EL PAíS

Kirchner, todo un estilo

 Por Diego Schurman

A media mañana sonó el teléfono.
–Qué tal, habla Daniel Muñoz –me sorprendió del otro lado el secretario de Néstor Kirchner.
La campaña ingresaba en su tramo final. Y la agenda de los candidatos estaba atestada.
–Kirchner quiere hablar con vos ahora. ¿Es posible? –siguió Muñoz.
No me dio ni chances de preguntarle cómo había conseguido el número de mi casa. En la breve espera me ganó el pensamiento conspirativo. Primero por la naturaleza del llamado. Después por la oportunidad. Y finalmente por el protagonista.
¿Qué podía estar buscando con tanta desesperación un candidato con grandes posibilidades de convertirse en presidente?
Saludó amablemente. Y pasó a describir con lujo de detalle dos o tres notas de Página/12, como si fuera un lector fanático. Después se detuvo en un párrafo. Ni siquiera. Se detuvo en una línea, donde no se consignaba su presencia en un acto. Discurrimos un largo rato, de una manera que no hubiese resistido ningún protocolo. Y se despidió, de buenos modos, no sin antes invitarme a que lo consultara personalmente cada vez que fuera necesario.
Nada extraño si el interlocutor hubiese sido su vocero. Pero Kirchner no quería intermediarios.
Sólo cuando comprobé que la misma actitud había tenido con algunos colegas me di cuenta de que aquella omnipresencia –a la que sabe conjugar con altas dosis de obsesividad y también cierto dejo de desconfianza– es todo un estilo.
Lo dejó en claro, ya como Presidente, con el recambio de la cúpula militar, aun a costa de dejar pagando al flamante ministro de Defensa, José Pampuro. Aunque alcanzó mayor esplendor ayer, cuando se involucró personalmente en el cierre de las negociaciones para destrabar el conflicto docente entrerriano.
Desde su casa de Barrio Norte, donde se consternaba por la partida de su hija al sur, llamó a Daniel Filmus para que lo aguardara. El ministro de Educación estaba en Paraná desde la mañana.
Hiperkinético, Kirchner disparó al sector militar de Aeroparque. Al Lear Jet –un avión pequeño, de 10 plazas– subió a su vocero, Miguel Núñez, al ministro del Interior, Aníbal Fernández, y al infaltable Muñoz. No hubo lugar para el edecán. Rompiendo el protocolo, una práctica que desde su asunción ha hecho costumbre, tampoco se reservaron asientos para los hombres de seguridad.
En Entre Ríos volvió a mostrar su cuerpo y su alma. Quizá por aquella obsesión de presentarse como un “hombre común, con responsabilidad importante” –un latiguillo que no abandonó en la larga jornada de toma de mando– le pidió a la policía local que no montara ningún vallado que lo separase de los estatales. Fueron los propios trabajadores los que hicieron un cerco protectivo.
Firmado el acuerdo con el gremio docente, emprendió el regreso. Y dejó en claro a sus compañeros de aventura que hoy mismo podría repetirse la corrida, igualmente informal y antiprotocolar, aunque a Formosa, donde aprobará un Fondo de Reparación Histórica.
No podía ser de otra manera: Kirchner no quiere quedar al margen de ningún acto, por más nimio que parezca.

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