinero que faltó para el control de inundaciones y huracanes.
Un huracán como el Katrina en Nueva Orleans y las costas bajas del Golfo de México había sido pronosticado más veces que cualquier otro desastre en la historia del país. Estos son pagos de Bush, pero él no le prestó la menor atención a los avisos oficiales y no oficiales excepto para cortarle 71 millones al presupuesto de Nueva Orleans del Cuerpo de Ingenieros del ejército y para debilitar la FEMA –la agencia que atiende los desastres– llevándola a ocuparse de temas de terrorismo y no del comienzo de un período de huracanes feroces, que puede durar veinte años y fue oficialmente predecido.
¿Pagará alguna vez este mandatario inimputable por las consecuencias de su falta de atención, su negligencia y su negativa burra a escuchar a alguien más que sus amigotes y padrinos? El Señor Perfecto ni siquiera puede admitir un error, aunque muchos inocentes los paguen en EE.UU. y en Irak. Veamos una de las áreas en las que él escapa de sus responsabilidades: los enormes, cada vez más grandes conglomerados petroleros que le proveyeron 41 funcionarios importantes. Con ganancias más allá de sus sueños, las Exxon y las Mobil virtualmente se comieron el gobierno Bush, escribieron sus leyes petroleras con subsidios y descuentos impositivos, y merodean al Congreso haciendo llover fondos de campaña sobre los legisladores clave.
En enero de 2000, el combustible costaba un promedio de U$S 1,36 por galón. Ahora está llegando a los cuatro dólares. Ningún experto estaba anunciando escasez de petróleo en los mercados mundiales hasta que las plataformas y refinerías del Golfo cayeron ante el huracán de esta semana, lo que hizo nacer esos miedos. La OPEP estaba subiendo sus precios, aunque no había aumento en la demanda. Pero sucede que la OPEP ya no es el único factor en los precios: el Mercado de Futuros de Nueva York es el verdadero lugar donde se fijan. El petróleo es ahora un commodity especulativo y Bush no hace nada para limitar sus efectos.
Si el precio del trigo se duplicara súbitamente, el precio del pan en tránsito o en los estantes del supermercado no subiría. ¿Por qué habría de subir? Entonces, ¿por qué suben los combustibles si se van a refinar con petróleo que fue comprado a precios anteriores, más bajos? Una respuesta concisa apareció en 2002 cuando se hizo un arreglo extrajudicial en el proceso por monopolios que el estado de Hawai le hizo a la petrolera Tosco. Maxwell Blecher, abogado de la Tosco, dijo en la corte que “una vez que uno decide que hay un oligopolio, uno tiene la explicación de los precios altos, las ganancias altas, la falta de competencia en precios”. Otro elemento es que cada vez más, las compañías –que la gente cree que compiten entre sí– comparten refinerías, oleoductos, cadenas de distribución. Ni Bush ni Clinton hicieron nada para frenar esta concentración.Tampoco hicieron nada con los autos cada vez más grandes y gastadores que llenan nuestras autopistas. Peor aun, se dedicaron pasivamente a mirar cómo el millaje por litro de nuestros autos bajaba –y no subía– respecto de los ochenta. La Federación de Consumidores anunció que si el millaje por litro hubiera bajado en los noventa como bajó en los 80, el país consumiría hoy un tercio menos de nafta de lo que consume. Cada centavo de aumento le cuesta a los consumidores 1500 millones de dólares.
Que la capacidad de refinado estuviera al límite es una razón que se señala para explicar la suba de precios. ¿Por qué las petroleras cerraron más de veinte refinerías en veinte años, sin construir otras más nuevas y limpias en su lugar? En parte, porque prefieren importan productos ya refinados, más baratos y por lo tanto más rentables.
Las petroleras tienen contratos a largo plazo con productores como Arabia Saudita, a precios fijos. ¿Qué tan extensivos son estos contratos? ¿Por qué cobran los combustibles como si cada barril les costara 70 dólares, si consiguen crudo a precios menores, por los contratos anteriores? Estas no son preguntas que se hagan Bush y Cheney, dos que vienen del mundo petrolero. Son dos expertos en la industria que explota a este país y que deja a su pueblo indefenso.

* Ex candidato independiente a la presidencia de EE.UU.

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