ESPECTáCULOS › A LOS 72 AÑOS, MURIO AYER LOLITA TORRES, SIMBOLO DE TODA UNA ERA ARTISTICA

El largo adiós de esa señora española

Debutó a los doce años y se detuvo sólo cuando el cuerpo se lo impidió. Trabajó en radio, teatro, cine y televisión, cantó los más variados aires españoles sin tener sangre ibérica y sedujo públicos de lugares tan impensados como la Unión Soviética. En el Hospital Español se produjo el último capítulo de una larga enfermedad.

Vivió relacionada con el mundo artístico, pero siempre se definió como “una señora de su casa”. Se subió a un escenario por primera vez a los 12 años, y sedujo multitudes con su aire español sin tener siquiera un familiar de la Madre Patria. Su cábala, antes de cada actuación, era persignarse tres veces: “Como los toreros”, decía. Se vestía de aragonesa, de gallega, de navarra, incluso de hombre, con pantalón y sombrero. Actuó en radio, teatro, TV y cerca de veinte películas, y hasta Yuri Gagarin, el primer astronauta que orbitó la Tierra, le pidió un autógrafo. Sus últimos años fueron de declinación física, pero el espectáculo poco quiere saber de esas cosas, y preferirá conservar imágenes que nada tienen que ver con lo decadente: ayer por la mañana, a los 72 años, murió Lolita Torres. Según informó Claudio Nosti, jefe de terapia intensiva del Hospital Español, la actriz y cantante, que estaba internada allí desde hace poco menos de un mes, falleció a las 9.20 como consecuencia del “agravamiento de una afección pulmonar”, ocasionada por la fiebre reumática que venía padeciendo desde hace varios años.
Nacida el 26 de marzo de 1930 como Beatriz Mariana Torres, Lolita explotó desde temprano un don natural que hizo que aprendiera a cantar antes que a hablar. Sus padres mandaron una foto suya para un concurso que pedía “damitas jóvenes”. En la prueba la escucharon cantar repertorio español, y quedó seleccionada para cantar un par de canciones en el espectáculo Maravillas de España, que debutó el 7 de mayo de 1942 en el Teatro Avenida. Debido a sus escasos 12 años tuvo que actuar con una autorización del juez de menores, pero la mayor aprobación llegó del público, que creyó la presentación de “recién llegadita de España”, aunque viniera de Avellaneda. A esa misma edad, además, debutó en la música, con un simple de 78 RPM con los temas “El gitano Jesús” y “Te lo juro yo”. A partir de ese auspicioso comienzo llegaron las tablas del legendario El Tronío, y una multitud de actuaciones en las radios El Mundo, Belgrano, Splendid, que rápidamente popularizaron su nombre. Esos comienzos tendrían también un gusto amargo, ya que su madre murió en 1945; catorce años después la tragedia volvería a golpearla, al morir su primer marido en un accidente automovilístico.
Su mayor exposición llegó de la mano del cine. Gracias a su impronta personal, Torres marcó el apogeo de la comedia musical en el cine argentino y reflejó un modelo de juventud que marcó una época. Participó en 17 films desde su debut, en 1944, en la comedia La danza de la fortuna (el único papel de malvada en su carrera, junto a Luis Sandrini y Olinda Bozán), a la que siguieron El mucamo de la niña (1951), Ritmo, sal y pimienta (1951), La niña de fuego (1952), La mejor del colegio (1953), La edad del amor (1954) y Más pobre que una laucha (1955). Cultivando un estilo vehemente y cándido a la vez, la actriz también tomó parte en Un novio para Laura (1955), Amor a primera vista (1956), Novia para dos (1956) y La hermosa mentira (1958). Lo curioso es que en su carrera sólo dio un beso en la pantalla grande: Lolita lo tenía prohibido por expresas directivas de su padre, quien siempre presenciaba el rodaje de todos los films e incluso llegó a agregar este requisito como cláusula en los contratos. En el momento en que se rodó el beso al actor Ricardo Passano en Ritmo, sal y pimienta, el equipo de producción gentilmente invitó Don Pedro a tomar un trago. Al volver, la rápida escena ya había concluido. La repercusión de esta toma hizo que la película estuviera veintiocho semanas en cartel. “En esa época nadie besaba en la boca. Por alguna razón, me adjudicaron sólo a mí ese hecho”, diría después.
La carrera cinematográfica no sólo popularizó aún más su imagen y su voz en la Argentina, sino que le permitió saltar las fronteras y convertirse en una estrella para los espectadores rusos. El público de la URSS conoció a Torres gracias a su papel de Soledad Reales en La edad del amor. Por la repercusión del film, en 1963 fue invitada a iniciar una serie de visitas en las que palpó in situ la incondicional devoción que despertaba entre los habitantes de la ex Unión Soviética, que llegaban a bautizar “Lolita”a sus hijas. En una visita posterior, en 1978, sucedió el episodio con Gagarin, pero ese viaje también fue fuente de un disgusto: al retornar tuvo que hacer escala en Lima, porque su esposo le aconsejó no volver por un tiempo a Buenos Aires. Alguien le había dicho “No dejés que Lolita entre a Buenos Aires, porque no la ves más”. La tildaban de subversiva.
