EL PAíS › LOS MOTIVOS, SEGUN BRAVO

“El ya no aguantaba la presión”

Por M. G.

Se conocen desde que ambos comenzaron a trabajar en el Senado, en 1983. “Somos de la misma edad, 45, hinchas del mismo cuadro, River, compartimos el nacimiento de los hijos y la muerte de los viejos”, dijo Daniel Bravo a Página/12 sobre su relación con Mario Pontaquarto. Bravo es hijo de Alfredo Bravo, el diputado socialista que no pudo morir como senador. Ex afiliado radical, dejó la UCR cuando su partido se negó a expulsar a Fernando de la Rúa.
–Usted era legislador porteño. ¿De qué trabaja?
–Estoy volviendo al Senado, donde tenía licencia, y completaré mi ingreso vendiendo algunos seguros, como antes.
–¿Fue usted el que convenció a Mario Pontaquarto de que confesara?
–Mi preocupación fue que saliera la verdad sobre las coimas en el Senado. En ese momento y ahora. Pero del ciento por ciento de convicción de Pontaquarto para decir lo que pasó a mí no me corresponde más de un 20. El estaba convencido de que tenía que hablar y contar la verdad cuando me lo contó a mí.
–¿Cuándo fue?
–La semana pasada. Y me lo contó con lujo de detalles, como después se lo repetiría a María Fernanda Villosio.
–¿Y después nunca retrocedió?
–No. Y le dije que yo (que todavía era diputado de la ciudad) no sólo quería que hablase por él mismo sino que, si no contaba su versión, yo estaría obligado a contarla. Un funcionario público no puede ni debe callarse un delito. Tato me había llamado el martes. El jueves almorzamos cerca de la Legislatura, en El Carrillón. Ahí me confirmó su voluntad de hablar y me dijo que no habría ningún retroceso. También me contó que había arreglado la entrevista con TXT.
–¿Qué le dijo usted?
–Dos cosas. Una fue ésta: “Tato, de esto tiene que estar enterado el gobierno nacional”. Y la otra fue: “En términos de la confianza política que yo tengo, tenemos que contarle esta historia a Aníbal Ibarra”. El viernes lo vimos a Ibarra. Tato le repitió que no habría retroceso. Entonces arreglamos para encontrarnos con el jefe de Gabinete. Alberto Fernández le dijo que el Gobierno quería ayudar a esclarecer el tema hasta las últimas consecuencias. Cuando salimos le insistí: “Mirá, Tato, la situación es inmejorable para que vos hables. Este es un gobierno que tiene credibilidad y gente muy honesta. El Presidente y Alberto Fernández reúnen esas condiciones y tengo confianza política en Aníbal”. Pontaquarto me dijo que avanzáramos con el Gobierno en la manera de instrumentar su declaración. Nos tomamos unos días mientras él garantizaba que la familia se fuera del país y terminaba la entrevista. El miércoles último, una vez concluido esto, nos volvimos a juntar. Volvimos a verlos a Aníbal y a Fernández y ultimamos los detalles para que la denuncia también fuera canalizada por la Oficina Anticorrupción.
–¿Por qué hizo la confesión Pontaquarto?
–Primero le doy mi visión política. Estaban dadas las condiciones para que Tato hiciera la denuncia, por la credibilidad de las máximas autoridades. En ese sentido, Pontaquarto podía estar tranquilo. Desde la amistad, le cuento que Tato me explicó tres cosas. Me contó que no aguantaba una presión tan tremenda, que estaba muy pero muy cansado, sobre todo cuando veía que el único involucrado era él y no los que habían cobrado la coima. También me dijo que ya no podía más, porque cada vez que sus hijos adolescentes leían los diarios y miraban televisión lo volvían loco. Y me dijo después algo que por supuesto yo había notado: le había cambiado totalmente el carácter. Un tipo alegre, divertido y buen compañero de trabajo estaba deprimido y aislado. Se sentía mal consigo mismo. A mí me pareció lo más prudente alentar su decisión. Y me pareció lo mejor políticamente. Yo pertenezco a un sector radical que se fue del partido, que en las elecciones nacionales jugó con (Elisa) Carrió y en las porteñas con Ibarra. Pero lo más importante es que, como se está haciendo esta denuncia, la política limpia la política. Y no para cubrir. Al contrario. Así, la política se saca de encima a los bolsones que cambian favores por votos.

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