EL PAíS › MARCELO MINDLIN, DE LOS SHOPPINGS A LOS CABLES

El especialista en defaults

 Por Raúl Dellatorre

Cómo fue que los mismos empresarios que en los ’90 buscaban oportunidades casi exclusivamente en emprendimientos comerciales u hoteleros para un público ABC1 –el escalón más alto de poder adquisitivo– hoy se interesen por manejar una distribuidora eléctrica con 2,2 millones de clientes, tarifas congeladas y una deuda que quintuplica el valor de su paquete de control, puede resultar todo un misterio. Pero ése ha sido el giro que les ha dado Marcelo Mindlin a sus negocios, desde la formación del Dolphin Fund en 1990, asociado al millonario húngaro George Soros y al empresario local Eduardo Elsztain, hasta la operación concretada ayer. La opción de Mindlin también implica una lectura de la situación del país en la que aparecen puntos de coincidencia –indudables– con la que hace el Gobierno. Y es en ese escenario donde ha decidido esta riesgosa apuesta.
Dolphin Fund se formó para crear IRSA, empresa a partir de la cual se desarrollaron los shopping centers en la ciudad de Buenos Aires (Alto Palermo, Paseo Alcorta, Patio Bullrich, Abasto), luego extendido a Alto Avellaneda y otros centros comerciales en Mendoza y Salta. Su otra vertiente de inversiones se orientó a la hotelería cinco estrellas, sumando unidades como el Llao Llao, Libertador e Intercontinental. Finalmente, accedió al Banco Hipotecario, pero fracasó en sus intentos de sumar a Musimundo, Havanna y Gatic a su collar de perlas.
En el 2000 Soros se retiró de la sociedad. Tres años después, Mindlin y Elsztain rompían la relación comercial de una década y media, quedándose el primero con Dolphin y el segundo con IRSA, con una prolija separación de bienes. A partir de allí, Marcelo Mindlin inició un camino en dirección opuesta a la que seguía la mayoría: cuando los que estaban en los servicios privatizados intentaban salir, él empezó a pujar por entrar.
En ese camino se encontró con Transener, la concesionaria del transporte eléctrico del 85 por ciento de la red troncal nacional. Quien le cedió el lugar fue la norteamericana National Grid, a la que le compró el 42,5 por ciento del paquete de Citelec (sociedad controlante de Transener), que sumó al 7,5 por ciento que ya poseía. Exactamente el 50 por ciento, que la dejó en igualdad de condiciones con Petrobras, la otra accionista.
El diagnóstico para Transener era similar al que hoy se puede hacer de Edenor: una empresa en profunda crisis por un altísimo nivel de endeudamiento, del orden de los 560 millones de dólares (en el caso de Edenor son 540), pero con posibilidades de ser operativamente rentable en la medida en que obtenga un reacomodamiento tarifario y logre reestructurar sus compromisos financieros. El propio Marcelo Mindlin lo decía, por aquellos días, en declaraciones a una revista de negocios: “Las privatizadas quedaron muy mal después de la devaluación, por su alto endeudamiento y por la pesificación tarifaria. Pero con capital fresco, una reestructuración de pasivos y aumento de tarifas se van a reordenar”.
¿Por qué los capitales locales podrían encontrar una oportunidad allí donde los extranjeros no ven mejor opción que salir? Porque el “dueño local” puede hacer lo que un conglomerado mundial, en este caso EDF, no puede hacer: “enojar” a sus acreedores, hacerles sentir su imposibilidad de pago y, así, arrancarles una reestructuración con quita y plazos que, en condiciones normales, serían impensables. Sólo bajo esas pautas Edenor podrá salir del default.
En cuanto a tarifas, la aspiración de los nuevos administradores es llegar a un entendimiento provisorio, similar al que ya firmaron Edesur y Edelap, para llegar a un acuerdo a más largo plazo el año que viene. Esos serán los dos ejes de la estrategia de Mindlin y su fondo Dolphin. Reestructuración de deuda y tarifas. Después vendrán las promesas de inversiones, que estiman entre 50 y 70 millones de dólares anuales. Así se lo ha hecho saber el joven empresario a Julio De Vido, funcionario de su estrecha confianza, de quien recibió un guiño favorable. En definitiva, el Gobierno también gana un socio de confianza con el cambio.

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