ESPECTáCULOS › HUMBERTO TORTONESE Y SU PERSONAJE,
UNA CRONISTA IMPLACABLE DE LOS ’90

“Capté una esencia que dejó marca”

Volvió al programa de Susana Giménez como la diputada Gasconcha para lanzar su diatriba contra la clase política menemista y descargar parrafada procaz en un horario familiar.

 Por Julián Gorodischer

De pronto, Humberto Tortonese se convierte en la diputada Gasconcha y descarga una parrafada procaz en pleno horario familiar de la TV, en la piel de esa sacada que reconvierte el formato antes pasteurizado de Susana Giménez. Allí donde antes se atendían llamados inocuos del público, ahora Gasconcha habla de su romance lésbico con las presas de la cárcel de Ezeiza –donde estuvo reclusa–, identifica la corrupción con nombres propios (de los cercanos ’90), describe una genitalidad femenina dicha a lo guarro compuesta de “conchas, cajetas, agujeros negros”, todo enumerado rapidito y al paso como en un largo poema de corriente de conciencia, como si se reemplazara el poema anterior enunciado en los ’80 (de Alejandra Pizarnik, de Alfonsina Storni) por uno mal hablado, actual, nutrido por la agenda de los diarios, casi el último bastión de humor político que queda en la TV a cargo de una verborragia imparable. Toma préstamos de Tato Bores, de Enrique Pinti, y con esa mezcla compone a esta política-prostituta que recorre los pasillos del Congreso para saciar su sed de ninfómana, pero que a la vez es la más aguda cronista de los ’90 menemistas, esa que se le planta a Susana en el sillón y le larga la calumnia reparadora contra Alderete, Adelina, María Julia y compañía. “Puede hablar tranquila –sigue Tortonese–, Gasconcha sólo repartía los sobres de los sobresueldos, pero no se quedaba con nada.”
La melena es la misma, pero poco queda del Tortonese que se colgaba acrobáticamente de los caños oxidados del Parakultural, el que se revolcaba enchastrado junto a Alejandro Urdapilleta y Batato Barea, el que compuso una biografía difamatoria de la funcionaria corrupta en María Julia, la carancha y luego se incluyó en la TV para representar grescas desaforadas en el programa de Antonio Gasalla (1992, ATC) cuando eso que se decían (insultos, obscenidades) y eso que se hacían (rodar en el piso abrazados, arrancarse mechones) era un exceso inhabitual o una bocanada de aire en una TV acartonada. Dice Tortonese que el círculo se cierra ahora cuando lo incorpora Susana. La vanguardia es chupada. ¿Y dónde va a parar la vanguardia? “Ahora no hay”, dice sonriente, como al pasar, y redefine el panorama de exabruptos. Cuando todo está permitido, ¿todo es inocuo?
–La vida nos va corriendo –cuenta Humberto Tortonese–, la gente va exigiendo otras cosas, va reclamando otras libertades. Ahora no se esconde en un lugar alejado, semioculto, para decir lo que quiere libremente: lo dice en todos lados. Antes yo trabajaba en pequeños teatros, en centros culturales, y leía poemas. La actualidad se devoró lo poético.
–¿Y eso lo llevó a convertirse en uno de los últimos refugios del humor político en la televisión?
–No me lo propuse de ese modo: todo surgió de una borrachera con amigos. Así surgió esta puta que trabaja en el Congreso, hace petes, circula por todos lados. Captó una esencia de 2002, el fervor antipolítico. Cada vez fueron saliendo más cosas, y nos fuimos divirtiendo sin estar atados a un guión fijo.
–Así se fue consolidando como una de las cronistas más implacables de los años ’90...
–Ella cuenta una década que nos viene marcando desde hace rato. Habla de un país, más allá de la miseria, que es tierra libre para robar, de un país que no nos puede defender.
La Gasconcha transgrede en varios niveles a la vez. Introduce el gossip show, tan divertido, en la TV de Susana, allí donde ahora se nombra a una política y un farandulero tras otro, en catarata de alusiones al robo y la prostitución. El chisme cómico encanta a Susana, tan proclive en este último tiempo a desnudar su vida privada frente a la voraz curiosidad de la abuela Cora (Antonio Gasalla) y la de los otros frente a Gasconcha (Tortonese). Los famosos caen en una misma bolsa: Amelia Bence sería la madre de la diputada; Lorenzo Miguel, un padre que no la reconoce; Alderete, su amante sometido; María Julia, la íntima que la traicionó y lamandó a la cárcel, todos dichos con la levedad que da la semicarcajada. ¿Y llegan las cartas documento? “Nunca llegan –dice el actor–. No las recibo porque esa gente sabe que hizo realmente cada cosa que se dice. No estoy haciendo un chiste desde la nada; estoy hablando desde la realidad. Desde allí mi imaginación empieza a funcionar.” ¡Y cómo! La Gasconcha imagina orgías entre Soldán, la Rímolo, ella misma y las presas. Y agrega a María Julia y a Alderete en el clan sexual, mezclando un non sense abrumador con noticia sacada de la prensa diaria. En la velocidad –reconoce– se le cuela algo de la herencia de Tato Bores.
