EL PAíS › OPINION

Cadenas rotas

 Por James Neilson

El clima de hostilidad popular hacia Estados Unidos y los auditores del FMI que ha surgido últimamente se debe casi exclusivamente a su negativa a darnos plata. A juicio de muchos, la actitud de George W., Anne Krueger y Anoop Singh equivale a una traición. Esta convicción tiene su lógica porque aquí la política es considerada una actividad netamente clientelista según la cual les corresponde a los capos velar por los intereses materiales de sus subordinados a cambio de sus votos. Es por eso que en la raíz de la tensión creciente entre las provincias y “la Nación” está la incapacidad de ésta de seguir girándoles fondos frescos, mientras que los movimientos políticos tradicionales están cayendo en pedazos porque los jefes ya no están en condiciones de financiar a sus operadores que, a su vez, no saben cómo mantener contentas a “las bases”. El ecosistema está en crisis: rota la cadena alimentaria, nadie sabe qué hacer.
Todo sería más sencillo si los potentados que viven en Washington entendieran que el poder conlleva ciertas responsabilidades pero, por desgracia, parecen reacios a interpretar lo que ocurre en la zona latinoamericana del “tercer mundo” a través del prisma clientelista. Desde el punto de vista de los del Norte, Eduardo Duhalde y los demás no son punteros fieles que merecen ser recompensados por su aporte a la causa sino mendigos molestos. Dicen que todos tienen que aprender a valerse por sí mismos, exigencia que en América latina suena hipócrita o, peor, subversiva. ¿Qué sucedería si la gente dejara de depender de sus dirigentes naturales? Se desataría la anarquía, el individualismo más feroz, sociedades antes armoniosas se convertirían en junglas salvajes.
Puesto que las dos culturas políticas así manifestadas son incompatibles por descansar en cosmovisiones radicalmente distintas, las “negociaciones” del Gobierno con el FMI han degenerado en un diálogo de sordos. Cuando Duhalde y Horst Köhler abren sus respectivas bocas, es para hablar de cosas totalmente diferentes. Aquel, acostumbrado a “negociar” con “la Nación”, sencillamente no puede tomar en serio las precondiciones exóticas a las que aluden los contadores del FMI. Por su parte, al alemán le es imposible comprender la resistencia de los dirigentes argentinos a intentar confeccionar un programa “sustentable”. Como inmigrantes hambrientos sin papeles que en un idioma desconocido insisten en que por razones teológicas tienen derecho a cobrar un subsidio jugoso, los negociadores criollos vuelven una y otra vez a la misma ventanilla, para perplejidad de los burócratas que los atienden sin entender nada.

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