En esa misma época logró resonar también en España, gracias a la ayuda que le brindó Lola Flores y a su amplio repertorio musical que incluía canciones españolas y del folklore latinoamericano. De todos modos, no fue una experiencia tan satisfactoria como la rusa. Aunque era capaz de abordar con ductilidad los diferentes climas musicales de cada región de la península, no pudo triunfar en aquellas tierras cercanas y lejanas a la vez. En 1972 consiguió un mayor reconocimiento pero no se atrevió a quedarse, y en 1986, más decidida que 14 años antes, ella misma confió que “no pasó nada”.
En medio de su ascendente carrera artística, la estrella se hizo mujer, esposa, madre y abuela. Formó pareja con el joyero Julio César Caccia y tuvo cinco hijos: Santiago, Angélica, Marcelo, Mariana y el más notorio de todos, el baladista y actor Diego Torres, que viene de consagrarse definitivamente con una impactante serie de diez shows en el Luna Park. “Allá por los años 70 empecé a sentir la necesidad de cambiar, de no encerrarme únicamente en el género español al que, sin embargo, amo entrañablemente”, señaló en su momento, para agregar que “por aquel tiempo también empecé a incursionar en el tango, una música a la que siento con corazón gardeliano”. Su relación con el cine fue decreciendo paulatinamente, y mientras en los 60 filmó cuatro largometrajes –La maestra enamorada (1961), Cuarenta años de novios (1963), Ritmo nuevo, vieja ola (1964) y Pimienta (1966), se despidió de la pantalla grande en los ‘70 al animar Joven, viuda y estanciera (1970) y Allá en el Norte (1972). Por esa época, la voz de la artista dejó de aparecer regularmente en las bateas, ya que apenas editó un par de discos (Recital, en 1977, y Hoy, en 1988). En ese sentido, la gran sorpresa fue en 1990, cuando Charly García la convocó para cantar y tocar castañuelas en Filosofía barata y zapatos de goma.
También por entonces, su encendida alma ibérica volvió a los primeros planos cuando hizo un alto en su flamante repertorio de tango, folclore y canción (rubro para el que tomó canciones de autores como Eladia Blázquez y el cubano Silvio Rodríguez) para retomar aquella raíz. Una noche de mayo de 1992, Lolita se dio el gusto de celebrar, ante un Luna Park colmado, sus 50 años con la música: allí encabezó un cartel que incluyó a personajes de la talla de Mercedes Sosa, Charly, León Gieco, Antonio Tarragó Ros, Víctor Heredia, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Oscar Cardozo Ocampo, Antonio Agri y Luis Landriscina. En esa velada, la dama exhibió el imponente caudal vocal puesto al servicio de una afinación perfecta, pero desde entonces su salud comenzó a jugarle reiteradas malas pasadas. Salvo un breve y conflictivo paso con la telenovela familiar—musical “Dale Loly” (que compartió con cuatro de sus hijos y se emitió durante un mes y medio de 1993 por Canal 9, antes de ser levantada abruptamente y ocasionarle un entredicho con Hugo Moser), Lolita comenzó a perder protagonismo en pantalla y en escena por culpa de diversos dolencias. A un problema cardíaco en 1993, le sucedió el descubrimiento de un cuadro de fiebre reumatoidea que luego derivó en la delicada artrosis generalizada que la llevó a padecer fuertes dolores y la obligó a varias internaciones en diversas instituciones.
Pese a esos episodios, Lolita logró mantenerse intacta en el recuerdo de sus seguidores, como lo demostró la declaración de Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, que le fue otorgada el 21 de agosto pasado por “su valioso aporte al arte nacional, y por considerarla una de las más destacadas figuras del espectáculo argentino”. En la ceremonia, su hijo Marcelo, encargado de recibir la distinción, afirmó que “en su mejormomento profesional, recibió ofertas de trabajo de todo el mundo y eligió quedarse en la Argentina y, más exactamente, en esta ciudad”.
Puesta a definirse, Lolita Torres dijo una vez que “soy una artista totalmente intuitiva, y si puedo decir que soy una cantante/actriz nata, es porque me vuelco intensamente en lo que hago. Salgo al escenario y siento que me transformo. Luego, al finalizar la actuación, retorno a lo cotidiano. Pero sé que la escena es como una isla donde el intérprete está solo y debe poner todo de sí”. Se fue apagando de a poco, e inclusive el inexorable eclipse de su carrera no se tradujo en decadencia, sino en esa suerte de limbo prematuro al que acceden, a veces muy a su pesar, las señoras respetables.

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Para su debut, en 1942 y en el Teatro Avenida, Torres debió contar con un permiso del juez de menores.
 
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