EL PAíS › OPINION

Un fin de año argentino

 Por Eduardo Aliverti

¿Qué es lo que causa más inquietud? ¿Que haya habido otro secuestro político o lo que uno imagina es la percepción social mayoritaria acerca de ese secuestro, como prolongación de López?

Primero, los hechos y algunas conclusiones parciales en forma de pregunta (tan parciales como la información disponible). Supongamos que se les pudo haber pasado proteger a López. Pero después de López, ¿no haber extremado los recaudos con los testigos en peligro? Luego: ¿y con quién protegen a los testigos? ¿Con la Bonaerense? ¿De dónde sacar custodios confiables entre medio de esa manga de sicarios? Enseguida: ¿hay forma de evitar esto? ¿Los propios testigos tienen ganas de vivir custodiados, y encima por quienes tienen el contorno de los verdugos? ¿Gerez desea siquiera poder ir, solo, como fue, a comprar carne y cigarrillos? ¿Se puede vivir así? Más enseguida aún: ¿cómo plantarse? ¿Debe correrse al Gobierno por izquierda, acusándolo de ser tan incapaz como para no advertir que los residuos militares y las bandas policiales habrían de operar, a las puertas de los juicios masivos contra ellos? Puede ser, se dijo uno apenas se enteró de Gerez. Háganse cargo, pensó uno, de que una política progresista de derechos humanos no termina de ninguna manera, aunque lo incluya, en el acto en la ESMA; o en impulsar la derogación del Punto Final y la Obediencia Debida; o en decirle a Bendini que descuelgue el cuadro de Videla en un salón del Colegio Militar, la máquina más grande de fabricar asesinos que tuvo este país. Tentado con eso, con decirle al Gobierno eso, uno piensa todavía más enseguida en lo siguiente: está bien, ¿pero estos secuestrados lo son, acaso, porque el Gobierno hizo cosas, las cosas de revisión de la dictadura, por derecha? No, los secuestraron porque en eso el Gobierno obró por izquierda. En consecuencia, ¿cuestionar al oficialismo cuánto? Todas estas sensaciones, dudas, especulaciones, aparecen de golpe y en conjunto porque, cabe creer, no hay manera de que no sea así. No hay forma de que frente a lo que se vive no haya ideas cruzadas.

¿Y qué le causa a la mayoría de la sociedad que haya otro López? Porque no tengamos ni la más mínima duda: Gerez aparecido no significa que no sea López II, con la nada menor pero única diferencia de que se reaccionó rápido. Uno piensa también, por algo será, que la mayoría popular está pensando en que Gerez, y antes López, no son una pésima noticia por lo que les ocurrió, sino porque “tan bien o más o menos bien que venimos saliendo y a éstos se les ocurre seguir jodiendo con los juicios a los milicos”. ¿Se puede no pensar en que una mayoría de nosotros piensa eso? ¿Se puede no temer que López y Gerez sean vistos como una molestia, antes que como una consecuencia de querer hacer justicia tanto sea que ésta devenga de la sinceridad oficial como de un oportunismo de época?

El discurso de Kirchner refrendó que esta última contraposición es abstracta. Porque lo concreto es la ratificación de que el Gobierno seguirá avalando los juicios contra los represores, que no habrá amnistía de ninguna naturaleza, que no se dejará extorsionar. Eso es lo que vale, pero también vale que con el voluntarismo no alcanza contra el grado de peligrosidad operativa de una mano de obra que volvió a tener ocupación. Es obvio que estamos ante una coordinación precisa que puede provenir de la Bonaerense como de grupos de ex militares, o de una combinación entre ambos más algunas particularidades del tipo de las huestes de Patti. La secuencia puede tomar como punto de partida el acto fascista en plaza San Martín, o cualquiera de las columnas de opinión de sus voceros, o la frase de Etchecolatz al advertir que eran los testigos quienes se estaban condenando. Pero la secuencia está y desembocó en López y después en Gerez. Y nada de eso cambia aunque Gerez haya aparecido. Y obliga a preguntarse, por vez innumerable, acerca del grado de eficiencia –si es que se descuenta que hay la voluntad– con que el Gobierno maneja su aparato de inteligencia, sus purgas de uniformados, sus hipótesis de conflicto en función de cargar las tintas contra los jerarcas de la dictadura. Esa pregunta renovada de qué calcula el Gobierno y cómo opera en consecuencia debe hacerse más que nunca ahora que la aparición de Gerez puede inducir a relajarse. De hecho, algunos oligofrénicos que trabajan de periodistas, y algunos funcionarios compelidos por ellos o viceversa, infieren que el discurso de Kirchner fue decisivo para que los secuestradores liberaran a Gerez. Perdón por lo agresivo de la figura, pero es que sólo a un disminuido mental, o alguien impedido de cuidar exabruptos, puede ocurrírsele que una banda de matones espera un discurso del Presidente para resolver qué hacen con su secuestrado.

Decíamos: no se trata de pedirle al Gobierno que pueda cuidar de cada testigo en peligro hasta el extremo de olvidarse de qué estamos hablando, sólo en el caso de la Bonaerense, de una organización delictiva de casi 50 mil hombres. Ni de que es de un facilismo ideológico berretísimo suponer que cualquiera puede quedar a salvo de colifas o asesinos sueltos o agrupados. Pero sí se trata de que el Gobierno dé idea de confiabilidad entre su prédica y sus ejecuciones: no puede pedirles a los testigos que confíen en que los custodie una mafia. Aun conscientes de que esto se dice desde la comodidad de un procesador de textos y no desde la responsabilidad de gobernar, el Gobierno debería brindar una imagen que no da: confiar en la movilización popular, empujar organizaciones barriales, tejer una red de “protectores de base”. Por ejemplo. Uno de los balances del año que terminó es que el oficialismo continúa enclaustrado en menos de diez funcionarios entre los que todo empieza y todo termina. El discurso presidencial del viernes conllevó esas características: el Presidente solo, firme, con la luz de plantarse en sus trece, venga de donde viniere su decisión de juzgar y saldar el pasado. Y la sombra de su falta de autocrítica.

Pero eso es el Gobierno. Nada menos pero nada más. Hay que saber, espiar, indagar, si para el grueso de esta sociedad López y Gerez son un desafío de dignidad con nosotros mismos o una molestia. Según sea una cosa o la otra, la preocupación es mayor o menor en cuanto al cuidado que hay que tener con la sangre en el ojo de los fascistas.

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