EL PAíS › EL EX PRESIDENTE EDUARDO DUHALDE

“Es estúpido pensar que el aparato gana una elección”

El ex presidente sacó un libro, Memorias del incendio, en el que narra su paso por la Casa Rosada. En esta entrevista, además, habla de su relación con el aparato partidario y dice lo que piensa de la gestión de Kirchner. También evalúa las candidaturas de Daniel Scioli y de Cristina Fernández de Kirchner.

 Por José Natanson

Se lo ve distendido a Duhalde, que recibe a Página/12 vestido de sport, cansado porque, dice, la noche anterior se quedó jugando a la cartas con sus amigos, y porque no es lo mismo acostarse tarde a los 66 que a los 40. Tras su salida del poder, luego de un gobierno breve pero intenso, el ex gobernador fue durante un tiempo secretario del Mercosur, cargo con el que lo premió Néstor Kirchner cuando todavía se hablaban. Más tarde apoyó a su mujer Hilda “Chiche” González como candidata a senadora y tuvo que absorber no sólo una derrota aplastante sino el hecho de que sus seguidores huyeran en masa al bando ganador. Pero eso no parece importarle demasiado, y entonces o disimula muy bien o está realmente tranquilo y conforme con su vida. Tiene tiempo, como él mismo dice, y por eso decidió escribir Memorias del incendio (Sudamericana), un libro en el que cuenta su paso por la Casa Rosada y que fue el eje de la charla con Página/12, donde también habló de economía, de las turbulencias que pronostica para el futuro y de los Kirchner, Néstor y Cristina.

–Cuando usted entregó el poder, Elisa Carrió lo definió como “una mezcla de estadista con puntero de Lomas de Zamora”. Chacho Alvarez una vez dijo que Duhalde tiene dos almas. ¿Tiene doble personalidad? ¿A qué atribuye estas definiciones?

–Primero que nada, puntero nunca fui. Siempre fui jefe de mi partido en Lomas, intendente, gobernador. Esto tiene que ver con el tema de la organización política. No hay partido en el mundo que no tenga una estructura de poder. Acabo de llegar de España, donde estuve con gente del PSOE, una estructura enorme de poder. En la Argentina se habla de estructura y parece que fuera algo pecaminoso, cuando en realidad es lo que hay que hacer. Los dirigentes que no pueden armar estructuras no pueden gobernar. Y las estructuras se arman con el tiempo, con la prédica...

–Y con recursos...

–Sí, por supuesto. Es así en todo el mundo. En la última elección, George W. Bush envió 8 mil personas a convencer a los que no estaban convencidos en La Florida. Acá, la Alianza comenzó con una prédica y un mito para hacer campaña en la provincia. La idea del aparato. Pero el aparato no sirve para ganar sino para generar estabilidad en el gobierno. Para el doctor Kirchner es más fácil tener un estructura que lo proteja, que no tenerla. Pero no alcanza para ganar. Hay muchos casos, como el del intendente de Tigre, Ricardo Ubieto, que murió: iba contra la lista sábana y ganaba siempre. Lo mismo Martín Sabatella. O lo que están haciendo los socialistas en Rosario. Gobiernan. Y arman estructuras.

–Lo que se cuestiona es cómo se hace.

–Se hace como se hace en todos los países, con gente afín que gana elecciones. Y a los que son malos la gente los saca. Acá se crean esos mitos. (Manuel) Quindimil, por ejemplo, tiene el 70 por ciento de apoyo.

–Pero, ¿no cree que la alternancia es un valor importante de la democracia? Quindimil es intendente desde el ’83...

–Sí, yo presenté un proyecto para que todos los cargos, incluso el de intendente, admitieran sólo dos mandatos. Pero en definitiva es la gente la que elige. Cuando trabajan bien, la gente lo percibe y lo vota. Por eso ganan las elecciones. ¿A quién le importa en qué partido está el Japonés García en Vicente López o Posse en San Isidro? En las últimas dos elecciones cambió más de la mitad de los intendentes del Gran Buenos Aires. Es una estupidez pensar que el aparato va a ganar una elección. Yo tenía el supuesto aparato en el ’99 y perdí.

–¿Qué mensaje quiso dar con su libro?

–Mi objetivo es plantear la idea de que la Argentina, si no se incorpora a la idea de todos los países que progresan de que hay que apoyar y rodear de prestigio social al que produce y genera riqueza, que hay que crear mecanismos a nivel ministerial para que se ocupen de este tema, no va a encontrar su camino. El nuestro es el único país en Occidente que no tiene un Ministerio de la Producción. Brasil tiene cuatro, Uruguay uno, Venezuela también. Pero acá el ministro de Economía piensa que tiene que ocuparse de la producción, de lo que en general no sabe nada.

–Pero la producción viene creciendo.

–Sí, pero el riesgo es que se crean que las ventajas competitivas que da la devaluación significan un modelo económico. Eso no es un modelo, es una consecuencia del rebote que se produce después de una depresión, acompañado por el alto precio internacional de los commodities.

–¿Usted cree que el gobierno actual descuida ese aspecto de la economía?

–Hay que tener cuidado. En el ’97, muchos sectores estaban contentos con el crecimiento, Menem decía que estábamos por convertirnos en uno de los 10 países más importantes del mundo. Y ahora estamos en una situación en la cual tenemos que darnos cuenta de que en un par de años va a ver turbulencias, por el reacomodamiento de los precios relativos, de los salarios, que todavía son bajos. Y para enfrentarlas hay que crear los organismos que permitan generar inversiones. Estamos infinitamente mejor de lo que estábamos, eso es indudable, pero debemos hacer que esta situación se mantenga. Y el único ministerio que sacó Kirchner fue el de la Producción.

