EL PAíS › HORACIO GONZáLEZ

La multitud creadora

Hay en primer lugar una experiencia de la nada: la multitud sale de la nada. Se dirá que hay antecedentes anímicos, reclamos perceptibles, condiciones de existencia que se abren al conflicto más visible. Pero la fuerza de la multitud es la de salir de una nada del tiempo: antes de ella, parecía no haber signos que la reclamaran para el cómputo horario. Simplemente no poseía un saber sobre el instante de su nacimiento. Pues bien, las multitudes que se están mostrando en las plazas argentinas están realizando la experiencia del instante creador que nadie sabe en qué punto se origina. Su origen es múltiple y cuando ocurre la fusión, no es posible explicar muy bien cuál fue el punto de partida. Se crea otro tiempo, que opera en términos muy parecidos a una cobertura televisiva –crea su propio tiempo– pero en este caso es al revés, disputa con ella. La televisión busca multiplicidad de puntos y situaciones, pero no consigue, como la multitud, crear un extraño colectivo pensante.
¿Cómo piensa la multitud? Tema crucial, difícil, temible, sobre todo porque de la buena decisión sobre este problema depende el destino de la justicia profunda y la democracia vital en la Argentina. ¿Es posible tantas potencialidades en esa rubiecita que asoma por el techo corredizo de un Peugeot a la madrugada del jueves en Plaza de Mayo? ¿Verdaderamente esos motociclistas recubiertos de banderas, efebos de baja cilindrada gozosos de su acrobacia, mantienen una viga fundamental de una trama política futura? ¿No nos sonrojamos al decir que aquellas señoras tan “clase media Belgrano R” pueden rozar siquiera el sentimiento que han retratado los cronistas políticos de las grandes mutaciones colectivas “que han conmovido al mundo”?
Y la cacerola, ese símbolo interno del hogar, confuso depositario de un lenguaje de la carencia, apto para matronas de derecha y pequeños comerciantes porteños coléricos, ícono también de la hábil arrogancia del hedonismo, ¿puede señalar un trazo de reflexión política sobre una nueva democracia, puede balbucear algo sobre el destino renovado de las instituciones públicas del país?
En principio, importa el hecho de que las madrugadas en la Plaza se verifiquen en un horario contrario al del horario bancario. El tiempo que dijimos que crea supone utilizar la noche vacía para interferirla con un cuerpo sorprendente, compuestos de átomos que van y vienen, que se dispersan y aglutinan y que no atinan a definir claramente el enigma de su vínculo, la atadura imantada que mantiene juntas a las piezas dispares. Son necesarias y erráticas a la vez, arbitrarias y precisas a un tiempo. La soberanía que allí se realiza existe en un presente dramático, que vacila en disgregarse pero teme también seguir en conjunto.
En las orillas de la multitud creadora flotan zonas imprecisas, plenas de tensión e inestabilidad. Para muchos hay que escindir la multitud de esas orillas de espacio y de tiempo que se resuelven en una gramática de enfrentamiento. Pero la multitud, que habla la lengua del arrebato de los no impulsivos, de la violencia de la no violencia, sabe que esos acontecimientos son un diálogo interno que ella misma ha producido. A las dos de la madrugada del jueves pasado, cuando en la coreografía de la Plaza una nube negra salida del poliéster quemado de los tachos de basura amenazaba el Cabildo, un “no,no” rotundo surgió de la misma multitud cuando un joven emergió con una viga por uno de los andamios. Advertido por la multitud de la que formaba parte, no la tiró al fuego y la dejó cautelosamente al costado. El Cabildo, pensaba la multitud, sólo podía ofrecer el toque de sus campanadas, que otros menestreles de la multitud se encargaban de tañir. El pensar de la multitud puede comenzar por una estampa escolar, pero luego puede complejizar sus símbolos hacia un inédito proyecto de democracia e igualdad en el país.
Esta multitud nueva, creadora de tiempo, si tiene tiempo (ojalá), podrá generar su fuentes de autorreflexión, sus palabras de autocontención. Para ello busca emblemas en algunos cuerpos que se desprenden del resto: sonlos osados que suben a los mástiles o tocan campanas en lo alto. Se dirá que luego del ejercicio colectivo de la multitud quedan destrozos, en la segunda franja de la madrugada, en el último distrito de los recorridos. Pero ése es un tema de la “agenda” de la propia multitud, que sale de sus casas quizás como pequeña-ahorrista y llega a la plaza como parte de un pensar colectivo en elaboración.
¿Y en qué se piensa? En el tiempo, en un futuro cargado de expectativas de reformulación política. El Estado, los gobernantes, los funcionarios, los cargos públicos, están allí también como parte de un tiempo de descuento. Otra novedad: están en forma vicaria. A pesar del “que se vayan”, la multitud aprende a dejarlos mientras selecciona temas y cuestiones. La multitud esencialmente no destroza, piensa. Es tiempo en estado político. Convive con el tiempo que ella ha creado y que dará sus frutos: situación abierta, claro, nadie puede saber el capítulo que sobrevendrá. Pero el drama y la agonía de la Argentina tiene este signo: la multitud crea su tiempo de reparación y juzga las instituciones públicas (ojalá) con el cántico de una cercana transformación.

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