EL PAíS › OPINION

Un rotundo cable a tierra

 Por Mario Wainfeld

Extraña experiencia la de las primeras Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Su saldo es también particular, difícil de cotejar con otras instancias. Es mucho más que una encuesta por la magnitud de “la muestra”, por la alta implicación ciudadana, por la magnitud del resultado que impactará en los dos meses que vienen. Es menos que una elección de autoridades, que define el panorama para años venideros, designa mandatarios y legisladores, escalona a los opositores. De cualquier forma, con una alta participación y resultados aplastantes, las PASO son un robusto cable a tierra, un baño de realismo, un indicador acerca de legitimidades relativas, un mentís a discursos muy en boga.

Esta nota cierra media hora pasada la medianoche con el 55 por ciento nacional escrutado y un 30 por ciento en Buenos Aires. Se omiten, por tanto, porcentajes definitivos, se escribe en base a tendencias.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner arrasó. Consiguió votos que en octubre le permitirían ganar en primera vuelta y superar su desempeño de 2007. Goleó en Buenos Aires, hipotética “madre de todas las batallas”. Primó en casi todas las restantes batallas, hermanas o tías, hasta en Capital y Córdoba que habían alentado fantasías de sus rivales. Sólo fue batida en la invicta San Luis.

Los opositores más cercanos, por así decir, obtuvieron apoyos propios de “terceras fuerzas” y no de quien logra el segundo puesto. En las votaciones para presidente de 2003 y 2007 salieron terceros Ricardo López Murphy (16,3 por ciento) y Roberto Lavagna (16,9 por ciento). Ayer, ninguna alternativa al kirchnerismo llegaba a esas marcas.

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Ella es: Se elige en octubre. Nadie ganó una elección antes del escrutinio, menos aún en un ensayo general como el de ayer. Puede ocurrir un “efecto Atocha”, una catástrofe, puede que cause efectos la catarata de denuncias mediáticas que responderán al pronunciamiento popular... Nada es imposible en el reino de lo humano, en lo social o en lo político. Pero es difícil que cambie tanto el humor colectivo. Lo más probable es que en dos meses se repita el sesgo de las PASO.

Y, en último caso, el termómetro más certero (las urnas) midió ayer una sensación térmica totalmente diferente al relato dominante en las últimas semanas, meses y años. Pasa a ser inverosímil que una ola de odio y de rencor antikirchnerista recorra la República. Que un hastío ciudadano vigoroso rechace al Gobierno y a sus lineamientos principales. Que la Presidenta haya perdido toda legitimación en el ejercicio de su mandato, sea antes o sea después de la desaparición de Néstor Kirchner.

Quien quiera oír, que cuente... votos. O que mire, sin anteojeras ni prejuicios. Sobraron precedentes. Los festejos multitudinarios del Bicentenario o la peregrinación masiva a Tecnópolis fueron una muestra palpable que muchos no supieron leer. Entre otras cuestiones porque los referentes opositores le hurtaron el cuerpo a esas convocatorias dichosas. Se equivocaron porque no eran actos proselitistas, sólo concurridos por militantes o partidarios del kirchnerismo. Eran argentinos de todo color político, transversales. Expresaban una población dispuesta a disfrutar una oferta estatal, a convivir, a aprender, a no sumirse en la “crispación” ni abroquelarse en un antioficialismo tan elitista como poco estimulante.

Aunque, en sustancia, el apoyo al kirchnerismo es político. De validación (en promedio) de una propuesta que se viene desarrollando. Los antagonistas se empecinaron en marcar una diferenciación pasional en el estilo, de suma cero en la política. No es esa la señal que le devolvió la ciudadanía.

La Presidenta viene siendo maltratada, agredida y descalificada, a menudo con malas artes. No hablamos de las críticas a medidas de gobierno ni de las denuncias de corrupción que, aunque sean exageradas o falsas, forman parte del juego democrático, que soporta algunos fouls o agarradas de camiseta en los corners. Hablamos de los denuestos personalísimos, de las intromisiones en la intimidad, de las fábulas sobre su salud, de groserías indignas del periodismo argentino, aún del peor... hasta este siglo.

Cristina Kirchner atravesó sola los meses recientes. Se auguró que no daría con la puerta de la Casa Rosada, que no podría gobernar diez días, que carecía del temple o la formación, que era la Chirolita de su marido y ex presidente. Por lo visto, esas aseveraciones (no deleznables como las recorridas líneas atrás pero sí exorbitantes) tenían tangencia escasa con la percepción colectiva. En su emocionado y emotivo discurso, la Presidenta lo recordó a “él” y sus compañeros corearon “Néstor no se murió/Néstor no se murió/Néstor vive en el pueblo”. Así es y será: los líderes políticos, como el Cid, cabalgan y combaten aún después de irse. Pero el pulso del gobierno, la carga de la gestión, el crecimiento en imagen e intención de voto de los últimos meses tienen la marca y el sello de la Presidenta. Para ella fue el espaldarazo popular.

