EL PAíS › OPINIóN

Mano a mano

 Por Fernando Cibeira

José “Pepe” Mujica sabe de las posibilidades de un diálogo mano a mano. Desde que conoció a Cristina Kirchner armaron una excelente relación personal, pero basta que estén un tiempo sin verse para que el vínculo entre Uruguay y Argentina vuelva a encallar en las mismas piedras que lo vino haciendo en los últimos siete años. Y no es culpa de los cancilleres ni de los funcionarios que manejan el día a día, es la dinámica que quedó instalada en un conflicto en el que prevaleció la desconfianza.

Con saludable sentido autocrítico, Tabaré Vázquez –de visita en Buenos Aires como abanderado del antitabaquismo, una pasión de oncólogo– reconoció que Mujica con su estilo había conseguido mucho más, en poco tiempo, que él, con su extendida estrategia de guerra fría.

Pepe no tiene problemas en levantar el teléfono y visitar Olivos cuantas veces sea necesario. A diferencia de Tabaré, no le importa lo que puedan decir en Montevideo ni el cartelito de “pro argentino” que le quiere colgar la oposición. En su estilo campechano, siempre dando la sensación de que está a punto de ofrecer un mate, a Mujica –un viejo zorro de la política– le interesan los resultados. La cosecha está a la vista: ya no hay corte en Gualeguaychú y ayer firmó el acuerdo –a esta altura podría calificarse de histórico– que busca clausurar definitivamente el conflicto por las papeleras estableciendo un mecanismo de monitoreo para el río Uruguay.

Las negociaciones entre los cancilleres Héctor Timerman y Luis Almagro habían quedado trabadas. Argentina insistía con el monitoreo interno en la planta, con los científicos en Botnia. Los negociadores uruguayos no veían la forma de hacerlo digerible para su opinión pública y para las autoridades de la papelera finlandesa. Contraofertaban con la colocación de sensores y sólo una vez que detectaran la existencia de contaminantes se abriría la fábrica a los científicos argentinos.

Ayer Mujica aceptó las inspecciones dentro de la planta, aunque no serán irrestrictas como quería Argentina y reclamaban los asambleístas de Gualeguaychú, pero serán periódicas a razón de doce por año, una por mes. Hay puntos técnicos que deberán discutirse en la CARU, como la forma en que se tomarán las muestras y la utilización de los famosos sensores. El acuerdo es un marco político en el que todavía deberán terminar de colocarse todos los ingredientes, pero el avance es trascendente.

Para alcanzarlo, Argentina también supo dar los pasos justos. Como cuando el canciller Timerman habilitó la ribera argentina para que los uruguayos hagan sus inspecciones, con lo que abrió a Uruguay una respuesta adecuada para los cuestionamientos internos. Timerman también le alcanzó ayer a la Presidenta un paper reflotando los olvidados antecedentes de monitoreos a empresas ubicadas sobre el río Uruguay que se realizaron entre 1999 y 2001, en los que no sólo no se registraron problemas sino que las propias empresas examinadas quedaron de lo más conformes.

Quienes mascullaban su disconformidad, en cambio, eran los asambleístas de Gualeguaychú que consideraban que sólo un par de sus demandas habían sido atendidas y rechazaban el resto del acuerdo al que le veían demasiados puntos oscuros. Quieren que sus técnicos lo estudien y luego hablar con Timerman. A esta altura se hace difícil pensar en una vuelta a la ruta, algo que ya se sabía cuando decidieron levantar la medida que mantuvieron durante más de tres años. En verdad, lo que más preocupa hoy a los dirigentes de Gualeguaychú es el avance de la querella que en su momento les inició el Gobierno. Es de imaginar que la Casa Rosada mantendrá esa presión latente hasta tanto los asambleístas resuelvan levantar definitivamente la protesta, algo que se sabrá recién el 19 de agosto, cuando se cumpla el plazo de 60 días que se autoimpusieron.

Mientras tanto, los gobiernos argentino y uruguayo podrán disfrutar del inicio de una nueva etapa luego de extenuantes siete años, cocinada a fuego lento y resuelta en un par de encuentros a solas entre Cristina Kirchner y Pepe Mujica. El martes, cuando los presidente del Mercosur se reúnan en San Juan, tendrán después de mucho tiempo un motivo para celebrar.

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