EL PAíS › OPINION

Un bajorrelieve argentino

Por Marcelo Brodsky

En el día de ayer se inauguró en el patio de la AMIA un bajorrelieve esculpido por Sara Brodsky, en homenaje a los desaparecidos durante la dictadura militar. Las altas y las bajas formas del bronce dibujan un árbol cuyas ramas forman un candelabro con reminiscencias rituales. Durante los años oscuros de la dictadura, tras la desaparición de mi hermano Fernando, Sara encontró apoyo y refugio en sus amistades de la colectividad judía a la que pertenece, pero no en sus instituciones. Como la nuestra, miles de familias argentinas, algunas de ellas judías, sufrieron la amputación de uno de sus miembros y su destrucción en la tortura, los campos clandestinos, los gritos y el silencio.
Sara participó del Movimiento Judío por los Derechos Humanos desde su fundación, este bronce le permite aportar un grano de arena y plasmar en árbol sus años de búsqueda infructuosa de su hijo del medio. Años de desazón, de ilusiones truncadas, de recibir llamados telefónicos desde la ESMA donde mi hermano mentía “estoy bien” y se insinuaba una posible liberación. Sara le regaló entonces al siniestro Massera una esculturita, a ver si eso lo decidía a liberar a Fernando. La ingenuidad, la desesperación, la impotencia, los personajes siniestros, los puntos negros del bajorrelieve.
También hubo solidaridad, apoyo y comprensión de sus pares, las otras madres, los otros familiares, los amigos. Y hubo movimientos en el marco de un país que se movía y se mueve: su declaración en el Juicio a las Juntas, los interminables papeleos ante cortes y jueces, el reciente cambio de actitud de las autoridades comunitarias y su autocrítica por los años de silencio y miedo, la disputa simbólica por la ESMA, el lugar en que su hijo fue fotografiado con vida por última vez, transformándose en un sitio de memoria. La solidaridad, el intercambio con los pares, la lucha por la verdad, el arte, las personas de bien, los puntos brillantes del bajorrelieve.
El bajorrelieve que ayer inauguró el Presidente de la Nación es el de miles de vidas argentinas marcadas por nuestra historia colectiva. La acción, la palabra y el símbolo que laten en la memoria transfieren a las nuevas generaciones un alimento irremplazable. Las ramas más jóvenes del árbol se abren a la vida y lo que ellas reciban, permanecerá.

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