EL PAíS › INTEGRO LA MAYORIA MENEMISTA EN LA CORTE SUPREMA

Murió López, un automático

Guillermo López, uno de los jueces que formó parte de la mayoría menemista que hizo historia en la Corte Suprema, murió a los 77 años víctima de una enfermedad terminal. Experto laboralista y cultor del bajo perfil, había llegado al máximo tribunal en 1994 con el Pacto de Olivos, de la mano de Carlos Corach, y renunció el año pasado cuando ya nada podía salvarlo del juicio político.
La mayor parte de su vida, López trabajó en la actividad privada y, desde joven, fue asesor legal de sindicatos. En los sesenta apuntalaba al dirigente de la Unión Obrera de la Construcción (Uocra) Rogelio Coria, que lideraba el ala participacionista sindical –enfrentada con Augusto Vandor y la CGT de los Argentinos– que colaboró con la dictadura de Juan Carlos Onganía. Tuvo una participación importante, más tarde, en las negociaciones de la primera gran ley de flexibilización que menoscabó los derechos de los albañiles en relación con la ley de Contrato de Trabajo. López se había graduado como abogado en la UBA a los 25 años y como doctor en Derecho a los 29. En 1992 llegó sin escalas desde el sindicato del Seguro, donde tenía un puesto, a la Cámara de Apelaciones del Trabajo.
Aunque no tenía antecedentes en el Poder Judicial, se convirtió en juez de la noche a la mañana, apadrinado por el ex ministro de Trabajo Enrique Rodríguez, quien mandó a su esposa, Noemí Rial, a reemplazarlo en el gremio del personal de seguros.
Dos años más tarde, el nombre de López se instaló junto con el de Gustavo Bossert en las conversaciones entre Raúl Alfonsín y los operadores del menemismo Corach y Eduardo Bauzá, cuando negociaban cargos en la Corte como parte del pacto en danza. Ambos candidatos finalmente ingresaron al tribunal en reemplazo de Rodolfo Barra y Mariano Cavagna Martínez. Bossert tuvo un papel independiente entre Sus Señorías, mientras que el laboralista quedó integrado a la mayoría automática siempre dispuesta a servir al gobierno menemista.
Aunque no tuvo la misma locuacidad de Julio Nazareno o de Adolfo Vázquez ni el manejo político de Eduardo Moliné O’Connor, López los acompañó con toda fidelidad en los fallos privatizadores, en los que convalidaron ajustes salariales, en la liberación de Menem y Emir Yoma por la venta de armas y en otras tantas decisiones favorables a otros exponentes de los noventa, desde María Julia Alsogaray a Víctor Alderete. A pesar de ser hombre de pocas palabras y apariciones públicas, López coló algún que otro bocadillo en los noventa, como salir a respaldar proyectos desorbitantes como la Ciudad Judicial o defender a la Corte diciendo que “la falta de credibilidad de la Justicia es culpa de la prensa”.
Su última cruzada fue declarar la inconstitucionalidad del corralito y la pesificación. Solía recibir a Nito Artaza con asiduidad, a pesar de que en el momento más álgido de los reclamos de los ahorristas ya estaba bastante enfermo e iba poco a trabajar. De hecho, en sus últimos tiempos en la Corte firmaba casi todos los fallos desde su casa y sólo en ocasiones iba a los acuerdos. Con el primer juicio político a la Corte en 2002, del que se salvó junto con el resto de los supremos, ya se rumoreaba su renuncia. El año pasado se entrecruzaron un nuevo proceso de remoción y el incendio de su vivienda en Belgrano. Renunció al tribunal en octubre, después que se fue Nazareno y que suspendieron a Moliné, pero hizo un acuerdo para irse en diciembre. Falleció a última hora del martes de cáncer de próstata y ayer era sepultado en un cementerio privado en Pilar.

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