EL PAíS › DECLARó JAVIER PENINO VIñAS, EL HIJO DE DESAPARECIDOS QUE FUE APROPIADO POR EL REPRESOR JORGE VILDOZA Y SU MUJER

“Reconozco mi historia y quiero armarla a mi ritmo”

Javier Penino Viñas mantiene una relación distante con su familia biológica. Fue testigo por la defensa de su apropiadora, Ana María Grimaldos. Pero agradeció el trabajo de las Abuelas y reveló que visitó la ex ESMA, donde nació.

 Por Alejandra Dandan

“Javier usa el pelo corto como el papá, con motitas oscuras. Los ojos de la madre también los tiene Javier, como mi nieta”, fue diciendo su abuela Cecilia Pilar Fernández de Viñas, durante su declaración testimonial. Su nieto Javier Penino Viñas oía sentado a unos metros. Atento. A veces hasta con los ojos empañados de rojo. “Yo tenía un gato que, cuando quería salir, tocaba la llave de la puerta con la patita. Un día, Javier se fijó en ese detalle y me dijo: ‘Me parece que el gato quiere salir’. Eso habrá sido en agosto. Yo cumplo años en diciembre. Como sabíamos que él todavía estaba en Buenos Aires, lo invitamos a cenar el día de mi cumpleaños. Me quedó muy grabado eso. Javier no me conoce. Seré la abuela, pero él podía haberme llevado flores o bombones. Y lo que me llevó de regalo fue un almanaque inglés con todas figuras de gatos. Todo en inglés, gatos de campo, en cada mes había un gato con un animal distinto. Yo dije: ‘Se tomó el trabajo de pensar en mí como persona’. A mí eso me emocionó. Eso y siempre lo conservo el almanaque ése. No me llevó un libro, me llevó los gatos.”

Su abuela siguió hablando como si la sala de Comodoro Py se hubiese vaciado, en un contrapunto de encuentro muy esperado entre los dos. “Isabella es hermosísima”, dijo, sobre su bisnieta, uno de los dos hijos de Javier. “Y Gabriel debe tener ahora un año y medio, casi dos. Pero para mí son el símbolo de que mi hija, esté dónde esté, pudo ser abuela. Ella, Cecilia, y Hugo, abuelos, así que todo esto es positivo fuera de todo el drama de lo que es.”

Con alguna de estas escenas empezó en Retiro el juicio por la apropiación de Javier Gonzalo Penino Viñas, hoy un adulto de 37 años, banquero, con su vida hecha en Londres, casado y con dos hijos. Hijo de Cecilia Viñas y de Hugo Penino, dos militantes secuestrados el 13 de julio de 1977 en Mar del Plata cuando ella llevaba siete meses de embarazo. Se sabe que los dos estuvieron secuestrados en Mar del Plata y que luego los marinos llevaron a ella a la ESMA. Javier nació en septiembre y fue apropiado por Jorge Vildoza, segundo jefe del centro clandestino. Conoció su identidad en 1998, intentó tender puentes con su familia biológica, pero eso se dificultó cada vez que se impulsaban las causas judiciales porque él siempre estuvo cerca del clan Vildoza.

Ayer empezó el juicio oral contra Ana María Grimaldos, la esposa de Vildoza, única acusada en el debate porque, según los papeles de la familia, el segundo de la ESMA está muerto. Los Vildoza estuvieron prófugos durante 24 años y cuando en 2012 Grimaldos fue finalmente ubicada y arrestada dijo que su esposo había muerto.

Javier fue el primer testigo del juicio. Los hijos biológicos de los Vildoza, con sus nietos y parientes, ocuparon tercera y cuarta fila de una sala pequeña. Atrás y adelante hubo HIJOS, integrantes de Abuelas, muchos de los Penino Viñas y sus amigos.

Javier declaró a pedido de la defensa, pero quiso hacerlo primero para poder presenciar el debate entero.

Soy Javier

“¿Quisiera contarles a los jueces los hechos vinculados con su identidad?”, preguntaron las defensas. “Yo obviamente al llegar a casa era un bebé, esto que reconstruí me lo contó mi familia, amigos de la familia, gente del entorno de la adopción.” Del tema de la “adopción” se había hablado en la casa de los Vildoza desde hacía un tiempo. “Mi madre adoptiva había perdido tres embarazos, uno en el ‘68 y otros dos en el ’70 y el ’71 y ya después de haber tenido a Mónica y Jorge en la casa se hablaba abiertamente del tema a partir del ’75 calculo. Desde ese punto de vista fui presentado como un chico adoptado y huérfano, sin familiares biológicos. Creo que eso contesta la pregunta.”

Javier llegó de camisa mangas largas blancas, reloj, saco y acento de novela centroamericana. Viajó especialmente para declarar. Agradeció a la Justicia. A Estela de Carlotto y a las Abuelas. Criticó la política del “horror” y a Vildoza que, como supuestamente está muerto para los acusados, es sobre el que no podrían recaer las penas. En ese contexto, Javier siempre dejó a salvo la figura de su apropiadora. La presentó como quien lo crió, con amor, como una mujer ingenua, subordinada a las decisiones de Vildoza.

–¿Cómo fue considerada esa situación (de su llegada) por parte de la familia?

