EL PAíS › REPORTAJE A LULA SOBRE
LA ARGENTINA, LA CRISIS, EE.UU. Y SU PROYECTO DE PAIS

“Yo propongo un nuevo contrato social”

Hoy puede ganar en primera vuelta. O pasar a la segunda muy bien ubicado. En cualquier caso, Luiz Inácio Lula da Silva, el candidato a presidente por el Partido de los Trabajadores, conseguirá una cantidad de votos superior a la población de toda la Argentina. Aquí sus ideas y sus definiciones, expuestas a Página/12.

 Por Martín Granovsky

En 1998 Lula consiguió 32 millones de votos. Casi una Argentina. Hoy, gane o no en primera vuelta, obtendrá alrededor de 40 millones. Más de una Argentina, que votará para presidente a un tornero mecánico que en 1980 fundó un partido de trabajadores con una estrella roja de cinco puntas y ahora se propone hacer de Brasil un país menos cruelmente desigual sobre la base de reindustrializarlo.
El paradero de Lula era ayer uno de los misterios mejor guardados de Brasil. Seguramente estaba en su casa de San Bernardo, a una hora de ómnibus de San Pablo, o en casa de algún amigo. Mientras todo el Partido de los Trabajadores salía a la calle para exhibir a sus militantes como posters ambulantes y ganar los últimos votos, el candidato prefería guardarse.
Asesores de campaña de Luiz Inácio Lula da Silva admitieron que no hay encuestas nacionales (no puede haberlas) pero dijeron conocer sondeos sobre la base del tracking, muestreos que indican tendencias. Esos sondeos siguen dando al candidato petista alrededor de la mitad de los votos válidos emitidos, es decir los votos positivos descartando la cifra de sufragios en blanco o impugnados. Para que no haya segunda vuelta dentro de tres semanas, la suma debe superar el 50 por ciento más un voto. Seguía sin haber exitismo ayer en el PT. La fórmula de este partido parece simple: trabajar y trabajar. Tener persistencia más allá de cualquier espectacularidad. Confiar en una estructura de militantes mayor a la de los otros.
Página/12 pudo saber que Lula se interesó por la situación en cada ciudad de Brasil. El candidato declinó contestar reportajes cara a cara pero aceptó responder por escrito las preguntas que le envió este diario, empezando, claro, por su declaración de hace dos semanas según la que Brasil no quebrará y que “no es una republiqueta, no es la Argentina”.
–¿Piensa o no que la Argentina es una republiqueta?
–Eso ya lo aclaré: no. Y dije que lo único que nos divide es el fútbol. La prioridad número uno de nuestra política exterior será la reconstrucción del Mercosur, muy debilitado por las crisis que sacudieron a los cuatro miembros.
–¿Qué hará con el Mercosur si gana la presidencia?
–Seguir un objetivo de desarrollo. Eso no implica no sólo el crecimiento acelerado de nuestras economías sino una efectiva distribución del ingreso para poner fin a las desigualdades graves que afectan al continente. Igual, yo tengo claro que el éxito del Mercosur depende en gran medida de la calidad de las relaciones entre Brasil y la Argentina, que para nosotros es la prioridad número uno. La Argentina es un gran país, con un enorme potencial económico y una población culta y politizada. Sus dificultades actuales son pasajeras y Brasil deberá empeñarse a fondo para que sean superadas en el plazo más breve posible.
–¿Por qué se opone a la puesta en marcha del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas?
–En los términos en que fue propuesto por Estados Unidos en 1994, un acuerdo de libre comercio para la región produciría gravísimos problemas. La asimetría entre los países es enorme y no se ven recursos y políticas para eliminar las grandes desigualdades socioeconómicas entre los países miembros. Los Estados Unidos detentan la hegemonía tecnológica, militar, cultural y económica y no se proponen una política compensatoria como la que la Unión Europa tuvo para España, Portugal y Grecia. Una propuesta así no es integración. Es anexión de las economías latinoamericanas a la economía de Estados Unidos.
–¿Cuál es la alternativa al ALCA?
–Negociar con base en el Mercosur y profundizar las relaciones con la Comunidad Andina de Naciones. Creo en las negociaciones dentro y entre los distintos bloques subregionales. Sin el Brasil, el ALCA no existe. Y además, una verdadera integración incluye a Cuba. El pueblo brasileño ya pagó un precio demasiado alto por la sumisión de Brasil a la globalización neoliberal comandada por Estados Unidos. El país se rindió a las exigencias del Fondo Monetario y el Banco Mundial y fue tímido en la Organización Mundial de Comercio. Si Brasil se somete a una integración forzada al ALCA, todos esos costos aumentarán. Un estudio de la embajada brasileña en Washington constató que las exportaciones brasileñas a Estados Unidos pagan un arancel medio del 45 por ciento, mientras que los productos norteamericanos pagan en Brasil una media del 15 por ciento. Si eso no cambia, ¿qué vamos a discutir con ellos?
