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“¿Ha muerto el abuelo?”, preguntan los niños en las calles de Jerusalén

Partidarios y adversarios de Ariel Sharon se dolían ayer del posible final de uno de los líderes israelíes más firmes de su historia, mientras su agonía concitaba una unidad nacional sólo vivida tras la ofensiva de Irak en 1990 y el asesinato de Yitzhak Rabin.

 Por Sal Emergui *
Desde Jerusalén

“Es una tragedia humana y nacional. Asistimos impotentes y resignados a la muerte de nuestro padre. Sí, Arik Sharon es como nuestro padre”, decía ayer Yuval, tras hacer las compras del viernes, horas antes de la entrada del Shabat (la festividad semanal judía más importante). Las pequeñas Orit y Lea no entendían cómo de repente su padre se ponía triste, al borde de las lágrimas. “¿Ha muerto el abuelo?”, le preguntaban sorprendidas. Yuval refleja el sentir de todo su barrio, el de Kiriat Yovel, muy cerca del hospital Hadassa, donde ayer Sharon seguía debatiéndose entre la vida y la muerte.

Refleja también el sentir de un país, que ya se había acostumbrado a la oronda figura del primer ministro. Un país que le había perdonado su polémico pasado, sus aventuras militares en el Líbano, cuando fue uno de los grandes protagonistas de la invasión a ese país en 1982. Una de las personas más allegadas a Sharon es el periodista Uri Dan, que ayer seguía con pena y tristeza la evolución de su amigo. Según Dan, “Israel no ha conocido un líder tan fuerte y determinado desde la época de David Ben Gurión, en los inicios del país”. Ayer, los israelíes siguieron con los habituales quehaceres del viernes, que es el último día laborable de la semana en Israel. Las actividades más usuales son reunirse con amigos, ir de compras, hacer deporte en los parques públicos y a media tarde congregarse en las sinagogas para rezar el arbit (una de las tres plegarias judías diarias). Siguieron con su rutina pero conscientes de que son partícipes de un momento histórico. Se les va uno de los últimos mohicanos, es decir, uno de los pocos dirigentes que sobreviven en la esfera política tras colaborar hace 50 años con el fundador de Israel. “Ya sólo nos queda Shimon Peres, pero, bueno, ese señor no es humano, llegará a los 90 como si tuviera 30”, dice Albert, de 70 años. Es indudable que los israelíes viven, individual y colectivamente, un proceso traumático. De repente, sin previo aviso, se les va el que consideran el único hombre fiable. Para ellos, el candidato laborista, Amir Peretz, “es bueno pero blando y muy novato” y el del Likud, Benjamin Netanyahu, “es demasiado arrogante, precipitado y poco fiable. Arik era una mezcla de ambos”. El veterano Ezra, también de Kiriat Yovel, tiene una teoría muy particular: “Es cierto que nosotros lloraremos en su funeral y seguramente muchos árabes brinden por ello. Pero en un futuro no muy lejano, cuando necesiten un líder israelí capaz de desmantelar más colonias e incluso de llegar a un compromiso en el espinoso asunto de Jerusalén, lo extrañarán”. En la laica y cosmopolita Tel Aviv, lejos de la santa y politizada Jerusalén, los ciudadanos se agolpaban ante los televisores y transitores. Había menos euforia y descontrol. “Nosotros hemos ganado las guerras porque siempre estábamos unidos y sin fisuras. Los países árabes perdían tiempo y energía peléandose entre ellos. Al margen de las guerras, sólo recuerdo tres momentos en los que vi una verdadera unión en la calle, ya sean laicos o religiosos, askenazíes o sefardíes, ricos o pobres. Durante la ofensiva de Scuds de Saddam Hussein, los días posteriores al asesinato de Yitzhak Rabin y ahora ante la agonía de Sharon”, resume Amir, un joven del norte de Tel Aviv que ha anulado su típica ronda de bares y se ha reunido con amigos para seguir por televisión el último parte médico. Amir siempre ha votado al Partido Laborista, pero esta vez iba a poner la papeleta con el nombre de Sharon. “Sí, no es ningún pecado reconocerlo. Este país es tan extraño y loco que en los últimos meses la izquierda tuvo que defender a Sharon, ¡a Sharon! de los ataques de la derecha”, asume. En muchas colonias judías de Cisjordania, por cierto, se hicieron plegarias por Sharon. “Es cierto que nos arrebató la idea del Gran Israel bíblico y que nos evacuó de mala manera de los asentamientos, pero yo prefiero acordarme del Sharon que iba de colina en colina fomentando la colonización”, reconocía ayer, emotivo, Benzi Liberman, dirigente del Consejo de Colonos y uno de los más acérrimos rivales del todavía primer ministro.

Los ciudadanos de la calle sienten ansiedad. La hemorragia de su primer ministro les ha provocado confusión, tristeza y mucha resignación. Durante los últimos dos días, los teléfonos no paran de sonar en Eran, uno de los principales centros de ayuda psicológica. “Hemos registrado un aumento de más de 20 por ciento de llamadas telefónicas. Son personas que sienten miedo, stress y ansiedad por la pérdida de la autoridad paternal. Necesitan un oído que los escuche y una voz que los calme”, decía ayer Tzila Newman, directora de Eran. “A mí lo que más me irrita es imaginar a Sharon, el soldado que no temía a nada, el general que conocí en la guerra con un vendaje en el frente, agonizando como un viejo desahuciado, débil y sin recursos, envuelto de cables y aparatos”, se lamentaba Ezra, en Kiriat Yovel. “Esta noche, como muchos israelíes, rezaré por él en la sinagoga. Me da igual que su carrera política ya esté acabada, yo sólo quiero verlo sonreír de nuevo”, sollozó dirigiendo la mirada a pocos metros y elevándola al séptimo piso del hospital en el que un anciano de 77 años se encuentra sedado y aislado de la ola de tristeza y tensión que su dañado cerebro ha provocado.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“Lucha por su vida”, dice el titular de un diario israelí frente al hospital Hadassa.
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