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La vuelta de campana: artificios del diccionario macrista

 Por Espacio Carta Abierta

En lo que podríamos considerar una vuelta de campana de la historia nacional, el nuevo gobierno del país nos conmina a retraducir permanentemente las palabras.

Cuando dicen que se acabó el cepo cambiario, hay que leer una brutal devaluación que no tardará en afectar la vida cotidiana de los argentinos, enriqueciendo a un puñado de agroexportadores, acentuando la inflación, promoviendo la deso- cupación, la desarticulación industrial, la apertura importadora y la inserción subordinada al capital financiero en la economía.

Cuando dicen que van a preservar las instituciones de la República, las vulneran escandalosamente sustituyendo al Parlamento a través de un decreto de necesidad y urgencia (DNU) a partir de una interpretación abusiva de un artículo de la Constitución, con un artilugio que avergüenza aun a los constitucionalistas que los apoyaron. Estas designaciones a dedo violan la Constitución Nacional y sólo pueden explicarse por la intención de completar una Corte Suprema adicta, superando incluso a la “mayoría automática” de infausta memoria que Néstor Kirchner se propuso corregir de raíz.

Cuando dicen que van a preservar la libertad de prensa, debe leerse que van a acrecentar el poder monopólico de los grandes directores de conciencia del siglo XXI, los monopolios mediáticos de la interpretación sobre el sentido de la vida.

Cuando dicen que quieren respetar la ley, se apresuran a vulnerar con arbitrarios esquemas ministeriales y complicidades deshonrosas de miembros de la Corte a los órganos encargados de aplicar una ley democrática de medios de comunicación aprobada por el Parlamento y miembros de esa misma Corte, como es el caso de las intervenciones de Afsca y Aftic.

Cuando dicen que van a conservar las políticas de derechos humanos aplican “la emergencia en seguridad” reprimiendo violentamente a los trabajadores de Cresta Roja.

Cuando muchos de sus apologistas dicen que va a ser una derecha moderna de centro social, muestran demasiado las garras de un reaccionarismo que mal disimula vínculos con no muy lejanas dictaduras.

Cuando dicen que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner subsidiaba a los ricos y castigaba a los pobres, hay que leer el modo sombrío con el que los ejecutivos de empresas privadas que hoy gobiernan el país se burlan de los gobiernos populares, no por sus deficiencias sino por enfrentar y transformar históricas desigualdades sociales.

Cuando dicen que desean incorporar a las tareas públicas a argentinos de buena voluntad, se convierten en lóbregos reclutadores de conversos políticos, alcanzados por la fiebre del neutralismo de la Ciencia y la Tecnología o por la obsesión de figurar siempre en algún lugar del poder formal, como es el caso de los señores Lino Barañao y Jorge Telerman.

Cuando dicen que su ideal se basa en la justicia y en las leyes, no procuran otra cosa que vulnerarlas por dentro contando con el expuesto servilismo de los jueces designados, Rosenkrantz y Rosatti, quienes se invalidan como posibles miembros de la Corte al no cuestionar el procedimiento viciado de su designación.

Cuando dicen querer ser serios culturalmente, se dedican fervorosamente a entregarles organismos públicos que han sido exitosos en su misión de popularizar el acceso al conocimiento a empresas privadas de espectáculos, como es el caso de Tecnópolis, con la obvia consecuencia de que la búsqueda del lucro reemplazará los objetivos culturales-científicos.

Cuando en todo el mundo se ponen bajo riguroso examen las relaciones de las instituciones públicas con el mercado, impidiendo todo lo tímidamente que se quiera que la cultura sea una mercancía, acusan al más grande centro cultural del país de ser demasiado grande y de haber declarado la gratuidad de sus espectáculos.

Cuando dicen que sus políticas van a ser firmes porque emanan de una voluntad popular que en las elecciones resultó mayoritaria, retroceden como huidizos culpables ante la sutil misiva de un gran artista de rock, ante la protesta de sus propios aliados y ante el asombro de los profesores que veían entregar la gestión universitaria a un productor televisivo.

Cuando dicen que su insignia es la ley y la Constitución, y cuando redundaron en toda la prensa oficial con su fe en el armazón jurídico que todos respetamos, nombran jueces supremos de forma subrepticia y atacan con arsenal viciado de ilegalidad a un nombramiento legítimo de la Procuradora General de la Nación.

Cuando prometieron cerrar la grieta inventando un concepto que interpreta falsamente la dinámica de todas las sociedades, preparan planes de emergencia en materia de seguridad que ponen a los sectores subalternos otra vez ante la trágica y falsa disyuntiva entre saqueo y represión violenta.

Cuando emerge de entre sus filas una parte importante de su verdad, cual es el ataque a la modernidad democrática por parte de los centuriones de la moralidad ultramontana, sacan a relucir a sus jóvenes gerentes especializados en técnicas racionalizantes y modernas de ajustar el empleo público.

Cuando comienzan a evidenciarse los reales alcances de una política de largo plazo sumamente riesgosa para la vida popular, intentan recrear el aire angelical de la campaña electoral con rápidas escenas domésticas y banales: el nuevo presidente fue el invitado estelar al programa inaugural de Susana Giménez.

Cuando dicen reinsertar Argentina en el mundo, están diciendo apartarla de Unasur, Celac, Brics, y volverla a subordinar a los Estados Unidos.

Este diccionario equívoco se podrá empezar a leer nuevamente con el verdadero significado de sus palabras, con las movilizaciones y nuevas respuestas democráticas que permitan que una cantidad cada vez mayor de argentinos comprenda que en vez de votar por su bienestar votó un plan que amenaza su salario en la misma medida que sigue la lógica de aumentar las tasas de ganancia de las grandes empresas, sin cuidarse de deteriorar la misma Constitución de la que dijeron ser sus cruzados.

Han pasado pocos días, y muchos compatriotas ya comienzan a medir la distancia entre las promesas de felicidad para todos y las medidas de gobierno que resultan en ganancias fabulosas para pocos y brutal pérdida de ingresos para la mayoría.

Nuevos compromisos nos aguardan: será necesario convertir el desconcierto en lucidez, la angustia en indignación, las afectaciones individuales y sectoriales en causa común. El masivo acto popular de reconocimiento a la gestión y al liderazgo de Cristina Fernández del 9 de diciembre, así como la movilización de miles poniéndose al hombro la campaña por el ballottage, dicen claramente que será en torno al kirchnerismo, con el liderazgo de CFK y la afluencia constante y creciente de ciudadanos, que habrá de canalizarse la oposición a la restauración neoliberal. Un frente democrático, social, nacional, popular y progresista, con ciudadanos de estirpe kirchnerista, peronista, radical, socialista, comunista y de izquierdas, nos espera para reponer la relación entre las palabras y las cosas, sin lo cual no hay vida justa en ningún país.

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