EL PAíS › LA ESTRATEGIA DEL REPLIEGUE DUHALDISTA

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Duhalde y sus operadores imaginan que, si logran entregar el poder ordenadamente, podrán replegarse a su provincia, poner al candidato a gobernador y el vice de Reutemann.

 Por Sergio Moreno

El veranito no llega, el Fondo Monetario pone nuevas condiciones y las encuestas –que con fruición casi masoquista sigue encargando el Gobierno– ubican en su tope a los principales opositores a Eduardo Duhalde. Este escenario, a todas luces oscuro para los gobernantes, pone aún más en vilo su futuro para cuando abandonen la Casa Rosada. En su mayoría bonaerenses, empezando por el Presidente, su estrategia de repliegue sobre la provincia podría fracasar si, tal como adelantó Página/12 la semana pasada, el dólar vuelve a corcovear y el FMI dilata el inicio de la negociación para llegar a un acuerdo, congelando la temperatura del ansiado veranito que crearía las condiciones para convocar a elecciones generales a fin de año, ordenadamente. No obstante, las mesas de arena ya comenzaron a moverse a ambos lados de la General Paz para, como dijo un miembro del gabinete nacional a este diario, “tratar de que el proyecto bonaerense no se muera”.
Una certeza cobra cuerpo en la Casa Rosada: si la salida electoral –a fin de año– se produce en buenos términos, hay futuro para los miembros del elenco presidencial, casi todos bonaerenses. Dicho porvenir estará, va de suyo, en su viejo distrito. Para que ello ocurra (salir de la Rosada en buenos términos y en el plazo mencionado), se debe producir el “veranito”, verbigracia, la tregua que traería acordar con el FMI y contener el precio de un dólar hoy por hoy encabritado.
Hasta ahí hay consenso en el poder duhaldista. A partir de ahí, cada uno arma un puzzle diferente, según sus intereses y anhelos. Por ejemplo, los miembros del Gobierno coinciden en que la situación nacional y lo que ocurra en la provincia más grande del país van de la mano, se influyen y determinan el porvenir mutuamente. “No hay proyecto en Buenos Aires si el objetivo central se desbarranca; debemos tener cuidado de que el objetivo secundario no cague el objetivo principal”, a la sazón, contener la situación socio-económica-financiera del país, dijo a este diario un integrante del equipo presidencial.
El presidenciable
Suponiendo que los –pocos– miembros del Gobierno que quieren quedarse hasta el inalcanzable septiembre de 2003 pierdan la partida ante los que dicen que hay que entregar el poder a fin de 2002 o inicios de 2003 (el polo mayoritario en Balcarce 50 y Olivos), el plan de repliegue sobre el territorio provincial tendrá un punto de partida: poner todos los esfuerzos en la candidatura presidencial del gobernador santafesino Carlos Reutemann.
No es éste un gesto desinteresado. Aquí, nuevamente, influyen las enseñanzas florentinas: “Quien ayuda a otro a engrandecerse trabaja en daño propio, porque el auxilio se lo presta, o con su fuerza o con su habilidad, y ambos medios infunden sospechas a quien llega a ser poderoso”, supo aconsejar Nicolás Maquiavelo a Lorenzo de Médicis. Para que esto no ocurra, el apoyo que el Gobierno piensa brindarle al Lole tiene algún requisito. Así lo explicó uno de los hombres de máxima confianza del Presidente a este diario: “Nosotros debemos replegarnos a la provincia y terciar. Con nuestro peso ponemos al ganador; es el Lole”. En fina sintonía con el confidente anterior, un secretario de Estado agregó: “Estamos todos con el Lole. Ya hay bastantes charlas con él. La intención será negociar un vice, buscar alternativas. Podría ser Felipe (Solá), pero eso no está claro. La provincia (de Buenos Aires) no tiene tantos nombres. También podría ser Chiche (Duhalde)” la hipotética compañera de fórmula del santafesino.
El territorio
“Duhalde está preocupado por lo que pase en la provincia; de alguna manera, ahí se juega el futuro de todos los que lo acompañamos en estapatriada”, confió otro influyente funcionario nacional, de extracción bonaerense, a Página/12.
Dicha inquietud no resulta ilógica. El antaño poderoso aparato peronista del distrito corre serios riesgos de balcanizarse, a no ser que lo aglutine un conductor fuerte, o un candidato ganador que pueda seguir alimentando la prebendaria praxis de la política clientelar, argamasa que mantiene unida –aunque frágilmente en estos días– a la constelación de barones del peronismo local.
Duhalde ocupó ese lugar desde la derrota del cafierismo a manos de Carlos Menem, en 1988. Su influencia creció un año después, cuando junto a Menem fue electo en la fórmula presidencial y se cristalizó a partir de 1991, año en que lo eligieron por primera vez gobernador provincial. Desde entonces, la ilusión de hacerse con el poder nacional mantuvo cohesionadas a sus mesnadas, que imaginaban a Duhalde Presidente y, gracias a ello, un derrame de poder y recursos económicos –cuando no de ascenso a cargos políticos más expectables– sobre ellas.
