ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LA ACTRIZ ISRAELI RONIT ELKABETZ

“No se puede escapar de las raíces”

Hija de marroquíes de religión judía, la protagonista de “La mujer de mi vida” abre hoy la Semana del Nuevo Cine Israelí.

Por Ana Bianco

Se llama Ronit Elkabetz, está considerada en su país entre las mejores actrices de su generación y llegó a Buenos Aires para presentar La mujer de mi vida, la película con que se inicia hoy, en la Sala Leopoldo Lugones, la Semana del Nuevo Cine Israelí (ver recuadro). De padres marroquíes de religión judía, Ronit nació en Barsheva, a orillas del desierto de Neguev, pero hoy divide su vida entre Tel Aviv y París, adonde llegó a los 24 años sin saber una sola palabra de francés. Nunca tomó lecciones, ni de idiomas ni de actuación, pero tiene un talento natural para ambos. En 1994 ganó el Ariel (el Oscar de la industria del cine israelí) por Shjur –que se exhibe mañana en el ciclo–, un premio que volvió a recibir el año pasado por La mujer de mi vida, la ópera prima del director de origen georgiano Dover Kosashvili. En Buenos Aires también tuvo su reconocimiento: en el último Festival de Cine Independiente, por esta misma película, que ganó el premio de la crítica, ella se llevó también el lauro a la mejor actriz. De esta comedia cáustica, que habla de un treintañero soltero incapaz de escapar a las presiones familiares, y de Judith, su fogosa amante marroquí, habló Elkabetz con Página/12.
–¿El film tiene puntos de contacto con las comedias étnicas de corte comercial, llamadas “burekas”?
–No necesariamente. Al principio la película transcurre con escenas nada previsibles y luego va adquiriendo un tono de comedia cuando entramos de lleno en la historia de la familia georgiana y sus costumbres. Los georgianos conservan las leyes de sus antepasados y se toman todo el tiempo necesario para todo y cuanto más tiempo mejor. En realidad es una comedia y una tragedia al mismo tiempo. No estoy de acuerdo con los rótulos, ni con las clasificaciones. Esta película tuvo un éxito en Israel que no se daba desde hace quince años. El cine es una cuestión de sentimientos, toma nuestras vísceras y nos da la posibilidad de olvidarnos de nosotros mismos. Afloran sentimientos ocultos que nos hacen volar lejos y olvidarnos del día a día.
–En ese choque entre las dos culturas, ¿qué lugar ocupa Judith?
–Judith es el único personaje que no es georgiano. Los georgianos llegaron a Israel en 1972, no eran muchos y se instalaron en las ciudades de Kiryat Onu y Or Yehuda. Estaban aislados, pero juntos. Atravesaron las mismas dificultades en la integración que son comunes a otros inmigrantes, pero además llegaron a un lugar que ya estaba establecido. El principal objetivo era no asimilarse, preservar su idioma y sus tradiciones. Según la costumbre georgiana, una mujer debe casarse lo antes posible. Y un hombre, si a determinada edad aún no se casó, hay que tratar de casarlo. Zaza con treinta y dos años no encontró una mujer dentro de la comunidad georgiana y vive en secreto una relación de amante con Judith, desde hace tres años. En esa guerra declarada la familia georgiana aplica toda su fuerza y sabiduría contra Judith. Ella en estado de desesperación recurre a un ritual de magia blanca y con sus demonios marroquíes lucha por desbaratar toda esa violencia desatada por los georgianos. Y es ahí, en un segundo, donde se ve esa lucha entre las dos culturas. Lo realmente triste es que aún hoy persiste la lucha entre esas culturas.
–La película hace un fuerte cuestionamiento a la institución familiar y al matrimonio. ¿Cómo resuelve el director esos temas?
–El no resuelve la cuestión. El mismo está inmerso en el cuestionamiento. Es el problema de su vida. Hasta hoy la madre del director le da papelitos con teléfonos para que haga citas y consiga futuras novias. Conocí muchos georgianos, porque crecí en Kiryat Iam, donde había una comunidad importante. Son personas muy especiales, no se sabe qué piensan ni sienten, pero tienen una cultura muy rica. En realidad (risas) el personaje de Lilí –la madre del director en la vida real– escomo cualquier madre judía; eso sí, bastante más primitiva. Según la tradición georgiana es muy importante conservar la endogamia grupal. Zaza está destrozado internamente. Las tradiciones y la casa donde creció le pesan. Ama a su familia y quiere contentarlos. Zaza llegó a Israel a los ocho años y no logra ser ni georgiano, ni israelí. Finalmente es como una marioneta dispuesta a cumplir y someterse a los dictados de su familia, pero en medio de la boda se manda una provocación muy grande. Es decir que la institución del matrimonio es una ficción. En un diálogo le digo: “No importa, andá, casate, tené dos hijos, divorciate y volvé. El padre y sus tíos también tienen otras mujeres. A pesar de ello, la institución del matrimonio es lo más importante en la comunidad georgiana... quien no se ha casado no vale. Cuando la familia de Zaza irrumpe en mi casa y él se queda parado ahí, sin defenderme, en ese momento entiende que no va poder estar nunca conmigo. La fuerza de la familia georgiana radica en el grupo. Ellos llegan en grupo y se van en grupo, si no no tienen fuerza. Esa es la fortaleza.
–¿Cuál es la reflexión que deja el film?
–No creo que se pueda imponer nada a otro. Yo provengo de una familia muy religiosa, podrían haberme obligado a casarme joven y no apoyarme en mi profesión. Mi padre sostiene que no se pueden imponer criterios. La imposición conduce a consecuencias subversivas. Además es imposible huir de las raíces, quien huye de ellas se pierde a sí mismo y pierde su fuerza y su poder. Es importante saber quién es uno y de dónde viene, aún con un costo tan alto. Es primordial ser uno mismo que ir contra uno mismo.

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Ronit Elkabetz ganó el premio a la mejor actriz en el último Festival de Cine Independiente.
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