EL PAíS › OPINION

Estructura o coyuntura

Por Eduardo Aliverti

Hacía rato que no se concentraba en un lapso muy breve una precipitación informativa como la de esta semana, desde lo político. Como siempre, eso sí, la aparente desconexión de esas muchas noticias sobresalientes es sólo eso: aparente. Uno: no quedó podrida, pero sí marchita la propuesta oficial de canjear la deuda en default por nuevos títulos, a pagar en plazos estirados. El mundo de los ricos y acreedores, a falta de capacidad real para hacer tronar el escarmiento (las condiciones políticas no dan para avasallar a este país con sobrevivientes ínfulas de protesta), trabó lo que el oficialismo ya consideraba una victoria negociadora. En la semántica de la secundaria tradicional, nos mandaron a marzo. Y por primera vez se habla de cortocircuitos serios entre Kirchner y Lavagna, que alcanzan para que algunos pongan en duda la continuidad del ministro de Economía sin que se mueva mayormente ningún pelo.
Dos: el Congreso aprobó la prórroga de la Emergencia Económica heredada de la “transición” Duhalde, que se suma a los superpoderes otorgados a la Jefatura de Gabinete y a la aprobación del Presupuesto 2005. Todo el poder a K. El Parlamento argentino ratificó su imagen de decorado de las iniciativas del Ejecutivo. Tres: el Gobierno amortiguó el impacto de esos vientos en contra con el aguinaldo extra para los jubilados, por única vez, y el ídem de 75 pesos para los beneficiarios de los planes sociales. Cuatro: también pasó de largo, o muy poco menos, si hablamos de repercusión pública, la serie acumulada de desplantes diplomáticos del jefe de Estado (no va a la cena en honor del presidente vietnamita, planta a los reyes de España durante dos horas sin explicaciones, lo arrastran a la cumbre de Costa Rica y varios etcéteras por el estilo). Cinco: el secretario de Energía promete aumento de tarifas para las privatizadas en el mismo ámbito (conferencia anual de la UIA) donde el ministro de Planificación dice que no habrá aumento de tarifas alguno. Seis: a pocos días de firmarse los misteriosos acuerdos con China, que supieron ser presentados por el kirchnerismo como el encuentro del eslabón perdido, ya casi nadie habla del tema. Pero tampoco a nadie parece preocuparle que ya casi nadie hable del tema, salvo por la preocupación de la invasión china para las fiestas navideñas (que nada tiene que ver con los acuerdos).
¿Hay un común denominador entre uno y seis? Claramente: malas noticias, contradicciones y actitudes demagógicas, que en cualquier etapa de descenso de la popularidad presidencial hubiesen supuesto un sismo complicado para el Gobierno, resulta que generan muy poco más que artículos periodísticos de cuestionamiento. Motivo obvio: en primer lugar, que un grueso de la sociedad aprendió, asimiló o se convenció de que se puede vivir sin depender de la extorsión externa. Y sin importar demasiado –por ahora– si eso es producto de una toma de conciencia política o de la consecuencia inexorable de haber caído hasta lo que se visualizó como el fondo de los fondos para poder, digamos, hacerse el compadrito. Porque después de tal visualización sólo cabe (querer) imaginarse como recuperado.
En lo coyuntural, el Gobierno tuvo estos días la prueba de que puede dormirse en los laureles. Circunstancialmente, nada amenaza las mieles de la soja; ni las bajas tasas de interés internacionales que impiden un crecimiento explosivo de la deuda ni, visto desde la estrictez política, una oposición que continúa sin dar signos de vida con excepción del lanzamiento rosarino (y como precisamente lo demuestra, entre varios detalles, el papel decorativo del Congreso). Antes a nadie que a alguien le interesa hoy si las ciertas muestras de fortaleza frente a los acreedores privados son resultante de una estimulada movilización popular o apenas el producido de las contradicciones del capitalismo global. Si los pesos extra para los jubilados, y sus rutas adyacentes, vienen de la convicción firme de reparar a uno de los sectores más postergados o de aprovechar una fiestita fiscal pasajera. Si Kirchner provoca ultrajes diplomáticos porque tiene la estatura de estadista que se lo permite o porque todavía se le tolera la lógica de patrón de estancia santacruceña.
La cosa es la estructura, no la coyuntura. De modo que cuidado. Mucho cuidado. Los gobiernos se van antes de tiempo, se fugan en helicóptero, se refugian en Chile o se exilian en Montevideo vestidos de responsables del Mercosur. En cambio, los pueblos quedan. Algo de eso empezó a ratificarse con los conflictos de los docentes y estatales bonaerenses, de los trabajadores del tren, de los del subte. Es muy poquito, pero ratifica. Y si surgiera la herramienta política que vehiculizara esa tensión popular, ratificaría más. Si la celebración pasajera de aquéllas mieles de la soja, y de aquéllas tasas de interés, y de aquélla oposición invisible, es sinónimo de que esta sociedad volverá a descansar sobre ficciones, habrá una nueva decepción a la vuelta de la esquina.
Si en cambio se aprendió la lección de que mañana no es lo mismo que el mañana, tal vez, no más que tal vez, pueda a empezarse a hablar de que no nos venderán de nuevo espejitos de colores.

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