EL PAíS › OPINION

En el papel de Bignone

Por Ariel H. Colombo *

Resulta claro que quienes deberían dar la solución son parte del problema. Lo difícil es entender por qué los políticos no aprenden de cuánto han provocado. Una respuesta puede ser que tuvieron un aprendizaje durante la etapa anterior, las cosas ahora cambiaron, y no logran adaptarse. El comportamiento cleptocrático, colusivo, chantajista y facilista (es decir, desregulador y privatizador) constituye ya una segunda naturaleza. No pueden salir de ello.
La relación de señoreaje que establecieron con la sociedad (distinta a la de hegemonía) fue posible por el acople entre política de extorsión (protección sin ciudadanía) y desguace estatal (privatización a cambio de estabilidad). El desacople entre economía y política ha dejado a los políticos tradicionales sin juego. Juegan un juego en que hagan lo que hagan pierden. La relación de señoreaje no es ahora viable, no pueden amenazar con algo peor a lo que ocurre, y la de hegemonía les exigiría deshacerse de vicios adquiridos dado que en ella se intercambia consentimiento por bienestar.
La tarea de encontrar soluciones quedará, entonces, para una nueva dirigencia que está surgiendo y que será alentada por el triunfo de Lula en Brasil y los éxitos de su futuro gobierno. El nacional-reformismo de Elisa Carrió va en la dirección de un reacoplamiento prohegemónico entre economía y política, y ocupará el escenario con políticas no dogmáticas de reestatización, con el peronismo a la derecha como expresión de una alianza entre ricos (pocos, muy ricos e influyentes) y pobres (muchos, muy pobres y amenazantes), con un centro oportunista parlamentario asumido por el radicalismo residual, útil para despolarizar algunas situaciones. La salida será lenta y dolorosa pero será. No olvidemos que estamos más divididos y somos más desiguales y pobres que en el pasado y que por fin hemos llegado al primer mundo, es decir, a parecernos a un país “civilizado” como Estados Unidos, en el que el 10 por ciento más rico posee más de un tercio del ingreso nacional y en el que el 1 por ciento de los más ricos posee entre el 40 y el 50 por ciento de la riqueza.
Hay una demanda (como en el ‘83) de democracia, pero menos ingenua y fuertemente crítica de las propias normas constitucionales. La conflictividad con la clase dirigente (antes militar, ahora civil) genera el espíritu cívico que propulsa el tránsito. El conflicto con los de arriba proporciona cierta cohesión de los de abajo con los del medio. El atajo de votar a los que no exigen nada a cambio, salvo libertad para robar, parece que ha dejado de ser negocio de masas. La sabiduría retrospectiva que han dejado las híper (hiperrepresión, hiperinflación, hiperdesocupación, hipercorrupción) es al menos un capital en manos de las víctimas y hasta los que gozan de mala memoria tienen esas experiencias pegadas a la piel. La ciudadanía menos alienada buscará sacarle ventajas al capitalismo, lo hará suyo pero con esa finalidad: una rotación pragmatista hacia el Estado que equivale a crear y regular mercados.
Durante la dictadura convergieron la estrategia antiinflacionaria y el objetivo de disciplinar estructuralmente a la sociedad, en la sobrevaluación de la moneda, que indujo a su vez una criminal desindustrialización. El experimento monetarista elevó las tasas de interés, que fundió a las Pymes locales y forzó a las grandes empresas a endeudarse en el exterior. Gracias a la trampa que tendió el sistema financiero internacional, el dinero fluyó, y la sobrevaluación de la moneda y los déficit resultantes de la balanza de pagos pudieron sostenerse por un largo período. Cuando el tipo de cambio tuvo que modificarse, el costo de los préstamos externos se hicieron intolerables, y develando su verdadera naturaleza, el gobierno privatizador y desregulador no permitió que quebraran ni los bancos ni las grandes empresas e intervino con operaciones de salvamento que socializaron las pérdidas. En definitiva, con rasgos económicos aún más salvajes ¿no esésta la historia de los 90 bajo el señoreaje menemista y de su desenlace reciente?
Por eso, en cierto modo, revivimos la transición de 1983, con Duhalde en el papel de Bignone. Y de nuevo coincide la doble y simultánea tarea de construir un régimen de gobierno con la de construir un régimen de acumulación. Pero con una dificultad adicional: en aquel entonces la transición consistía en que se fueran todos (los militares) mientras que en la actualidad el recambio de la clase política (que se vayan “casi” todos) tan necesario para recrear el sistema republicano como para recrear el sistema productivo, es resistido por esa “segunda naturaleza” a la que me refería. Hay que ayudar al recambio con la desobediencia civil.

* Politólogo, investigador del Conicet.

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