EL PAíS › OPINION

Los que festejan

 Por Eduardo Aliverti

Antes que nada, vaya el homenaje a la lección dejada por los mineros chilenos, la sanción del 82 por ciento móvil, el nuevo desempate de Don Cleto y también el exabrupto del ministro de Economía sobre cámaras de gas y periodistas. Gracias a ellos, la inseguridad desapareció en la Argentina durante toda la semana. De golpe. De un solo saque. Un verdadero milagro que revela lo cerca que puede estarse de soluciones mágicas para los grandes dramas nacionales, sin que nos demos cuenta.

En segundo lugar, habrá que insistir con algunos señalamientos de analfabetismo no ya de economía, sino de elementalidad analítica, directamente, a estar por lo que volvió a escucharse sobre “la plata de los jubilados”. Esa sola preposición implica una demagogia barata, cínica, que puede comprenderse desde bolsillos flacos y bronca consecuente, pero no a partir de sujetos (periodistas, legisladores, economistas) con la obligación profesional de registrar cómo funciona cualquier sistema jubilatorio, por lo menos de este mundo. El periodista siente un cierto pudor por aparecer tan repetitivo, pero no encuentra más salida que la insistencia con aspectos básicos, de una obviedad casi obscena, frente al machacar de barbaridades que a su vez se amplificaron con las justificaciones del proyecto sancionado por la Cámara alta. La única garantía para los fondos previsionales es la buena salud económica, porque no hay otra forma de sostener los pagos y es esa buena salud, precisamente, la que entre otras cosas permitió incorporar al sistema a alrededor de 2.400.000 personas que jamás habrían accedido a los beneficios debido a sus carencias de años aportados. Y a futuro, es el reforzamiento de la cantidad de empleados activos, cuyos aportes vayan a solventar el esquema, una de las llaves para asegurar la plata no de sino para los jubilados que habrán de ser. ¿Qué es un descuento jubilatorio que no sea un salario diferido? Nada. Es una entelequia. No hay una cuenta en la que esa deducción se deposite y congele. Hay la movilidad de esos aportes, en inversiones diversas, para que la economía se dinamice y los fondos estén. Sin embargo, bien que el problema es universal gracias al aumento en las expectativas de vida, la retracción de la natalidad y la precariedad laboral que trajo consigo la ola liberal de los ’90, en la Argentina –visto en números de escala– hay casi tantos jubilados como trabajadores aportantes. La relación es 1 a 1,4. Son algunas consultoras del propio establishment, como la de Carlos Melconian, las que establecen que para pagar el 82 por ciento con fondos genuinos se necesitarían tres aportantes más por cada jubilado. ¿Quién puede imaginar que eso pudiera acercarse paulatinamente, si es que acaso se deja lugar a la fantasía, como no fuere a través de la fortaleza de la economía? ¿Qué otra manera hay de soñar con más trabajadores aportantes? ¿Y quién si no el Estado puede diseñar las políticas activas que marchen hacia allí? Los caraduras que hoy se preguntan por el desvío de los fondos jubilatorios hacia inversiones que no tendrían que ver con su objetivo primigenio, ¿qué se preguntaban cuando la plata de los futuros jubilados era timbeada por las AFJP?

Al citar esto último, claro, se deja cierto ABC del funcionamiento económico para meterse en la (in)moralidad política propiamente dicha. El Gobierno tiene lo suyo, por supuesto, porque se limita a decir que lo sancionado no se puede financiar. Pero no explica, como debe, que no es posible hacerlo por la ausencia de afectación a sectores de altísima capacidad tributaria. Cada vez que intentó avanzar o discutir en tal sentido, sin embargo, fueron esos sectores los que le saltaron a la yugular. Basta acordarse del choque por la 125, cuando poco menos le pararon el país. Si ya entonces tenían una rentabilidad galopante y pusieron al Gobierno contra las cuerdas, ¿qué harían ante la creación de medidas enérgicas para financiar el aumento a los jubilados que tanto los conmueven? ¿Qué haría el grueso de la oposición que no haya hecho ya frente a las retenciones móviles para “el campo”? ¿Qué harían de distinto si se propusiese el incremento de los aportes patronales, o del impuesto a las Ganancias, que no haya ocurrido ya con la propuesta de distribuir renta empresaria con los trabajadores? La lógica es un doble discurso de hierro: si no se toman medidas, exigen que se lo haga en nombre del palabrerío progre del oficialismo y le marcan la contradicción entre perorata y privilegiados que no se tocan; pero al menor atisbo en la dirección solicitada, el Gobierno es autoritario, chavista o cubano (ver sobre el tema la nota de Sol Torres Minoldo, socióloga, suplemento Cash, Página/12, domingo 26 de septiembre pasado).

Algunas crónicas y datos deliciosos del coloquio marplatense de IDEA, crema del empresariado local, dan testimonio de la hipocresía sin límites de estos facciosos. La mayoría de ellos, en voz alta u off the record, coincidió en que el aumento no se puede pagar, pero aplaudieron cuando se conoció el voto del Gardiner mendocino y hablaron de sabor a un tiempo que se termina. También a la par, una de las encuestas que se hace entre esos hombres de grandes negocios mostró que un 80 por ciento cree que la economía estará “igual o mejor” durante 2011. Y maldicen que la oposición no logre consensuar liderazgo político alguno. ¿Es explicable esta esquizofrenia? Por supuesto: aun en contra de sus propios intereses, siendo que les va entre bien y fantástico, no aguantan dejar de pensar en un modelo que a como sea les excite la insaciabilidad. Menem, en una sola e irrebatible palabra. Se los dijo en la cara uno de los invitados, el historiador económico Pablo Gerchunoff, al referirse al proyecto de participación de los trabajadores en las ganancias. “Si no quieren un populismo arcaico, también deben rechazar un capitalismo arcaico (...). La propia clase empresarial argentina debería proponer un proyecto de participación obrera en las ganancias (...), pasando a la ofensiva en materia de equilibrio social.” Podría decirse que les habló desde el propio palo, con el corazón y con el bolsillo. Pero ellos prefieren festejar su miserabilidad de ver perjudicado, eventualmente, el capital político de un gobierno que los encrespa antes por sus símbolos que por el perjuicio a sus intereses. De igual modo, Cobos dijo que no tiene idea de cómo financiar lo que votó. Mauricio Macri, ante la pregunta puntual de qué haría él si fuese presidente, respondió que lo pensaría cuando lo sea. Y los que se conocen o autointitulan como centroizquierda no kirchnerista (pinosolanismo y algunos “socialistas”), que en parte y cuando el debate en Diputados tuvieron aunque sea la dignidad de preocuparse por mostrar fuentes de financiamiento, sí hablan de que los sectores del privilegio sufran más tributación pero, bueno, hay el pequeño problemita de con qué fuerza política se hace eso; y, por tanto, de cuál esquema de alianzas eligen...

Digamos entonces algo obvio ya bastante dicho, pero imposible de evitar porque es la madre de todos los borregos: a relevo de pruebas por confesión implícita de las partes opositoras, esto no se votó por sensibilidad hacia los jubilados, sino para joder a alguien que para el caso se llama Gobierno. Los que más tienen, de tanto que esto no los jode, andan de fiesta.

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