–Si gana, ¿mantendrá una política hostil hacia Estados Unidos?
–No. Un gobierno democrático-popular no mostrará ningún tipo de hostilidad. El mercado norteamericano absorbe el 25 por ciento de nuestras exportaciones, pero nuestro gobierno no será sumiso: las defenderá. Brasil todavía es una de las diez mayores economías del mundo y no puede ser tratado como una república bananera.
–¿Cómo serán las relaciones con Estados Unidos?
–De respeto mutuo y resolución diplomática de conflictos. Estados Unidos es una gran nación. Espero que la administración norteamericana también entienda que la estabilidad de Brasil es vital para el continente.
–¿Está de acuerdo con quienes dicen que Estados Unidos está desplegando una política más unilateral que nunca?
–Las condiciones geopolíticas actuales, pautadas por el unilateralismo del gobierno de Estados Unidos, forman un contexto internacional desfavorable para la implementación de políticas autónomas que respondan a los intereses nacionales.
–¿Apoyaría una acción militar contra Irak?
–El ataque no tiene consenso en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde en este momento, además, Estados Unidos sólo cuenta con el apoyo de Gran Bretaña. Si hubiera un ataque unilateral, eso facilitaría un sentimiento de rebelión muy fuerte en el mundo árabe y agravaría el conflicto existente en el Medio Oriente y en varias regiones con gran presencia de población árabe o musulmana. Los inspectores de la ONU deben decir si Irak es una base terrorista, para que después el Consejo de Seguridad decida las sanciones adecuadas. Un eventual ataque contra Irak sacudiría la economía mundial, como ya viene ocurriendo con el alza del precio del petróleo, y Brasil se vería perjudicado. Por eso, y de acuerdo con la tradición diplomática brasileña, defendemos una solución negociada para esta crisis.
Pacto y negociación
Negociar parece el verbo clave de Lula. La redacción de la revista Istoé quedó tan impresionada por su obsesión que tituló el reportaje que le hizo en el último número precisamente así, “Negociar y negociar”. Y no es sólo un estilo. Si Lula gana las elecciones, hoy o dentro de tres semanas, herederá un país con una tremenda vulnerabilidad externa. Brasil es, hoy, capital dependiente, y los capitales no abundan por la caída de las acciones en Wall Street y la desconfianza ante la crisis de los mercados emergentes. Nadie sabe cuántos diputados tendrá de los 540 que forman la Cámara baja en Brasilia. Pero sin duda no será la mayoría ni mucho menos, y ése es otro dato que forzará una negociación permanente. La diferencia de Brasil y la Argentina es que la negociación forma parte esencial de la historia brasileña. El PT no es una organización llegada de Marte y, como queda claro por los testimonios recogidos en las páginas 4 y 5, tampoco se formó a partir de definiciones ideológicas o interpretaciones librescas de una u otra corriente socialista. Es un fenómeno bien brasileño.
Para el PT la cuestión no es formar una coalición ideológica sino una social. Por eso viene apuntando a sumar a los industriales descontentos con la apertura irrestricta de la economía, como Enrique Staub de Gradiente y el propio José Alencar, el fabricante de camisetas que factura 300 millones de dólares por año y es el candidato a vice de Lula. Cualquiera de esos nombres podría integrar el gabinete. Esos u otros como ellos podrían ir al Banco Central. Lula no quiere dar nombres, pero ya dijo que no llenará todos los cargos con dirigentes y expertos del PT. Su estilo puede repetir el de Marta Suplicy, la psicoanalista y sexóloga que ocupa la intendencia de San Pablo por el PT. Marta, como la llaman aquí, puso a un banquero en Hacienda y a un urbanista que no viene de la izquierda en el área de planeamiento.
–Lo que queremos hacer en Brasil –dijo Lula en otra de sus respuestas a Página/12– es lo mismo que hacen la mayoría de los países, sólo que cada uno practica un tipo de política industrial adecuada a sus necesidades. En algunos momentos de la historia de nuestro país esa política fue pensada a largo plazo. Así ocurrió durante los gobiernos de Getulio Vargas y de Juscelino Kubitschek. Yo estoy proponiendo un nuevo contrato social para Brasil. Un pacto que ponga en una mesa de negociaciones a los empresarios, las centrales sindicales y los sindicatos, los distintos sectores de la sociedad civil organizada y los movimientos sociales para que podamos hacer las reformas necesarias y volvamos a crecer con justicia social.