–Tato tenía un discurso genial, en el que hablaba de todo lo que pasaba pero desde un personaje. Ahora el humor político suele ensañarse con lo último; viene Cavallo y todos los chistes van detrás de eso.
–Pero lo suyo incorpora una “grosería femenina” poco habitual en la revista o el humor televisivo...
–Todo lo que digo sale del discurso de una mujer. A mí me gusta hacerla jugar con el chisme y los nombres propios, y lo hago desde los tiempos del Parakultural, cuando nombrábamos a Antonio Grimau, mezclando realidad y ficción, antes de Todox2$.
En el living catódico, Gasconcha está desfasada. Ella “añora la buena vida de los ’90 –dice Tortonese–, no quedó bárbara como las otras; ella sólo repartía y por eso puede funcionar como una cronista retro. Su laburo era dar plata”. Encuentra una soltura inimaginable una década atrás en el trato con Susana, impiadosa con la vida privada de la diva cuando le habla de Roviralta y Flavia Miller, cuando le suelta la lengua sobre su pasado como amiga de María Julia, haciendo que todo discurso prohibido se derrumbe; se permite criticar la guerra de los divos (Tinelli versus Susana) junto a una de sus protagonistas. “¿Por qué hacen los dos lo mismo? –pucherito, cara de reclamo–. ¡Basta con tantos nenes prodigios!”
–Susana y Gasalla nos dijeron alguna vez: hagan lo que quieran. Otro hubiera dicho: dejen afuera las malas palabras. O no toquen más contenidos sexuales. Este personaje no tiene otra posibilidad de existencia que no sea la libertad.
–¿Y si el riesgo fuera convertir a los corruptos de los ’90 en caricaturas amables mencionadas por usted y por Susana?
–Lo que aparece en los medios se empieza a incorporar a la vida de la personas como una cotidianidad. En Miramar, conozco a una señora en el medio del campo que cierra la casa como aconsejan en la televisión y vive convencida de que ahí también los autos chocan. ¿Que se vuelvan inocuos? Hay algo de eso: aparece en la tele y es querible, simpático.
El formato donde actúa es lo más parecido que hay en la TV al circo. Allí conviven niños prodigios, mujeres tatuadas semidesnudas, hombres record, chisteros y él mismo presentados por la diva en turnos. “El niño, el tatuado, el record –dice–. No es nuevo: ya sucedía en tiempos de Rafaella Carrá: no nos están dando más que entretenimiento. Pero, de pronto, ellos mismos piensan: basta de hacernos mierda. Si te va bien pero no te gusta lo que hacés, querés cambiar un poco.” No expresa ni un ápice de melancolía: nada de extrañar la libertad de eso llamado under, ni el límite más flojo del circuito para pocos, ni la condición privilegiada de ser objeto de culto. Es más, el provocador podrá esbozar su semisonrisa y justificar la fuga a la TV y la radio (junto a Elizabeth Vernaci en Tarde negra) con un lapidario eslógan de alto impacto: “¿Sabés qué?: ¡la poesía me aburrió!”. ¿No se puede hacer poesía después de Menem?
–Yo venía leyendo desde hace años a Alfonsina Storni. Empecé a cambiarle frases: Es una tira de asado el cuerpo mío. Y la gente recordaba lo de la tira de asado. Tenía la necesidad de hacerlo. Ahora no.
Toda su carrera estuvo acompañada por un nombre propio: el de María Julia. Aparecía en la piel de Urdapilleta, demolida su figura en pleno menemismo, parodiada como la de hierro pero trucha, luego protagonista de una de sus obras (la carancha), siempre biografiada desde la injuria compensatoria.
–Ella es el estandarte de la mujer que se puede criticar, la dura, la imagen de la corrupción. Desde María Julia, la carancha fue una mujer sin límites, una como Thatcher, la que daba tela y sigue dando, la que nos acompaña, vigente como valor de metáfora. Antes era cuestión de criticarla para comentar una vida; ahora es para trazar un retrato colectivo. ¿Qué me obsesiona? Es la síntesis de una época en la que apareció lo peor de nosotros.

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Tortonese ya no añora sus noches under.
 
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