EL MUNDO › VERA, UNA MUJER CUYO CUERPO NADIE QUISO LLEVARSE

Cuando afloran los cadáveres

 Por Andrew Buncombe *
Desde Nueva Orleans

Como fuera que Vera Smith haya vivido su vida, una cosa es cierta. En la muerte no tuvo ninguna dignidad. Ahogada en los días posteriores al huracán Katrina, su cuerpo permaneció bajo un toldo en el cruce de la calle Magazine y la avenida Jackson durante cinco días. Ni sus amigos, ni su apenado esposo, ni sus vecinos pudieron convencer a las autoridades de que se llevaran el cadáver. Finalmente, molestos por la forma en que había sido abandonada –y preocupados también por las consecuencias sanitarias de una avanzada descomposición–, sus amigos la enterraron en una tumba provisoria. Un hombre del lugar colocó encima una cruz y sobre la tierra puso una sábana de plástico blanco donde escribió: “Aquí yace Vera. Dios nos ayude”.
La abrumadora mayoría de los que murieron o fueron víctimas de este desastre son, como era Vera, pobres, ese segmento de la sociedad estadounidense que a menudo parece ser ignorado deliberadamente. Es la gente que no pudo evacuarse, que no tenía dónde ir o los medios para llegar. Es la gente que simplemente no tenía los recursos para mandar un cadáver a la morgue. A medida que las aguas son bombeadas fuera de las calles de Nueva Orleans, los trabajadores de rescate se enfrentan a más descubrimientos siniestros y a una cantidad de muertos que eventualmente llegará a la decena de miles.
Las autoridades, abrumadas por el esfuerzo de encontrar y rescatar a los vivos, se vieron obligadas a abandonar a los muertes donde yacían o, más a menudo, donde flotaban. Vera, de 65 años, murió aparentemente atropellada por un conductor que no paró, cuando Nueva Orleans entró en el caos y la anarquía el día después del huracán. “Había ido al negocio a comprar algo. Sabíamos que iba a cerrar. No queríamos quedarnos sin provisiones”, contó ayer el marido de Vera, Max Keen, de 59 años, en la puerta de la humilde casa que la pareja alquilaba en el barrio conocido como Irish Channel. “No sabía lo que le había ocurrido. Vino un tipo y me dijo que estaba tirada a un costado del camino con un pedazo de cartón encima. Fui yo el que fue y le puso el plástico encima”. Y añadió: “Hablé con la policía y les pedí que se la llevaran, pero solo me dijeron que me fuera rápido. Estaba oscuro y limpiaban las calles”. Max y Vera no estaban casados formalmente pero habían estado juntos durante 25 años. Se habían conocido cuando ella trabajaba como mesera en un bar y él estaba trabajando para una de las muchas empresas petroleras que operan en el golfo de México.
Max recuerda que a ella le gustaba la ropa y los zapatos e ir de compras, y, como a mucha gente en esta ciudad, a veces le gustaba beber. También le gustaban los libros y cada domingo iba a la iglesia católica St Mary’s Assumption. Smith era el apellido de su primer matrimonio: era originaria de México. “Estuvo casada, él la dejó. Yo tenía otra novia entonces, y ella me dejó. Fue justo en el momento oportuno. Nos juntamos. A veces sucede así”, dijo Keene, con lágrimas en los ojos. “Solíamos quedarnos en la cama. Yo bebía, ella leía libros”. ¿Quién sabe cuántas otras historias hay como la de Vera; cuantos otros cuerpos yacen tirados en esta ciudad sitiada?”
Los funcionarios locales se negaron a predecir un total, pero la ciudad está llena de cadáveres abandonados. Quedan en la calle, en edificios, en la parte de atrás de camiones envueltos en sábanas con un nombre pegado en una etiqueta. El cuerpo de una mujer fue descubierto sentado derecho en una silla en un consultorio de dentista. Los rescatistas habían tenido que dejarlos y concentrarse en aquellos que todavía estaban vivos.
Harold Brandt, un médico de Baton Rouge que estuvo ayudando a los equipos de rescate mientras buscan sobrevivientes en las áreas todavía inundadas de la ciudad, dijo que la mayor preocupación es el número de cuerpos que pueden ser descubiertos en los áticos. “Una de las cosas que ocurrió con el huracán Betsy en 1965 fue que la gente trepaba a los áticos para evitarlas aguas que subían y luego no tenían manera de escapar y se ahogaban. Ahora, los veteranos en huracanes siempre dejarán un hacha en el ático”.
Vera, por supuesto, no murió por el huracán, como señala Max Keene. Patrick McCarthy, un electricista retirado, ayudó a enterrarla. “Si busca una metáfora para el fracaso, ésta es muy buena –dijo–. Esto es un insulto a nuestra humanidad.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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El alcalde local coincidió en que los muertos pueden ser 10 mil.
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