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Amigos y sartenes

 Por Soledad Vallejos

A media tarde, el celular suena para que alguien me grite: “¡Hace tres días que no los veo, tengo abstinencia!”. Es uno de mis amigos usando la contraseña que abre las puertas de mi cocina y mi living. Media hora después, chequeo mi correo electrónico y encuentro otra queja: “No los veo hace dos días, querida. Cena hoy”. Y seguramente no tardaría en escuchar otro reclamo (es que soy la hermanita goy de una princesa judía à la Barbra Streisand) si la batería de repuesto del celular hubiera soportado mejor una caída de dos pisos. Pero no, se rompió, y en poco tiempo me quedo sin repuesto, incomunicada, y algo salvada. Cuestión que no puedo evitarlo: tanta demanda (justificada) termina por convencerme de la necesidad. Escucho, leo eso y contesto que bueno, que por supuesto, que vayan viniendo para casa a medida que los libere su vida. Sin darme cuenta, con ese reflejo de niñita que creció leyendo las recetas de Blanca Cotta en Anteojito, sigo escribiendo una nota mientras repaso mentalmente si había algo en la heladera, calculo si llego a comprarle al verdulero de la esquina (que escucha tangos y todavía da yapa), o si tengo que pasar por el mercado de San Telmo. A veces no llego a ninguno de los dos y alguien más tiene que venir con la bolsita del súper en colectivo. Pero supongamos que sí, que ese día tengo efectivo, tiempo y llego a comprar todo. De a uno van llegando, vamos decidiendo qué comer: mucho calor para probar las recetas con papas del Cordon Bleu, demasiada hambre para una ensaladita, muy poco aceite de maní para un buen chop suey. Revolvemos libros y recortes, cortamos algunas hojitas de la planta de albahaca, nos preguntamos uno a uno cómo fue el día, qué pasó en el trabajo, comentamos noticias, y cada uno toma su lugar, de acuerdo al plato que hayamos elegido: yo organizo la cocina según lo que se va necesitando y doy una mano si no es mi especialidad, mi novio oficia de buen anfitrión si está de buen humor, mi perra se mete en el medio, un amigo se encarga de los detalles del plato, otro enseña técnicas del restó elegante en el que trabaja, y mi hermanita la princesa se queda tirada en el sillón. Cuando finalmente comemos, hacemos la crítica culinaria: está bien de sal, falta jengibre, lástima la salsa, quedaría bien con... Si por casualidad estamos viendo tele, el zapping se detiene sí o sí en el canal de cocina. Y lo mismo, con las variantes “es un ladrón, no puede mezclar eso”, “qué grande Dolli”, “cómo hizo eso”. Empiezo a sospechar que somos insoportables.

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