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Historia

 Por Horacio Verbitsky

Por si alguien abrigaba dudas acerca de la personalidad del jefe de Estado Mayor del Ejército, ayer el general Ricardo Brinzoni exaltó a uno de sus más sombríos antecesores como modelo de virtud castrense. Dijo que “el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri cumplió como un soldado disciplinado todas las órdenes y políticas institucionales dictadas por el Ejército Argentino”. Según Brinzoni, actuó en tiempos de convulsión y su desempeño ya está en la historia. En los últimos tiempos, “enfrentó las dificultades con entereza”. Como no explicó a qué se refería, para interpretarlo es necesario repasar la biografía del homenajeado con tan cálidas palabras, que tuvo dos episodios centrales: la ocupación de las islas Malvinas y la guerra sucia.
Las propias Fuerzas Armadas crearon una comisión investigadora de las responsabilidades por el desastre en la guerra del Atlántico Sur. La integraron seis oficiales superiores retirados que gozaban del más alto prestigio entre sus camaradas y la presidió el teniente general más antiguo de entonces, Benjamín Rattenbach. Ellos acusaron a Galtieri de confundir “una legítima reivindicación histórica” con el objetivo político circunstancial de salvar a la dictadura militar (Proceso de Reorganización Nacional, la llamaron). La sociedad interpretó que su propósito era “capitalizar para sí el rédito político”, agregaron. Como castigo propusieron “la degradación y el fusilamiento”. Algo menos drástico, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, integrado también por oficiales superiores, lo condenó a 12 años de prisión, más la accesoria de destitución, pena confirmada por la Cámara Federal de la Capital. Menem lo indultó antes de que la Corte Suprema confirmara la condena e hiciera efectiva la destitución. Al alegar ante el tribunal, Galtieri dijo que la sociedad le debía un desfile de homenaje. El homenaje lo tuvo ayer, aunque vistos estos antecedentes no debe ser por aquella guerra, en la que Galtieri no obedeció sino impartió las órdenes.
Durante la dictadura fue segundo comandante y luego comandante del Cuerpo II de Ejército, del que dependían dos unidades que sin duda hicieron historia, como aduce Brinzoni: el campo clandestino de concentración “Quinta de Funes” y la Brigada de Infantería 7 de Corrientes. El primero fue el escenario de la tortura y asesinato de docenas de prisioneros. Tropas de la segunda perpetraron en diciembre de 1976 la masacre de Margarita Belén: la aplicación de la ley de fugas a veinte presos que antes habían sido atontados a golpes. Galtieri fue detenido por su responsabilidad en esos asesinatos, invocó la ley de obediencia debida, la justicia se la negó y quedó en libertad por otro indulto de Menem.
Una de las unidades que dependían del Cuerpo que comandaba Galtieri era el Grupo de Artillería 7. Allí revistaba el joven capitán Brinzoni. Luego del golpe fue designado ministro en la intervención militar al gobierno del Chaco, cargo que ocupaba cuando se produjeron los fusilamientos de Margarita Belén, en las afueras de Resistencia. El CELS pidió la declaración de nulidad de las leyes de punto final y de obediencia debida y la indagatoria de Brinzoni por su responsabilidad en esos crímenes de lesa humanidad. Está pendiente aún el pronunciamiento de la justicia federal de Resistencia.
Sólo así puede entenderse, aunque no justificarse, el desconcertante tributo de Brinzoni a Galtieri. Si sus palabras se tomaran al pie de la letra, parecería que la gestión de Martín Balza no dejó huellas y que nada ha cambiado desde 1980, cuando al asumir la jefatura del Ejército Galtieri gritó que los métodos de la guerra sucia se justificaban por los fines obtenidos. No es así, en realidad. Una encuesta realizada el año pasado por Graciela Romer indica que seis de cada diez cuadros actuales del Ejército admiten que en aquellos años se cometieron violaciones a los derechos humanos, porcentaje que se eleva a ocho de cada diez en la opinión pública y al 99 por ciento entre los líderes de opinión. Esto hace aún más grave la reivindicación de Brinzoni, quien no vacila en arrastrar a todo el cuerpo de oficiales a esa vía muerta, por un mero interés en su defensa personal. Esto lo descalifica como conductor del Ejército del presente y refuerza sus vínculos pringosos con los nostálgicos de un pasado tenebroso que tanto los militares como la sociedad necesitan dejar de una vez atrás.

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