EL PAíS › REFLEXIONES SOBRE LA CONSIGNA BASICA DE LOS CACEROLAZOS

Qué es eso de “que se vayan todos”

¿Un reclamo de mayor democracia? ¿O un estéril grito de antipolítica? ¿Una invitación al desencanto y el autoritarismo? ¿O la primera semilla de un nuevo modelo político? Un debate sobre el frontal repudio a los partidos y su ejercicio del poder que muestra la gente en las calles, con la cacerola y a los gritos.

 Por Victoria Ginzberg

Es el leit motiv de los cacerolazos y las asambleas barriales. Convoca a los pesificados, los no pesificados, los deudores bancarios y privados y los que exigen la renuncia de la Corte Suprema: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, se corea en todas las protestas, en alusión, claro está, a los políticos. La consigna aglutinadora del descontento social es expresión de la crisis de representatividad de Argentina pero además: ¿es injusta, reduccionista o destructiva? “Deja espacio para los sectores que quieren aprovechar el desencanto”, dice el sociólogo Fortunato Mallimaci. Los caceroleros expresan aquí que no se trata de un manifiesto de la antipolítica, por el contrario, argumentan que la frase intenta expresar la exigencia de la “apertura del juego democrático”.
“Estamos de acuerdo en que se vayan todos pero el problema es ¿quién viene? Ese es el gran problema”, asegura Pablo Impagliazzo, de 43 años, ex militante peronista y ahora asambleísta de Villa Crespo.
Para Sebastián Vera y Tomás Peña, de 20 y 21 años, caceroleros de la Quinta de Olivos, la cuestión central no es la búsqueda de un reemplazo de la actual dirigencia sino que lo importante es que los vecinos están reclamando dejar de delegar: “Hacernos cargo y empezar a decidir cómo usar la plata, cuáles son las prioridades. Queremos que se vayan los que ya estuvieron y nos hundieron, los que no están a la altura de las circunstancias”, afirman. Para ellos el “que se vayan todos” significa recambio. Admiten que no hay una propuesta clara y especulan con un gobierno de las asambleas populares cuyo punto de partida sea la participación en los presupuestos municipales.
“Si lo escuchás (el que se vayan todos) suelto parece infantil, sin objetivo ni dirección pero tiene que ver con un modelo económico y político que no va más”, afirma Susana, del Cid Campeador. La mujer de 47 años, vendedora de equipamiento médico, explica, como el resto, que la frase no expresa un rechazo a la política sino a los partidos tradicionales.
Los analistas sociales Federico Schuster y Fortunato Mallimaci discrepan sobre la pertinencia de la consigna. Al primero le parece “justa, entendible y justificable”. Al segundo, “confusa y simplificadora de una realidad compleja en un momento crítico”. Ambos coinciden en que expresa el hartazgo y la falta de credibilidad en la clase política y en que es difícil prever qué sector va a explotar su poder de convocatoria.
“No hay una alta probabilidad de que sea usada por sectores autoritarios porque las Fuerzas Armadas están debilitadas, no hay otras alternativas fuertes de ese tipo y los asambleístas tienen posturas negativas frente a estas posiciones. Pero todo es posible. Estamos en un período abierto. También es posible que las asambleas se conviertan en un mecanismo de participación democrática popular real”, dice Schuster. Para él la opción contra política es potencialmente peligrosa pero a la vez interesante: “Estábamos en una situación negativa de desmovilización, ahora podemos mirar el lado positivo”.
Mallimaci, menos esperanzador, vislumbra el fantasma de la cultura autoritaria de la sociedad argentina. “No veo que la consigna incluya a los empresarios, a los dirigentes sindicales y religiosos que también fueron parte de este sistema. Creo que puede llevar a más o menos democracia, y que hay un grupo de gente que anima la consigna para alentar el descreimiento de la política partidaria y dejarnos a merced de los `virtuosos no contaminados` que pueden encarnarse en algunos comunicadores sociales, militares o empresarios”. Para el sociólogo no se trata de destruir la representación sino de reconstruirla. “La historia muestra que ese tipo de experiencias (las asambleas) es importante al principio, como espacio de creación, pero que para que haya participación masiva hay quebuscar representantes, si no se canaliza en una estructura más tradicional es puro romanticismo”, afirma.
Héctor Bruzzone tiene 43 años y una librería en Sarmiento al 3900. Desde el 3 de diciembre del año pasado se plantó en la esquina de Medrano y Corrientes para convocar a los comerciantes de la zona a organizarse en una asamblea. El hombre rechaza que el reclamo para que se vayan todos los políticos sea favorable para las posiciones autoritarias. Y explica que su objetivo es “construir una herramienta política que nos permita elaborar una alternativa. Todos los políticos que estén dispuestos a acompañar la lucha del pueblo se salvarán. Si se quedan en la oscuridad de los contubernios, el pueblo los va a pasar por arriba. Nadie va a rechazar a los que caminen con el pueblo pero hay gente a quien no le damos ni el beneficio de la duda, la UCR, el PJ y los partidos liberales”, subraya.
Carlos “Chacho” Alvarez es uno de los que se fue. Pero su renuncia a la vicepresidencia de la Nación tampoco es aceptada por los caceroleros. “Es uno más de la partidocracia asquerosa”, dicen los de Olivos. “Se quedó en la formulación de las nuevas formas de participación y ahora demostramos que sin aparato se puede ejercer control del poder a través de las asambleas”, afirma Buzzone.
“Yo la canto”, confiesa Alicia Castro, sobre la consigna “que se vayan todos”. La diputada de Frente para el Cambio no cree que los caceroleros la incluyan en su repudio. “De otra forma, no me dejarían estar en la calle con ellos, yo estuve el 19 y 20 de diciembre, en las protestas contra la Corte Suprema y en las manifestaciones que se hicieron en las sucesivas asambleas legislativas. El rechazo es contra la corporación política y creo que la respuesta es llamar a elecciones sin listas sábana”, afirma.
¿Quiénes reemplazan a los que están si todos se van? Los asambleístas consultados por Página/12 reconocen que el futuro es incierto, apuestan a que de los barrios puedan salir nuevos dirigentes que acompañen “al puñado que se puede salvar” (algunos hablan de Luis Zamora, Lilita Carrió y otros de nadie), especulan con que las comisiones barriales puedan ser el prototipo de un organismo de control, reconocen que si se devuelven los ahorros algunos vecinos perderían interés por la movilización (y apuestan a que otros no) pero, sobre todo, rescatan que algo nuevo está surgiendo. “Veo que en las asambleas hay mucha gente de mi generación participando activamente. Somos parte de los que fuimos desaparecidos o eliminados como personas en la dictadura y estuvimos todo este tiempo hechos unos burgueses de mierda. Ahora queremos construir nuevos caminos y eso es algo rico”, sintetiza Susana, del Cid Campeador.

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