EL PAíS › OPINION

Gracias a la vida

Por Torcuato S. Di Tella*

Doy gracias a la vida, que me ha permitido participar en una experiencia política que está transformando al país. Yo siempre había actuado como investigador, como sociólogo y como periodista. Dediqué casi todo mi tiempo a estudiar la política, pero nunca participé en ella. Tanto la analicé, incluso en su pasado, y en otros países, que seguramente debo ser un político reprimido. Me liberé por un corto tiempo, en el que aprendí mucho sobre los demás, sobre la Argentina, y sobre mí mismo. Me tentó la posibilidad de ver de cerca un proceso que desde hacía tanto tiempo yo pronosticaba, contra la incredulidad de muchos, de convergencia entre el justicialismo y la izquierda, ambos reciclados, como ha ocurrido en Europa con tantos movimientos populares. Ahora que eso se estaba dando, no podía menos que ponerle el hombro al proyecto. No sé si en mi desempeño fue más lo que di que lo que recibí, eso lo dirá el futuro, más ecuánime en sus juicios que el iracundo presente. Lo que sí sé es que recibí mucho, y eso me servirá en adelante.
Ahora vuelvo a la actividad académica, pero ya no podré ser el mismo de antes. El bicho me ha picado, y no sé si se me van a pasar los efectos. Pero si bien se lo considera, la cosa no es tan nueva, porque siempre he sentido que la acción del intelectual tiene profundos efectos políticos, especialmente de largo plazo. Es cierto que Keynes decía que en el largo plazo todos estamos muertos, pero hay muchos muertos que siguen actuando desde el más allá. Pensar en los efectos a corto plazo es por cierto necesario, y sin duda algunos deben ocuparse de eso, pero el largo plazo es igualmente importante. O sea, que para mí esta etapa de actuar más directamente en política, o en la administración, no fue un súbito cambio de estrategia vital sino una fase, que yo hubiera deseado más larga para verificar los efectos de algunas de mis acciones, pero que mi inexperiencia (y mi confianza en una simpática periodista) no podía menos que cortar.
Una cosa que uno aprende en la política activa es que los golpes y los codazos se dan y se reciben todos los días, pero eso es resultado de la naturaleza humana puesta en trance de gobernar. Y, como dijo el gobernador Felipe Solá, en política los agravios tienen fecha de prescripción de un año, y posiblemente bastante menos. Admito que soy un poco desbocado, pero nunca he proferido insultos con determinadas personas en vista. Cuando Fontanarrosa, en el discurso final del Congreso de la Lengua Española en Rosario, hizo un panegírico de las “malas palabras”, yo pensé que me salvaba, pero la suerte ya estaba echada, y dado lo que pasó, el Gobierno tuvo razón en pedirme volver a mi verdadera vocación. Trataré de seguir usando lenguaje simple para describir realidades complejas, aunque eso hace que mucha gente no me respete, porque pueden opinar sobre las mismas cosas que yo trato, con el mismo lenguaje, pero diciendo lo opuesto, mientras que no pueden usar el lenguaje críptico que tan a menudo se confunde con seriedad científica o filosófica. Seguiré usando metáforas que trato que sean entretenidas, sin que eso quite a la solidez del argumento, y continuaré en el uso de la ironía, que ayuda a digerir la verdad cuando ella en algo nos afecta. En este sentido mi larga experiencia en el mundo anglosajón, especialmente en Inglaterra, me ha sido esencial. Pero mis raíces ancestrales son mediterráneas, y mis primeros maestros de pensar y de sentir fueron Miguel de Unamuno y Ramón del Valle Inclán, a los que luego se agregaron los Marx y los Freud, y más cerca nuestro los Romero y los Germani.
Finalmente, para ese 25 por ciento del público que, según una encuesta reciente, ha comprendido mi accionar, les prometo firmemente que en un futuro seguiré profiriendo los más gruesos improperios contra esta sociedad dominante que ha hecho que nos debamos avergonzar de nuestro país. Esa vergüenza la noté también en España, cuando estuve en los años ’50 y ’60, y luego en los ’70 cuando la gente decía que estaban “en unajaula de oro”. Al final el pájaro rompió la jaula, y hoy vuela majestuoso en Europa, junto a otros que las pasaron aún peores. A nosotros nos va a ocurrir lo mismo. No sé si yo lo veré, pero estoy seguro de que mis hijos lo verán, y podrán estar de nuevo orgullosos de su patria, y quizás también de otra más grande que está en construcción.

* Sociólogo. Ex secretario de Cultura.

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