EL PAíS › TAIANA, DUHALDE Y GARRE EN UN EVENTO PARA LOS EMBAJADORES

La ESMA abierta para que la vea el mundo

Diplomáticos de más de setenta países fueron al acto en el ex centro clandestino. Recorrieron el edificio guiados por el canciller y sobrevivientes que les contaron su historia. Lilia Ferreyra, compañera de Walsh, leyó la Carta Abierta a la Junta Militar.

 Por Irina Hauser

“Venir a este lugar, pararme sobre el sótano donde estuvo el cuerpo acribillado de Rodolfo es como un triunfo sobre la muerte”, dijo Lilia Ferreyra, compañera de Rodolfo Walsh al momento de su asesinato, en un instante que decidió salir a tomar aire. Acababa de darse “la satisfacción moral de un acto de libertad”: leer en medio del Casino de Oficiales de la ESMA, el 24 de marzo que marca los treinta años del golpe, la Carta Abierta a la Junta Militar que el periodista planeaba repartir el mismo día que lo secuestraron y lo llevaron a ese centro clandestino de detención. Fue durante un acto peculiar, que mezcló un centenar de embajadores y diplomáticos invitados por la Cancillería, funcionarios y sobrevivientes de los crímenes de la dictadura. Después de los discursos, el canciller Jorge Taiana encabezó una recorrida por el edificio, escoltado por un murmullo de idiomas remotos y visitantes ilustres munidos de cámaras digitales.

A la espera de que empezara el acto, la gente caminaba con naturalidad por el salón que los marinos llamaban El Dorado, en el Casino de Oficiales, que funcionó como base de la central de inteligencia del grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Hombres de traje, mujeres muy maquilladas, algunas con vestido largo, otras en jean y sandalias, componían un público exótico, que demostraba interés. Casi no había uniformes militares. Apenas entró al lugar, el canciller –que es ex detenido– saludó casi uno por uno a los embajadores. Era el anfitrión de un evento que buscaba abrir ante los ojos del mundo un “emblemático” centro de detención, torturas y exterminio de la última dictadura.

El primero en acercarse al micrófono, en un escenario al fondo, fue el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde. “¿Cómo se construye una maquinaria de matar de este nivel? ¿Cómo ciudadanos que uno creía normales constituyeron esa maquinaria? ¿Cómo se pudo torturar a chicos de 14 años de incipiente militancia y arrojarlos al mar? ¿Cómo se pudo arrojar al mar a las madres de Plaza de Mayo que buscaban a sus hijos?”, hilvanó sus preguntas. Dijo que “el golpe empezó en marzo de 1976, pero tuvo una preparación” y habló de las responsabilidades eclesiásticas, sociales y de los medios de comunicación.

Lilia Ferreyra explicó, serena, la importancia para ella de “recuperar la voz” de Walsh a través de la Carta Abierta... que escribió cuando se cumplía el primer año del golpe. Destacó la “lucha inclaudicable de los defensores de los derechos humanos y la decisión del Gobierno de asumir la lucha contra la impunidad como política de Estado”. Después leyó: “El 24 de marzo derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva (...) Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado o periodista, observador internacional (...) Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.

Conocidas para muchos, desconocidas para otros en el público, las palabras del escritor asesinado fueron los cimientos de una atmósfera emotiva en la que algunos confesaban “un nudo en la garganta”, que alcanzó su punto máximo con el relato de Martín Grass, uno de los sobrevivientes de la ESMA.

“No es un día fácil, no es un lugar fácil”, empezó Grass, con la voz cascada y el ceño fruncido. En ese mismo recinto, explicó, se planificaban las operaciones. A sus espaldas, señaló, había pizarrones con mapas de toda la ciudad. Adelante estaba el acceso al sótano, el primero donde eran llevadas las víctimas, donde también eran torturadas. “En el pasillo que conducía a las celdas habían puesto en la pared, con un humor macabro, un cartel que decía ‘Avenida de la Felicidad’”, recordó. “Lo primero que se perdía al entrar era la calidad de ser humano. Dejé de llamarme Martín Grass para llamarme 808. Después conocí otros 808”, dijo para dar cuenta de la cantidad de personas que pasaron por ese centro, unas 5000.

Con tono más didáctico, Grass definió: “La ESMA era una máquina de producir terror. Era un sistema de control sobre el país. Funcionaba con muertos. Mataba para aterrorizar y aterrorizaba para matar”. Contó que el propio represor Jorge “Tigre” Acosta, estando en cautiverio, le expuso el plan de exterminio. “Ojalá siga detenido por mucho tiempo”, elevó la voz, y volvió a rozar el llanto.

Breve, Taiana, dijo que los testimonios de las víctimas reafirman la convicción de “terminar con la impunidad” e invitó a los embajadores a recorrer. Un grupo fue encabezado por él, otros fueron con guías del lugar, y los sobrevivientes sumaron sus relatos. Mezclados entre los visitantes internacionales iban la ministra de Defensa, Nilda Garré, acompañada por su hija, Duhalde y su segundo, Rodolfo Mattarolo, y la titular de la cartera de Derechos Humanos porteña, Gabriela Cerruti.

Inquieto, el coronel español retirado Prudencio García, escrutaba cada rincón del sótano. García es un prestigioso analista de la sociología militar y escribió sobre las Fuerzas Armadas argentinas. “Parece increíble que aquí arriba se estuviera haciendo vida normal mientras aquí abajo se torturaba. Uno no puede hacerse a la idea”, le comentó a Página/12. Munú Actis, una artista plástica, contó que estuvo seis meses en ese subsuelo y que vio parir a otras dos mujeres cuando allí funcionaba la enfermería. “Les decían que iban a entregar a sus hijos para que no fueran subversivos”, recordó, con un sorpresivo gesto de disculpas porque, dijo, “estas situaciones me permiten hacer catarsis”. Alrededor, había un clima silencioso pese a la multitud. Los flashes titilaban todo el tiempo.

La ESMA, desde que fue recuperada para la ciudad en 2004, se llama “Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”. Aún no está abierto al público, pero ya está armado con carteles explicativos, planos y testimonios en letras grandes por todas partes. “Me impacta saber que aquí parían las embarazadas”, dijo para una pequeña ronda el embajador de Palestina. El de España, Carmelo Angulo, recordó: “En este centro de barbarie donde se practicó la tortura también estuvieron muchos españoles”.

Otro ex detenido, Víctor Basterra, repasó ante los invitados cómo sacó oculto en su cuerpo negativos fotográficos y documentos que luego fueron pruebas claves en el Juicio a las Juntas. Fue en una parte del sótano donde funcionaba un área de falsificación de documentos, donde había sido obligado a trabajar. En un cartel en ese sector se lee: “Por esta puerta la mayoría de los secuestrados eran llevados a su destino final”. Ana Testa, que pasó ocho meses en la ESMA, hizo de guía casi exclusiva para el agregado cultural de Bolivia, que había llegado un poco tarde. Dos pisos arriba, en el altillo, Amalia Larralde explicó que allí estaban las secciones conocidas como “capucha”, “capuchita” y la “pecera”, donde los detenidos estaban hacinados, engrillados y separados por tabiques.

“Desde este lugar que fue centro de muerte, nosotros queremos celebrar la vida”, pidió Martín Grass que la gente se llevara como una suerte de consigna. Y citó a Julio Fucik, escritor y periodista checo asesinado por los nazis: “Por la alegría he vivido, por la alegría he ido al combate, que nunca la tristeza sea unida a mi nombre”.

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Los diplomáticos, en un playón por donde ingresaban algunos detenidos antes de ser llevados al sótano.
 
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