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Operaciones masacre

Por Eduardo Aliverti
Quizá se haya condenado –y reflexionado– mucho y muy bien acerca del bochornoso papel jugado por los grandes medios venezolanos en el parcialísimo desalojo de Hugo Chávez. Pero es seguro que no se profundizó, al menos todavía, en torno de que esa operación política (definirla a secas como “de prensa” resulta analíticamente paupérrimo) no sólo no es una excepción en las actitudes de las corporaciones mediáticas: se trata de lo habitual cada vez que una sociedad atraviesa momentos o etapas decisivas. O cuando se juegan intereses enormes alrededor de intenciones presidenciales, proyectos legislativos, decisiones económicas. O, simplemente, cuando un conglomerado mediático necesita favores especiales del poder político.
Hay todo el espacio para la indignación, pero nunca para la sorpresa. Como mucho, el único dato llamativo fue la forma escandalosamente burda de algunos titulares de los diarios (por citar, nada más, lo más trascendido allende las fronteras venezolanas). “El Presidente miente” o “Debe irse”, con tipografía catástrofe en publicaciones de alta penetración, apenas si resiste(n) cotejo con la bestial campaña desatada por El Mercurio chileno contra la gestión de la Unidad Popular. Sin embargo, allí mismo hay un antecedente que está muy lejos de ser el único respecto de la patria periodística y los golpes de Estado. En los tres intentos de Lula para acceder a la presidencia de Brasil, los errores propios tuvieron tanto que ver en su fracaso como el salvajismo del operativo encabezado por la Red Globo. Similar a la ofensiva de la dinastía periodística de los Chamorro contra el sandinismo; otro tanto con la complicidad de la prensa salvadoreña, en los ‘80, frente al accionar de los escuadrones de la muerte del gobierno de Arena y, aunque en otra dimensión, análogo al modo casi desembozado con que los medios europeos juegan sus fichas en las rectas finales –y antes también– de los procesos electorales.
A esa muy escueta lista de andanzas de “la gran prensa” se le podría adosar un cierre a toda orquesta con los inventos y propagandas norteamericanas tras los atentados del 11-S, si es que quiere evitarse pasar por casa y recordar el connubio, alevoso, entre la casi totalidad de los medios periodísticos argentinos y el genocidio desatado en 1976.
A propósito: Osvaldo Soriano gustaba definir a Página/12 como el único diario argentino que no podría salir a la calle al día siguiente de un golpe.
¿Acaso hoy le cabe una definición distinta?

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