EL PAíS › OPINION

Secuestro e información de masas

Por Nicolás Casullo *

La semana pasada fui testigo de un noticiero paulista en horario central sobre uno de estos casos graves. No podía creer la seriedad, la discreción, el minuto y medio con que fue informada la cuestión, fotografía de la damnificada mediante. ¿Que el secuestro es un delito grave? Sí. ¿Que en la Argentina hay bandas y policías dedicadas a eso? Sí. ¿Que la situación social los alienta pero no aminora explicaciones? Sí. ¿Que el Estado debe ser eficaz frente a esa diversidad de problemas? Por supuesto. Ahora bien, hablamos de la Argentina, no de Río de Janeiro o de México DF, donde tuve la posibilidad de convivir con secuestros a través de los medios y me llamó la atención las agudas diferencias éticas noticiosas. Nuestro país audiovisual, salvando sin duda excepciones de buen y excelente periodismo como fenómeno minoritario, es más bien un pozo séptico inimitable, en cuanto a las políticas privadas que asumen los grandes medios frente a lo que ocurre. Frente también al secuestro.
Hace unos años una ola de calor inesperado mató a más de 900 personas en una semana en Chicago. Los medios importantes nacionales se reunieron para no hacerse eco de la lógica reacción ciega de la población contra la supuesta ineptitud de aquellos que debieron impedirlo. Hace poco tres rehenes franceses en Irak alteraron el ánimo de los galos, lo que mereció una pronta reunión de los grandes medios para tratar la noticia a lo largo de los días graduando y limitando el impacto a la información y comentarios necesarios y suficientes. Cuando el ataque a las Torres de Nueva York, las cadenas mayores audiovisuales y gráficas convinieron transmitir de lejos el drama, no entrar escandalosamente en la zona de sangre y muerte con la respiración entrecortada del movilero: fijar los límites participativos del espectador conmocionado. Estos tres ejemplos solos sirven para reconocer en qué realidad vivimos nosotros con relación a secuestro-medios, bajo el imperio informativo privado hegemónico.
Poderes que hacen de lo grande o lo pequeño un circo o un asesinato espiritual serial diario. ¿La estética de esta democracia mediática? Lo desmedido, el exceso, simple guerra de audiencias, irresponsabilidad noticiosa, ideologías represivas, mito del servicio a cumplir, campañas interesadas, terrorismo semántico, golpe bajo, diálogos lobotómicos y analfabetismo multimediático. Y un Gobierno que no tiene ni ha pensado ni ha creído necesario pensar y aplicar una política democrática y consensuada para cambiar este estado mediático de las cosas, en dura pero inevitable conversación con los dueños de las interpretaciones.

* Especialista en Cultura y Comunicación.

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