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¿Macri profesor?

 Por Alejandro Cattaruzza *

En los últimos tiempos se han conocido detalles de un caso de censura ocurrido en el ámbito del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de la aplicada por funcionarios del gobierno de Macri a los materiales que especialistas del propio Ministerio de Educación de la Ciudad elaboraron en ocasión del Bicentenario. Otros colegas lo han tratado ya en estas páginas, examinando varios aspectos del asunto. Por mi parte, quiero referirme a ciertos rasgos del material en discusión, para conjeturar luego qué tipo de percepción pudo suponer que allí se escondía una amenaza. Se me hace difícil plantear si es más grave la existencia de semejante visión o la decisión siguiente, que se pretende fundada en ella y consistió en resolver el supuesto peligro por la vía de la prohibición.

Los materiales censurados estaban dirigidos a los docentes de distintos niveles: inicial, primario y medio. En marzo, después de reuniones, petitorios, recolección de adhesiones y movilizaciones, el ministro de Educación, Esteban Bullrich, decidió colgar los correspondientes al nivel inicial y primario en la página web del gobierno de la Ciudad, mientras que el destinado a la escuela media permanece prohibido. Conviene entonces tener en cuenta uno de estos datos: se trata de propuestas para los docentes, no de manuales o de libros de textos para los alumnos. Los escritos buscaban transformarse en herramientas que profesores y maestros utilizarían de acuerdo con sus saberes, posibilidades y, también, con sus propias opiniones que, contra lo que parece creer Macri, existen.

En tanto herramientas pedagógicas, entonces, los textos para la escuela primaria y la secundaria presentan a mi juicio rasgos en común, que probablemente deriven del hecho de que quienes los produjeron se dedican a la enseñanza y la investigación de Historia. Uno es su evidente vocación por proponer un ejercicio de reflexión crítica frente al pasado; otro, la actualización en la bibliografía a la que se hace referencia explícitamente, y también en aquella que se insinúa por detrás de los escritos.

Un esfuerzo por poner en el centro de la enseñanza de Historia la reflexión y la búsqueda de respuestas, en lugar de la exigencia de capacidad para memorizar, es una actitud que enlaza con las más sugerentes y productivas tradiciones de la disciplina. Utilizo el término “tradiciones” porque no se trata de modas actuales o posiciones efímeras sino de actitudes arraigadas en sectores de avanzada de la historiografía, que sus miembros sostuvieron cuando opinaron sobre el tema. Uno de los efectos que pueden esperarse de la aplicación de esas concepciones es, seguramente, la puesta en primer plano de la condición de productos históricos exhibida por muchas realidades sociales que, muy a menudo, son en cambio tomadas por naturales. En un ejemplo ya conocido, las naciones –la Argentina como cualquier otra– pueden así dejar de ser consideradas como entidades esenciales e inmutables y pensarse en cambio como el resultado de luchas y conflictos, cuyo resultado era desde ya azaroso. En el marco del Bicentenario, estos enfoques merecen atenderse. Por otro lado, es innecesario destacar cuáles son los beneficios que acarrea el ofrecer a los docentes puntos de partida actualizados, que desde ya deberán ser discutidos con intensidad, pero cuya aplicación ha permitido obtener resultados muy sólidos en la producción historiográfica internacional.

Si se admite por un momento que aquellos materiales, efectivamente, promueven la aproximación crítica al pasado y favorecen las posibilidades de actualización en las perspectivas asumidas por los docentes, se impone enfrentar la otra pregunta que he propuesto: ¿para qué modo de pensar pueden esos rasgos constituir amenazas de una envergadura tal que “justifiquen” la censura? Todas las alternativas de respuesta que puedo considerar son inquietantes y no auguran más que peligros, ya que se mueven entre el oscurantismo como política, asumida deliberadamente, y la pura ignorancia. Desde ya, no es sencilla la relación entre la Historia –su investigación y su enseñanza– y el poder del Estado; las tensiones y los problemas que la caracterizan son ya antiguos. Pero la búsqueda de soluciones por vía de la prohibición y la censura, que es la que ha elegido el gobierno de Macri, se parece mucho más a un recurso de tiempos dictatoriales que al comienzo de una evocación del Bicentenario en democracia.

* Profesor de Historia en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Rosario; investigador del Conicet, Instituto Ravignani (UBA).

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