–¿Por qué cree que lo hizo?

–Habría que preguntarle a él. Cuando yo asumí, a los tres meses teníamos el mapa productivo y el gabinete productivo. Hoy no hay una ventanilla para conversar esas cosas. Algunos dicen que el secretario de Industria, Miguel Peirano, conoce el tema. Es cierto, pero el que no conoce es el Presidente. No lo digo despectivamente; lo que pasa es que Kirchner, como Menem, viene de una provincia, fue gobernador de una provincia donde lo productivo no es lo central.

–Usted sostiene en su libro que la devaluación era algo que se impuso por el descalabro económico, más que por una decisión política. ¿No se podría haber buscado una salida más ordenada?

–Pero estaba todo planteado. Yo decía que íbamos a salir en cuatro meses y se cagaban de risa, que el 9 de julio íbamos celebrar la salida de la recesión, y salimos a fines de mayo. Yo estaba convencido de la potencialidad de la producción argentina y sabía que en 2002, aun con precios más bajos de la soja y el trigo que el año anterior, se salía.

–Pero hubo varios planes, se anunció un dólar a 1,40...

–No hubo dos planes. El famoso 1,40 es lo que el Estado decía que valía el dólar. Cuando tuve que plantear la situación frente a los ahorristas, no se les podía dar un peso por un dólar, entonces dispusimos el 1,40, más los intereses. Ahora es fácil decir lo que había que hacer, pero los quiero ver en ese momento...

–También dijo que el depositó dólares, recibirá dólares...

–Fue un error, como después reconocí. Yo me entero de que voy a asumir la Presidencia 30 horas antes. En ese tiempo tenía que armar el equipo, ver quién me acompañaba, muchos me decían que no... El discurso a la Asamblea era algo secundario: una parte del discurso me salió rápido, porque era lo que había dicho toda mi vida. Este tema del corralito, en cambio, era nuevo. Antes, un grupo de economistas dijo que se podía hacer eso, devolver dólares. Entonces lo dije. Cuando me di cuenta de que no se podía, estuve varias días buscando soluciones, hasta que me di cuenta de que era imposible.

–¿Conocía a Lavagna?

–Poco, de la época de la renovación peronista. Yo creía que el hombre adecuado era Remes Lenicov. Y si bien el 3 de febrero ya habíamos tomado todas las medidas y no cambiamos más el programa económico, a partir de allí tuve que soportar una ofensiva tremenda de los sectores de poder que querían llevarnos a la dolarización. Yo notaba que se me estaba moviendo el piso porque los efectos de la recuperación todavía no se notaban. Todos los economistas, la televisión, decían que nos encaminábamos al caos. Era un clima de miércoles, con colas en los bancos, avisos de corridas todos los días. Cuando asume Lavagna, tuvo un desempeño extraordinario. Tuvo una enorme tranquilidad, lo que en ese momento era muy importante.

–¿Cuánto de continuidad y cuánto de cambio hay entre su gobierno y el de Kirchner?

–La actitud más inteligente de Kirchner fue mantener el equipo, porque no había en el país un equipo preparado de la dimensión que necesita el Estado para enfrentar la crisis. Todavía hoy, en las segundas líneas de secretarías y subsecretarías, el 80 por ciento viene de mi gobierno. Es un dato objetivo: no hubo en la historia argentina un traspaso de poder de estas características, que se quedara con prácticamente todo el equipo económico, de salud, de interior. Mi primera contradicción con el Gobierno, que no es con Kirchner sino con todos, es no seguir con un ministerio y un equipo de la producción. Y el otro problema es no entender que los sectores indigentes y excluidos tienen que tener ingresos. Es lo que hizo Europa con la renta mínima y la renta básica, que existen en todos los países: es el derecho humano a la existencia.

–Pero Kirchner mantuvo los planes sociales.

–Sí, pero en Francia, por ejemplo, se va actualizando cada seis meses lo que se cobra. No puede ser que una persona reconocida como indigente siga cobrando 150 pesos...

–La pobreza y la indigencia bajaron.

–Sí, el ritmo de descenso es importante. En la medida en que haya crecimiento de la economía, va seguir mejorando la situación. El tema es atender a los que hoy son indigentes. No puede ser que gobiernos que se presentan como progresistas no se den cuenta de que esto es tremendo.

–¿Cómo lo va recordar la historia?

–Si el crecimiento se mantiene y la Argentina sale en forma clara, creo que me van a reconocer como el que inició la recuperación. Si fracasa este modelo, mi período ni siquiera va a ser tenido en cuenta.

–¿Por qué disputó la elección de 2005 en la provincia contra Kirchner?

–Yo no la disputé. Mi última aparición política fue mi discurso cuando impulsé a Kirchner en San Vicente. Luego no participé más.

–Pero se presentó su mujer y su sector. Podría haberlos frenado.

–No puedo hacer eso. ¿Por qué hay que impedirle a alguien que participe en política?

–No se trataba de participar, o no, sino de participar bajo otro liderazgo.

–Sí, pero no la aceptaban a Chiche. Ella tenía derecho y quería participar. Es razonable y lógico.

–¿Le gustaría que Daniel Scioli sea gobernador?

–Le tengo mucho respeto por su capacidad de trabajo. La verdad es que estaba tan entusiasmado con la Secretaría de Turismo, decía que iba a ser uno de los puntales de recuperación. Es un hombre de clara inteligencia.

–¿Qué opina de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner?

–Me parece, como ya dije, que podemos entrar en períodos de turbulencia. Y en esos momentos es necesaria la experiencia para poder superarlos. Soy optimista en cuanto al futuro. Pero es riesgoso que esté al frente una persona que no tiene experiencia en el manejo de crisis.

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