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Carta abierta al presidente Battle

Carta abierta al presidente Battle
19 de septiembre de 2002

Sr. Presidente de la República Oriental del Uruguay,
Dr. Jorge Battle

Estimado Sr. Presidente:
Hace 26 años la ciudadana argentina María Claudia García Irureta Goyena, casada con Marcelo Ariel Gelman, fue secuestrada en Buenos Aires y asesinada posteriormente en Uruguay por militares uruguayos. Antes de morir, María Claudia dio a luz a una hija, que fue entregada, como tantos otros bebés de mujeres “desaparecidas” en el Cono Sur, a una pareja estéril, vinculada a la policía uruguaya. Gracias a los esfuerzos de su abuelo y con la honrosa colaboración suya, Sr. Presidente, esa chica, ya adulta, ha sido ahora ubicada.
Lo que la hija de María Claudia no podrá hacer, sin embargo, es visitar la tumba de su madre. El cuerpo que le dio vida y la cargó nueve meses, los ojos que la vieron nacer en un hospital militar de Montevideo, las manos que la tocaron brevemente antes de que se la arrebataran, esa madre que le fue cantando y hablando a la pequeña antes de nacer, no tiene sepultura. ¿Dónde está? ¿Dónde se encuentran esos restos? ¿Cuándo podrá María Claudia volver al país donde ella nació y vivió, descansar en la tierra de sus antepasados, cerca de las calles que pisó cuando vivía, cuando soñaba con el bebé que llevaba en su vientre?
Es usted, Dr. Battle, el que puede responder a estas preguntas, el que tiene la posibilidad extraordinaria de ayudar a que la familia de María Claudia –y concretamente a mi amigo el poeta Juan Gelman– pueda realizar esa ceremonia tan simple y universal de enterrar a un muerto, que es un derecho humano de nuestra especie como lo es la libertad de expresión y la libertad de cultos y la libertad de vivir sin el temor de que nos maten y nos torturen y nos persigan, libertades por las que el Uruguay y sus propios antepasados, Sr. Presidente, lucharon en forma denodada a lo largo de su historia. Enloda y mancilla el nombre del Uruguay, una nación a la que tengo un enorme afecto como chileno y como latinoamericano, el que se lo conozca en el mundo entero como un país que, en vez de entregar los restos de una madre a su familia, prefiere esconderlos. Tan cobarde atentado a la humanidad más elemental no es digno de la patria de Battle y de Horacio Quiroga y de Benedetti, y le escribo con la certeza de que usted podrá enfrentar a aquellos que se oponen a la reconciliación y la paz, y podrá también, en un día cercano, celebrar con todos nosotros el hecho de que María Claudia repose por fin entre quienes la amaron en vida, los sobrevivientes que nunca la hemos olvidado ni ella ni a los demás desaparecidos de nuestra América.

Con todo respeto, lo saluda atentamente,
Ariel Dorfman

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