EL PAíS › SEGUNDA JORNADA DEL JUICIO ORAL POR LA MASACRE DE FáTIMA

Gallone apeló a las “alternadoras”

 Por Diego Martínez

“Tengo 84 años y lucho hace 33. Doy gracias de haber llegado hasta acá para saber quiénes son los represores. Nunca les deseé la muerte. Sólo pido que se los juzgue y que estén en cárceles comunes”, dijo, serena, Aurora Morea, Madre de Plaza de Mayo. Fue durante el segundo día del juicio contra los policías Juan Carlos Lapuyole, Carlos Gallone y Miguel Angel Timarchi, sindicados como autores mediatos de los secuestros y homicidios de treinta personas que fueron sacadas de Superintendencia de Seguridad Federal, asesinadas y dinamitadas en la madrugada del 20 de agosto de 1976, en la tristemente célebre “Masacre de Fátima”.

Gallone volvió ayer a pedir la palabra. No respondió preguntas, pero aclaró, Página/12 del miércoles pasado en mano, que no fueron “varias”, sino dos las indagatorias en las que omitió informar su franco en Mar del Plata, que justamente coincide con la noche de la masacre. Luego redondeó su relato anterior, que había iniciado la semana pasada. Del casino, dijo, fue con su padre al cabaret Las Vegas. Al salir le habían robado el auto a Amadeo Mandarino, tanguero amigo que animaba el show de las “señoras alternadoras”. Pidió al tribunal que rastree la denuncia “en la jurisdicción de la boite”.

Morea relató el secuestro de su hija Susana Pedrini, su yerno, José Bronzel, y su consuegra, Cecilia Podolsky. Supo que estuvieron en Superintendencia, separados, y que “mi consuegra lloraba día y noche”. Un sobreviviente relató que Susana, en un baño, le dijo “Chola no llores. Cuando vean que no andamos en nada nos largan”. El portero del edificio le pidió “mil disculpas”, porque los secuestradores lo llamaron para preguntarle si un domingo la pareja había estado en su casa y “por miedo” respondió “no sé nada”. Sabía, claro. A los militares que entrevistaba les decía “júzguenla y si es culpable la cuelgan en la plaza, pero a la gente se la juzga”, explicó. Gallone, bastón en mano, la miraba sin pestañear.

“Corre la bola de que el Negro perdió”, le confió un compañero a Hugo Argente. Su hermano Jorge, 20 años, flaquito, alias Biafra, había desaparecido. Poco después se generalizó “esto de dejar de estar”, contó. Durante años “tuve más miedo a desaparecer que a morir”. En 1983, cuando se exhumaron los cuerpos en Derqui, “llegué hasta la puerta y volví”. Agradeció “a mi compañera y mis tres hijos que me apuntalaron para que me fuera a sacar sangre” en 1999. Un año después el Equipo Argentino de Antropología Forense le confirmó la identificación. “Como no podíamos quedarnos con un montón de huesos” recurrió al CELS para iniciar la causa.

Haydeé Gastelú y Oscar García Buela declararon sobre su hijo Horacio, conscripto de la Base de Infantería de Marina en Bahía Blanca. Lo secuestraron durante su licencia junto a su novia Ada Victoria Porta, de 17 años. “Si es desertor, búsquenlo”, exigieron durante un año en el edificio Libertad. Sabían por Horacio que un oficial de inteligencia de apellido De León lo interrogaba. Insistieron hasta que Enrique de León los atendió. “Dijo que era un chico extraordinario, que al no volver habían abierto su gaveta y ‘las cartas de su novia eran normales’, dijo. ‘¿Las cartas? Qué raro’, le expliqué. ‘En la licencia las trajo a casa. Están en mi mesa de luz’. De León concluyó la entrevista y me abrazó con lágrimas en los ojos’”, relató. Recuperar los restos de Horacio “fue como salir de un agujero negro”. Confesó que visita con su marido el lugar de la masacre. “Es como encontrar algo de mi hijo. Es una ruta abierta, llena de sol, con árboles regados por la sangre de nuestros hijos”, concluyó.

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