EL PAíS

Las únicas opciones

Por Eduardo Aliverti

No es que haya habido sorpresas. Y eso es justamente lo peor.
El contraste fenomenal entre las monstruosas cifras de desocupación y las noticias de lo que se llama “la clase dirigente” está ya entre lo mejor (lo más esperpéntico, es decir) del desquicio argentino.
En las cifras y en las actitudes aparece un acostumbramiento al horror. Al cabo de conocerse los números del desempleo y aledaños, no fue posible encontrar un comunicado, una declaración, un mero testimonio de, siquiera, mínima congoja, entre la abrumadora mayoría de partidos, candidatos, figuras sindicales, hombres de negocios que conforman el putrefacto mapa electoral, institucional y dirigente. Duhalde y todos los peronistas. Alfonsín y todos los radicales (q.e.p.d.). Carrió y su discurso místico de religiosidad republicana, con la única obsesión de erigir en enemigo al califa de Anillaco. Zamora y sus interminables convocatorias a debatir sobre el debate de cómo se debate lo que hay que debatir en las aulas porteñas de Filosofía y Letras. Las CGT (¿?). Lo que queda de un establishment que porta el ser la derecha más corrupta y decadente de la historia nacional... ¿Les corre alguna cosa por las venas, aunque fuere para querer salvarse con un último aliento de amor propio, con un mea culpa testamentario rojo de vergüenza, en los días en que el país que era el granero del mundo y que iba a ser la Nueva Zelandia de las vías de desarrollo fue convertido por ellos en un catálogo de la decrepitud?
Se sabe dónde están, naturalmente. Es una clase dominante inepta para satisfacer sus propios intereses desde un sentido de trascendencia (no es que ya no les da para parecerse de lejos a los industriales paulistas: no les alcanza ni para imitar a la oligarquía chilena). Es una casta partidaria con la fuga hacia nuevas componendas como desesperada meta de subsistencia. Es un sindicalismo orgánico que se extinguió, excepto para sus transas sectoriales. Y es los Estados Unidos, con el solitario interés de que esto sea un protectorado-tapón contra las pretensiones autónomas de una buena parte latinoamericana.
Las buenas nuevas siguen siendo esas reservas de protesta y movilización expuestas desde el último diciembre, por un grueso interesante de esta sociedad. No alcanza todavía para un proyecto distinto, pero podría ser el comienzo. Todo sugiere que no se equivocó quien definió las opciones entre dos extremos sin punto intermedio: el destino de la Argentina es ser un gran país o desaparecer.

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