EL PAíS

Merengue

 Por Horacio Verbitsky

A lo largo de la crisis los acuerdos políticos y los estilos personales prevalecieron sobre la confusa y rudimentaria institucionalidad regional, que incluye a la OEA, la Unión de Naciones Sudamericanas, el Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones y el Grupo de Río. Cada uno tiene un origen y un propósito distintos, aunque en la generalidad de los casos los integran los mismos países. Sólo faltó la cumbre Iberoamericana, porque hoy son las elecciones presidenciales en España y el Rey Juan Carlos no está para mandar callar sudacas. Tampoco asistió Tabaré Vázquez, que no desea el menor roce con Estados Unidos, ni Nicanor Duarte, en plena campaña electoral, ni Lula, porque su proyecto es la Unasur y recela del grupo de Río, donde su voz debe medirse con la de México. Este equilibrio entre poderes regionales no es malo para la Argentina y el Grupo de Río mostró su utilidad como un foro de discusión abierta en casos de crisis. Así nació, para apagar la guerra en Centroamérica. Si Colombia no hubiera puesto a la región al borde de la guerra, el viaje a Caracas de CFK, previsto desde febrero, hubiera sido comentado como la primera transacción binacional post-Uberti, en la que los estados sólo brindan el paraguas político y el mecanismo fiduciario, sin cupos discrecionales ni gestores privilegiados, para que las empresas privadas ofrezcan en forma competitiva sus productos a un cliente rico en combustibles y apurado por su escasez de alimentos. Cuando CFK aterrizó en Caracas, Chávez y Correa llevaban dos horas de conferencia de prensa, compitiendo en adjetivos descalificatorios para Uribe mientras estiraban el tiempo hasta que llegara Cristina. Pero la presidente argentina prefirió recibir a solas a Correa. Igual que a la mañana siguiente en el encuentro bilateral con Chávez, CFK intentó bajarle el tono. Esto se notó durante la firma de los convenios, cuando Chávez estuvo sosegado y habló apenas diez minutos. El viernes, CFK, el presidente mexicano Felipe Calderón, la presidente chilena Michelle Bachelet y el canciller brasileño Celso Amorim fueron precisos en el rechazo al ataque colombiano y en la conveniencia de acallar las pasiones. CFK hizo una medida defensa de las acciones multilaterales y dentro de la legalidad, para preservar a la región como una de las pocas zonas sin guerras del mundo. Su planteo racional puso a Uribe en cuarentena. Para terminar, Cristina ironizó sobre lo que hubieran dicho de una mujer que incurriera en los desbordes emocionales de algunos de sus colegas. Y eso que Chávez aún no había abierto la sección Caribe del encuentro. Contó anécdotas de su carrera militar, cantó un merengue a Quisqueya, el nombre que los pueblos nativos dieron a Santo Domingo, y no reiteró los insultos y amenazas de la noche anterior. Fue aplaudido cuando entonó Quisqueya/ la tierra de mis amores/ de suave brisa/ de lindas flores. Empezaba otra película. Como poseído por un recuerdo de infancia, Uribe también respondió en un tono emotivo que fue disolviendo las tensiones. En el momento de mayor tensión se tragó una píldora y echó unas gotas en un vaso de agua. Chávez sonreía y a Uribe se le humedecían los ojos. El colombiano arguyó su caso en forma articulada y con fuego, dirigido a su frente interno más que a los presidentes. Pero ante el rechazo absoluto a la doctrina del ataque preventivo, no tuvo otra alternativa que el pedido de disculpas y la promesa de enmienda. La declaración acordada ratifica principios fundamentales y justifica esta diplomacia de cara a cara, por el horrendo retroceso que evitó.

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