–Fue considerado como algo feliz. Algo lindo –dijo–, que había pasado después de mucho tiempo de hablarse sin mucha acción, como son esas decisiones difíciles, me imagino. Jorge Vildoza, mi padre adoptivo o apropiador a los efectos de los términos legales, dijo que se iba a encargar de ver si en algún momento surgía una buena oportunidad de adoptar a un chico huérfano. Cuando apareció en la casa fue un poco eso. Avisó que posiblemente iba a concretarse la adopción y bueno, cuando llegué, fue motivo de alegría entre familiares. Estaban todos muy contentos. Obviamente, Ana María, de tener un bebé, que era lo que quería y buscaba, y Mónica y Jorge, que eran de unos 20 años los dos, de tener un hermanito. Un bebé en la casa. En ningún momento se habló de camuflar el origen. De pretender decir que yo era hijo biológico. Esto lo cuento yo sin haber estado consciente en ese momento, pero me consta a través de las formas de chequearlo de que era así.

La Guerra Fría

Javier nació en 1977. Vivió en Londres primero entre 1979 y 1981, cuando Vildoza era agregado naval, una estructura del Servicio de Inteligencia Naval. Pasó a Buenos Aires. Luego de que las Abuelas de Plaza de Mayo recibieran denuncias que los vinculaban con la apropiación de un hijo de desaparecidos, los Vildoza se fugaron a Paraguay, donde vivieron clandestinos entre 1984 y 1989. Salieron a Austria y luego a Su-dáfrica. Hace un tiempo Javier presentó una carta en la que cuenta cómo la Armada los proveyó de documentos mientras se empeñaban en fugarse. Dijo que todo eso lo hacía sentirse como en las películas de “testigos en peligro”. En esa clave, habló de su vida poblada de agentes de la Guerra Fría.

Todavía al comienzo, dijo, en la triple frontera, “fuimos a un hotel Carima del lado de Brasil, hotel turístico, con el pretexto de las cataratas. Vino un agente argentino que tenía preparado todo el set de documentos: partida de nacimiento, pasaportes, cédulas y, para completar los pasaportes, nos hace entrar uno por uno a su habitación donde tenía un miniestudio, fotos, huellas dactilares y él aplicó el plástico sobre el pasaporte, que en esos tiempos no estaban tan desarrollados como ahora, que son más difíciles de falsificar, me imagino”.

Más tarde habló de Sudáfrica. De Nelson Mandela. Y, en relación con Sudáfrica, de la idea de una política de “reconciliación”. En ese contexto, criticó a su familia porque impulsa el juicio contra su apropiadora. “Anecdóticamente puedo decir que viví en Sudáfrica en un período interesante. Cuando estaba el apartheid andando. Mis padres eligieron un colegio muy interesante. El primer colegio privado multirracial, así que pude tener una visión de cómo se de- sarrolló todo. Cuando salió Mandela de la cárcel, en nuestra escuela fue celebrado y pude ver la Comisión de la Verdad. Y la reconciliación. La idea fue sacar todo a la luz con las penas que implicó para ciertos operativos del gobierno... pero creo que fue algo sanador y algo muy bueno.”

Algo de la sanación apareció más tarde, otra vez.

He ido a la ESMA

Primero sacó de un bolso un libro enorme con la biografía que Abuelas preparó sobre sus padres. Agradeció esos datos. “A mí me interesa mucho la verdad”, dijo. “Reconozco completamente mi historia y quiero armarla a mi ritmo, a mis formas, sin que nadie me dicte cómo tengo que pensar y opinar. Vivir en Londres me hace bien, porque estoy lejos del ambiente tan polarizado que hay aquí. Una manera que a mí me resulta más sana. Nunca me he escondido de la verdad. Me parece que el trabajo de Abuelas es fantástico. Tratar de devolver la identidad a chicos que ya no somos chicos, a gente que se les fueron robados por una idea muy rara es algo fantástico. Y quería tomar la oportunidad de agradecer este trabajo, el archivo biográfico familiar. Me lo hicieron llegar por Guadalupe Penino. Lo leí de principio a fin con mucho interés. Un lujo poder ver a sus padres desde tantas perspectivas. Para los que no saben, son una serie de entrevistas a familiares y amigos, ex novios, ex novias de mis padres biológicos. Me permite entender desde un montón de perspectivas datos reales sobre sus formas de ser y de pensar en ese momento. Quería agradecerlo. Lo otro que quería señalar es que he ido a la ESMA. Me costó, pero me acerqué solo. Me colé en un tour para un Consulado británico y americano. Hablé con una de las chicas. Me dejó. Pude ver el lugar donde nací. Donde estuvo mi madre. Pude ver el lugar que era donde trabajaba mi padre adoptivo. Fue algo muy fuerte pero sanador.”

En ese momento, pareció que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Hicieron preguntas los fiscales. Hubo un cuarto intermedio. Siguieron otras preguntas. Su abuela Cecilia se sentó a declarar. Javier salió y entró de nuevo. Y se sentó entre los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo.

La abuela

“Lo que quiero yo es que él sea feliz”, dijo su abuela. “Que no haya esta división.” Se acordó de que un día esperó una llamada de él, que él estaba de visita en Buenos Aires. De que no la llamó, pero la llamó diez días después desde Londres. “A mí me parece que este clan Vildoza, el robo de niños y todo lo demás en la ESMA y en otras partes del país, me parece que cuando está acá lo debe condicionar más, o debe tener esa doble cosa de no querer afectarlos a ellos porque lo criaron, porque es un hombre ahora. Pero si llamó desde Londres será porque desde allá se sentiría dueño de su vida, por ahí, desde sus sensaciones y para nosotros sería una felicidad que fuera un sobrino más de mis hijos. Que yo pueda ver alguna vez a los seis juntos, a mí me queda poco tiempo. Que alguna vez pase va a ser lo mejor que me pueda pasar a mí.”

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Ana María Grimaldos estuvo prófuga durante 24 años y, al ser arrestada, dijo que su esposo había muerto.
Imagen: Joaquín Salguero
 
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