–¿No es demasiado mágico pensar que la negociación por sí misma conformará a la gente y a los inversores al mismo tiempo?
–No veo ninguna contradicción. Tampoco veo que se opongan estabilidad y crecimiento. Eso es lo que piensan algunos economistas conservadores y yo no estoy de acuerdo. Estados Unidos durante los años ‘90 creció a tasas bastante satisfactorias, la inflación cayó y descendió el déficit fiscal. El crecimiento tiene la virtud de aumentar la situación fiscal y, por lo tanto, mejorar las cuentas públicas. La tasa de interés hoy está en el 18 por ciento anual y esa cifra impide un mayor crecimiento de las inversiones y del PBI. De ese modo también aumenta la deuda del sector público. Por dar sólo una cifra, en julio esa deuda llegó a casi el 62 por ciento del PBI. La tasa de interés aumenta porque el gobierno no pensó en otro modo de obtener dinero que vender títulos. Nosotros, en cambio, pensamos en impulsar la construcción civil y fomentar cooperativas de crédito. Antes teníamos superávits comerciales de más de 10 mil millones de dólares al año. El déficit de cuentas corrientes era casi nulo. Hoy estamos en manos de la buena voluntad de los capitales externos para que las cuentas cierren, y el país tiembla cada vez que hay una turbulencia en el mercado internacional. Estos últimos ocho años marcaron el período en que menos creció el PBI per cápita brasileño en toda la historia del país. El desempleo pasó del 4,5 por ciento en 1994 al 7 por ciento, y no contamos el subempleo. Proliferó la criminalidad y el riesgo país es uno de los tres mayores del mundo. Nuestra participación en el comercio internacional cayó del 1,4 por ciento en los ‘80 al 0,9 actual.
–¿Está conforme con el trabajo de Duda Mendonca? ¿Le hizo un buen disfraz, como sospechan los críticos más duros del establishment?
–El mérito de Duda Mendonca fue presentarme como soy de verdad. Los que me conocen saben que son afectivo, espontáneo y muy firme negociando. Gran parte de la población sólo conocía al Lula sindicalista y político. Y los principios son los mismos. Represento un programa democrático y popular para la sociedad brasileña, que no quiere votar guiándose por principios ideológicos. Los brasileños quieren alguien que dé respuestas a los problemas graves. Para eso nos preparamos. En esencia nos mantenemosintactos, comprometidos con la distribución del ingreso, la justicia social y el combate contra los prejuicios. Y con la democracia, obviamente.
–¿En qué cambió el PT desde su fundación? ¿Giró a la derecha?
–No, el cambio es que como nuestro partido ya tiene 22 años de edad está más maduro. Cumplimos un papel, y ahora el pueblo quiere un PT que diga lo que va a hacer y cómo lo hará. Y está muy claro por qué: porque el PT gobierno ya sobre más de 50 millones de brasileños, en cinco Estados, siete capitales y una parte de las ciudades con más de 200 mil habitantes. Ese es el motivo por el que Brasil precisa ser gobernado por el PT: para saber en qué medida las cosas pueden ser diferentes.
Izquierda y derecha
En los últimos años, y durante el tramo final de la campaña la tendencia creció, Lula se irrita cuando le piden definiciones por izquierda y derecha. En general esa irritación es más bien de derecha. Los conservadores son los que suelen decir que no importan las distinciones ideológicas. Los críticos de Lula por izquierda ven en su negativa a autodefiniciones de ese tipo una prueba clara de un presunto giro hacia posiciones de centroderecha, pero otra interpretación es posible: en el caso de Lula, su historia personal no muestra en ningún momento una preocupación dogmática. En el reportaje de Istoé, cuando los periodistas le preguntaron si era un hombre de izquierda Lula dijo: “Nunca me preocupé por eso”. Explicó que lo que más contento lo pone en la vida no son las etiquetas. “A principios de mi vida política me preguntaron si era comunista. Respondí que era tornero mecánico. Desde el punto de vista filosófico soy mucho más socialista, y creo que la riqueza en el mundo debe ser distribuida de forma más ecuánime para toda la sociedad. Si vencemos vamos a ejecutar un programa pensando en hacer justicia social y un mínimo de distribución de ingresos.”
–Nuestro desafío –respondió a Página/12–— es que produzcan las 90 millones de hectáreas que hoy están ociosas y a la vez cuidar a los cuatro millones de pequeños propietarios que no producen todo lo que pueden porque no hay política específica hacia ellos. La inclusión económica y social de cerca de 50 millones de personas que viven hoy debajo de la línea de pobreza. Eso impulsará la economía y favorecerá el desarrollo de las empresas micro y de las pequeñas y medianas.

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