EL PAíS › OPINION

Equipajes

 Por Eduardo Aliverti

Dicho de modo efectista, parece que este Gobierno tiene predilección por las bolsas y las valijas. Dicho de manera periodística, entendiéndose como tal al “comentarismo” fácil, además de corruptos son tontos. Dicho con alguna pretensión de profundidad, no mucha, la corrupción ésa –de acuerdo con cómo está conociéndosela– no hace a algún fondo importante de la cuestión. Por ahora.

Alguna gente no termina de creer lo imberbes que son en el oficialismo y/o vecindades para disimular lo que se robaría o repartiría. O se muestran absortos por esa exhibición de impunidad. No es que se sorprenden por la corrupción como hecho en sí mismo. Y en la base de eso hay una sociedad en la que la corrupción es asimilada como intrínseca a su funcionamiento, y al de sus gobiernos. En realidad, la corrupción es inherente a cualquier sistema o administración gubernamental. Y sólo preocupa, o inquieta, o moviliza, socialmente hablando, como elemento agregado a etapas de incertidumbre o eclosión económica. Hay una relación directamente proporcional entre el interés y la indignación efectivos que puede despertar el enterarse de andanzas oficiales corruptas, y el curso que tenga la situación económica general.

El momento actual, de bolsas y valijas y Skanska y aeropuertos y concesiones de obras públicas de feísimo olor, es de una analogía simétrica con el primer lustro de la rata. “Roban pero hacen”, o “roban pero mientras tanto me quedo tranquilo con aprovechar que se les ocurrió que un dólar vale lo mismo que un peso”, era la conciencia media de los primeros tiempos del menemato. Ahora es lo mismo, desde otro lugar que en ese sentido es igual: “Seguro que roban, pero no habría nada mejor que esto(s)”. Se puede probar una mirada algo más estructural de la corrupción, a propósito del modo en que afecta la marcha de las cosas. ¿Cuáles cosas? Las cosas que realmente interfieren en el andar de un sistema capitalista, no como régimen en sí, sino en sus modelos o planes eventuales. En otros términos, ¿el kirchnerismo es más de lo de siempre en cuanto a solvencia moral? A estar por lo revelado en los últimos tiempos, parecería que sí. ¿Y es más de lo mismo respecto de la caracterización de la circunstancia histórica que se vive? No. Porque ahora hay una tendencia que marca alinearse por fuera de la línea de la derecha explícita. Eso, como discurso, ya fracasó o, por ahora, no puede volver. En algún punto, esta sociedad ya no quiere Menem. En todo caso, lo que quiere es Menem compelido a vestirse de otra cosa. Complejo de culpa, que le dicen. Pero no deja de ser un cierto avance.

El índice oficial de inflación es una burla. Lo del flete aéreo de la estatal Enarsa y lo de la valija con los dólares del venezolano es porno. Lo de la bolsa de Miceli es impresionante, por ella pero antes que nada porque es considerable como claro que le endosaron la exclusividad para que quede como la idiota de la película. Sin embargo, no se advierte que algo de todo eso vaya a perjudicar severamente el humor colectivo, gracias a un estado de la economía en el que las mayorías populares y los actores sociales más dinámicos se sienten a gusto, más o menos a gusto, o resignados a que no hay o habría algo mejor. Durante la rata, además, era ostensible que se trataba de una corrupción estructurada y generalizada, definible como sistémica en tanto la forma en que se encararon las privatizaciones, como osamenta del esquema neoliberal, tornaba indispensable los negociados. No era posible rematar el país, como hizo Menem, sin una corrupción escandalosa. Lo de ahora, en cambio y hasta aquí, parece más bien asentarse en un arco que va de manejos con licitaciones y adjudicaciones estatales, en determinados ámbitos que no son todos (petróleo, gas), hasta guerras intestinas de funcionarios por razones de posicionamiento de poder y favores a sus entornos empresarios. Lo que algunos llaman un “capitalismo para los amigos”, que aun así guardaría diferencias con el modelo meramente subastador de la rata porque, también, se le devolvió al Estado un poco, muy poquito, de su papel como estabilizador de los desequilibrios sociales. No sólo por eso, sino también por alguna gestualidad concreta de buscar acuerdos y alianzas con cohabitantes del patio trasero, en lugar de ceñirse a los dictados tradicionales. No se espere mucho más que eso porque sería pedirle peras al olmo, a menos que se crea que éste es un gobierno revolucionario. El capitalismo funciona así, y lo que varía de un tiempo a otro, de una administración a otra, no es la existencia de corrupción sino las escalas de su funcionamiento.

Lo que sí podría aguardarse es que el kirchnerismo esté más atento a expandir su base dirigencial y ejecutiva con una idea mejor de cómo lograr cuadros políticos, porque está visto que con el puñadito de conductores que tiene queda crecientemente expuesto a desnudeces inducidas o involuntarias. Y encima K cerró trato con lo más significativo del aparato peronista bonaerense, lo cual se llama muy poco menos que mafia. Vaya uno a saber si acordaron con esos nenes porque entienden que no les quedaba ni queda otra, debido a la crisis terminal de representatividad partidaria y, ahora, en función de comprar la protección de Cristina. O si es porque, sencillamente, no tienen vocación o valentía para cambiarle el aire a la ¿vieja? política. Lo cierto es que el modo de operar oficialista, en forma invariable, consiste en una lógica de patronazgo que se rodea de un núcleo muy pequeño, y cerrado, de capataces que en algunos casos se llevan muy mal entre sí.

En términos específicos de corrupción, esa manera de funcionar dio lugar a que sólo salten, por el momento, una bolsa en el baño de una ministra, la valija con los dólares del venezolano acompañado por comitiva oficial en un inexplicable jet privado, las comisiones en la construcción de gasoductos, algún otro equipaje, algunos otros episodios de tenor parecido y muchas sospechas alrededor del ministerio que vehiculiza las obras públicas. ¿Hay más que esto?

Nuevamente: lo que se descubrió y lo que pueda haber incidirá en la suerte oficial según sea la térmica de la economía. Se diría que con eso llegan bastante tranquilos a octubre. Por eso, porque la oposición no da señales de vida y porque, si las diera, de sólo verles la cara a los que la componen es mejor volver a taparse.

De modo que, probablemente, las bolsas y las valijas van a quedar para otro momento.

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