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Las oposiciones: La oferta opositora se diseminó. Nadie marcó una supremacía que pueda inducir realineamientos (que eran de por sí difíciles) o insinuar un liderazgo que polarice dentro del espacio no kirchnerista. La playa paridad beneficia al oficialismo. Del segundo para abajo, todos comparten más falencias que logros: totales generales decepcionantes, performances muy disímiles según las provincias, carencia de una implantación nacional. En Córdoba el duhaldismo pugnaba por el cuarto puesto, en Mendoza otro tanto. En Santa Fe los radicales también se hundían en ese remoto lugar. Hay más ejemplos, mañana se podrán desbrozar mejor.

La campaña recién comienza, expresó el diputado Ricardo Alfonsín, avisando que seguirá pugnando por la presidencia. Eduardo Duhalde, Hermes Binner, Alberto Rodríguez Saá harán lo mismo. “El Alberto”, exultante, fue el único que sinceró que esperaba otro resultado. Pero todos ansiaban mejor diferencia con el oficialismo, sobresalir dentro del scrum “A”. Acaso Hermes Binner, que llegó en lo que podría apodarse “empate técnico” con Duhalde y Alfonsín, sea el que puede ser más optimista, en términos relativos. Es una coalición nueva, su instalación es reciente, Binner es menos conocido que sus contendientes. Lo alcanzado en su primera competencia puede ser un piso aceptable.

Duhalde, en especial, es un perdedor claro más allá de dónde quedó en el podio. No le cabe convocar a la unidad nacional, como “primus inter pares”. No puede hacer un “renunciamiento patriótico” porque sus compañeros de lista no se lo perdonarían jamás.

Rodríguez Saá, que no quedó tan distanciado y que subrayó que es “el único que le ganó a Cristina”, puede interpelar a los peronistas federales a elegir mejor su referente.

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Buena onda y muchos votos: Con una estética filo PRO (color naranja, Coro Kennedy, porristas danzando), el gobernador Daniel Scioli fue el primero en hablar para darse tiempo de “ir a abrazar a Cristina”. Conmovido, evocó con calidez a Kirchner y aludió con cariño a su vicegobernador Alberto Balestrini, quien se repone de un accidente cerebrovascular. Luego fue un “Scioli auténtico”: ondas de amor y paz, promesas de trabajo y agradecimiento por el apoyo recibido. Que fue masivo, más allá de lo que le restaron Mario Ishii (por adentro) y Martín Sabbatella (por afuera). El gap respecto de Francisco de Narváez fue significativo. El Colorado salió menos machucado que Alfonsín, bregando en ligas diferentes. Habló antes que su socio radical, se mostró (se cortó) solo e hizo pocas alusiones al partido de Alem e Yrigoyen. Alfonsín, menos afortunado en las urnas, fue más generoso en la plática: auguró que “Francisco” gobernará la provincia, le mandó saludos. La diferencia de desempeños quedó insinuada, habrá que ver cómo se acomodan los melones en la campaña futura.

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Todos unidos votaremos: Impresiona la sumatoria de votos de linaje peronista, que ronda el 70 por ciento en lo nacional, aunque en Buenos Aires fueron más. Es un fenómeno recurrente, por lo menos, desde ocho años atrás. En la primera vuelta de la presidencial de 2003, Carlos Menem, Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá cosecharon el 61 por ciento del padrón.

En 2007 es más arduo hacer la cuenta porque no es sencillo imputar los votos de la fórmula radical Lavagna-Gerardo Morales. Cristina Kirchner y Alberto Rodríguez Saá se alzaron con más del 53 por ciento de los votos. Pondere el lector cuántos peronistas habrán optado por Lavagna (o, si se quiere, cuántos habrán optado por Lavagna porque es justicialista) y haga sus propias especulaciones.

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Escenario: Cada victoria no kirchnerista habilitó un curso de catequesis cívica, de lecciones sobre el respeto debido al votante. Corresponde que así sea, en cualquier circunstancia, las que nos agraden o las que no. Será estimable que prime la coherencia en este caso.

Es lógico que los opositores prodiguen optimismo. Es lícito que cuestionen aspectos prácticos de la elección, que deben mejorarse. Pero sería absurdo proponer que se distorsionó la voluntad soberana, que fue diáfana. Patético, el duhaldismo denunciando “fraude” a la medianoche.

La propaganda equitativa resultó un avance enorme. Al cierre de esta nota parece que el pedido de Jorge Altamira pegó y que superó el piso legal del uno y medio por ciento de los votos válidos emitidos, quedando a tiro de piedra de Elisa Carrió.

Quedan dos meses. Habrá que ver si el oficialismo no comete errores fatales, si no se duerme en los laureles. Y si el conglomerado opositor encuentra tácticas para remontar una cuesta muy ardua sin tirar del mantel, sin caer en movidas destituyentes, sin violar reglas de oro de la democracia. De la dirigencia opositora, en general, es esperable que así lo haga. Ojalá sea concordante la, menos confiable y más temible, reacción de las corporaciones multimediáticas que mordieron el polvo como el que más.

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Imagen: Télam
 
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