ESPECTáCULOS

Un juego alucinado, que revierte el orden social

El montaje de “Las criadas” dirigido por Alfredo Arias, con Marilú Marini de protagonista, recrea con sutileza e intensidad el texto de Jean Genet, echando mano al music hall y a la mímica del cine mudo.

 Por Hilda Cabrera

En esta puesta de sobrio diseño y afinado lenguaje, pese a las crudezas que expone, se ha obviado el mobiliario estilo Luis XVI que sugieren las acotaciones al texto de Jean Genet (1910-1986). Se lo sustituye por una tarima que oficia de cama y mesa, y, al promediar la obra, por el agregado de unos percheros semejantes a los utilizados hoy en las grandes tiendas. Responsable de este montaje y de la dirección, el argentino-francés Alfredo Arias ha recreado otra atmósfera para radiografiar el desborde emocional de las criadas Claire y Solange, protagonistas, en ausencia de la Señora, de un alucinado juego, cuya práctica trastrueca un orden doméstico decadente. Estas mujeres se adueñan de modo compulsivo de lo que pertenece a la patrona, de su habitación, vestidos y cosméticos. Ese gusto por imitarla las humilla aún más. Una debilidad de la que se liberan fantaseando con su asesinato. Algo han hecho ya: el Señor está preso por ladrón, desgracia que ellas abonaron al enviar anónimos a la policía.
En torno de esta situación, Genet elabora personajes para los cuales el crimen y su condena pueden convertirse en camino de libertad o santidad. La exaltación de la rebeldía no es ajena a esta pieza estrenada en 1947. Actitud que se descubre también en otras obras suyas, como El balcón, Severa vigilancia (Haute surveillance) y Los negros; en novelas, autobiografías ficcionales (Diario de un ladrón) y ensayos deliberadamente polémicos, como Un cautivo enamorado, cuyas pruebas el autor estaba corrigiendo cuando murió. Un texto donde, entre otros puntos, declara abiertamente su apoyo a los palestinos en contra de los israelíes. Genet ha sido convertido en leyenda, en parte por su azarosa vida. Su madre lo abandonó al nacer, fue internado en un orfanato y adoptado luego por una familia campesina. Vagabundeó, cometió delitos menores y desertó del ejército. Su leyenda creció por sus propios escritos y por lo que sobre él opinaron figuras célebres, como el poeta Jean Cocteau y el escritor y filósofo Jean-Paul Sartre, quien le dedicó el ensayo Saint Genet, comédien et martyr.
En cuanto a la originalidad de Arias, ésta surge en gran medida de la intensidad y sutileza con que ha conducido las secuencias de ruptura, las de los cambios de roles por ejemplo, y por su sentido musical respecto del texto. Esto se advierte en el ritmo impuesto a las voces y acciones de los intérpretes, de admirable desempeño. La música grabada funciona incluso como contrapunto de la acción, sonando festiva en situaciones de violencia. El servilismo es en esta puesta la grieta más profunda. Claire y Solange lo intuyen cuando dicen: “Ella no nos quiere, y nosotras no podemos querernos”. Quizá porque el lazo no es aquí el que anuda al amo con el esclavo sino otro tipo de sometimiento: aquel al cual se accede a voluntad. Estas criadas aborrecen, pero halagan; se rebelan, pero disimulan. Solange (personaje compuesto por Marilú Marini) confiesa estarharta de ser “un objeto de asco”. Afirmadas en el odio, aguardan a la Señora ensayando una ceremonia de sacrificio. Claire toma el papel de la patrona, pero se exaspera demasiado y comete errores. En esta inversión de la realidad que propone el teatro dentro del teatro, cambian los roles pero son incapaces de ayudarse mutuamente. Se miran como lo haría la dueña de casa y sienten repulsión la una por la otra. No pueden crearse una imagen propia. Sólo poseen un arma doméstica con la cual tal vez la recuperen: un té de tilo con diez pastillas de gardenal.
Otro aspecto interesante de este montaje es el modo en que aparece la Señora. En esta secuencia, el recurso de Arias en el ámbito del CETC (una sala todavía en construcción) es echar mano de elementos del music hall y de la mímica de los cómicos del cine mudo. En su composición, Madam se muestra tal cual es, pese a las máscaras y prótesis. Siniestra y cómica, finge por un instante generosidad. Pero los errores de Claire y Solange están a la vista, y la patrona no es tonta. “Su triunfo es nuestra vergüenza”, aceptan las criadas, anticipando la ceremonia final, donde una será nuevamente la patrona y otra conjugará en sí misma la existencia de las dos. A Solange, la mayor, le toca cruzar las manos y esconder la cara como quien está entregado o marcha preso.
El juego entre realidad y trascendencia que proponen los intérpretes se cumple a rajatabla. Marini, Duthilleu y Arias recrean con arte el desconcertante universo del autor de novelas famosas, como Nuestra Señora de las Flores y Querelle de Brest. Los espectadores de la última función del sábado saludaron con bravos esta muestra de calidad y magia escénica, olvidando por unos momentos la larga espera previa en la calle y, ya en el interior del CETC, los empujones de los más alterados, que se adueñaban con absoluta descortesía de las sillas mejor ubicadas.

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“Las criadas” despertó un gran entusiasmo en el público porteño.
La gente desbordó las funciones en el subsuelo del Teatro Colón.
 
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