Pero Duhalde llegó a la Rosada a la grupa de la feroz crisis política y económica de comienzos de 2002, con las arcas del erario vacías, el país endeudado y sin legitimidad popular. Todos los sueños de los señores del PJ bonaerense se desvanecieron.
Duhalde sabe que el regreso al lugar que lo hizo fuerte se asemejará más a una reconquista que al retorno de César de la campaña de las Galias. Por ello, deberá apelar a una alquimia que dé vida a su golem: un candidato ganador que, además, en caso de llegar a La Plata, le responda.
Los candidatos
Extramuros del duhaldismo huelen la disgregación. En sus recorridas por todo el país, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Sáa vuelcan grandes esfuerzos para perforar el crujiente aparato duhaldista en el distrito. Por si fuera poco, devaluado y todo, Carlos Menem se empeña en sacarse la vieja espina bonaerense del costado y ya hizo su primera incursión –módica, cautelosa– por el sur de la provincia. Los dos primeros adversarios cuentan con discurso y recursos suficientes para hacer mella en el distrito. Si el drenaje se acelera, la ilusión del cesáreo retorno a casa se esfumará.
“Hay que rediscutir la ingeniería de la provincia”, alerta un secretario de Estado ante este diario. ¿Qué significa eso? Comenzar a aceitar la maquinaria y definir quién podrá llevar el estandarte del Presidente. Allí aparece el actual gobernador.
“Felipe quiere ser gobernador”, revela uno de sus principales colaboradores, como si hoy no lo fuera. Las palabras del hombre de Solá apuntan a la búsqueda de la legitimidad que sólo dan las urnas. Ese deseo es acompañado por algún importante habitante de la Casa Rosada. “Felipe debe ser el candidato, es bueno y no tenemos a otro”, dijo a Página/12 uno de los hombres de mayor confianza de Duhalde.
–¿Y Chiche?– pregunta este reportero.
–Chiche sirve sólo al final, si no quedase otra alternativa y si las encuestas la imponen– respondió el funcionario.
La mujer del Presidente reveló, hace quince días, que quería el cargo. Lo hizo sabiendo lo que estaba diciendo, ante una cronista de Página/12 y otros diarios nacionales. “No conozco cómo fue el episodio, pero no creo que Chiche haya dicho eso sin consultarlo previamente con Duhalde”, especuló un hombre que conoce al matrimonio desde hace muchísimos años.
Solá se enardeció cuando leyó la frase de la primera dama. En ese momento, negociaba con la Nación un ajuste que implicará más privaciones en la provincia, para lo cual necesitaba el poder que los decires de Hilda de Duhalde le estaban licuando. El Presidente comprendió el daño que hizo su mujer y se reunió con el gobernador y una miríada de intendentes del conurbano –sus señores de la guerra– para pedirles cohesión detrás de Solá y con ello soportar el ajuste y contener el descontento social.
Estos intendentes están que trinan con el Gobierno. Apuntan al jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, antiguo ministro de Trabajo, y a la misma Chiche por la arquitectura que diseñaron para entregar los planes de desempleos. “Les dieron la guita a los piqueteros, que nos arman quilombo en los municipios y son nuestros enemigos”, se quejan.
Solá, cautelosamente, intenta sumarlos a su proyecto. Pero el gobernador sabe que su futuro está más atado a su gestión y a contener la crisis social que a la ingeniería de coaliciones que pueda construir. Para los próximos quince días prepara un anuncio financiero que, cree, lo reposicionará en la constelación de los señores distritales.
Pero el gobernador y la primera dama no son los únicos actores que quieren el papel principal en esta obra (¿tragedia? ¿comedia?). El secretario de Seguridad, Juan José Alvarez, de buena gestión, anhela jugar algún rol. “Hablar de eso es pensar qué vamos a hacer después de que Argentina salga campeón del mundo”, minimiza uno de sus colaboradores. Juan Pablo Cafiero, ex peronista reciclado, de excelente relación con los Duhalde, tiene también su aspiración no tan oculta. Su nombre fue nombrado, podría decir un estudioso de la kávala, como posible candidato a vicegobernador.
Estos aspirantes no son todos los que hay, pero sí los que son seguidos con atención desde el gobierno nacional. Duhalde, que dijo que la Presidencia de la Nación será su último escalón en la política, no se resigna a perder poder e influencia una vez que regrese a Lomas de Zamora y, entiende, lo conseguirá en caso de que entregue ordenadamente los atributos presidenciales y si consigue colocar algún delfín en su propio territorio. Para ganar esa guerra, debe contagiar a su tropa las pasiones que ella enciende, como supo escribir Karl Von Clausewitz. Una faena no menor, de final incierto.

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El Presidente está preocupado por evitar que el aparato del PJ bonaerense se balcanice.
 
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